La irrupción de Dios

23/12/2025
3 min

Para mucha gente, Nadal es una fiesta familiar entrañable. Para los cristianos, sin embargo, es la memoria del nacimiento de Jesús, pero a menudo no se capta la significación profunda que supone este hecho: la insólita irrupción de Dios en el tiempo de la humanidad.

Los humanos vivimos marcados por el paso del tiempo que nos señala la naturaleza con sus ciclos de días, meses o años. En la tradición bíblica se rompe esta idea circular y se plantea una historia lineal en la que Dios promete a su pueblo el dominio de las demás naciones. Pero si en las historias bíblicas Dios se dirigía a los patriarcas oa Moisés, pasados ​​los siglos los hebreos van viendo cómo Dios se ha alejado y dejado solos ante la hostilidad de los demás pueblos.

El cristianismo es continuador de esta historia salvífica, pero también hoy muchos creyentes perciben a Dios como un ente alejado e inaccesible. Dios no es un alguien, como en el tiempo de Moisés, sino un qué, una idea o una fuerza que puede resultarnos inspiradora o alentadora. Sin embargo, mantenemos la idea de la linealidad del tiempo en la historia, si bien en lugar de llevarnos a la gloria divina, ahora pensamos más bien en el progreso técnico y social. El futuro depende de nosotros y Dios, a lo sumo, hace de espectador.

El cristianismo es incompatible con esta visión del Dios alejado y esto sólo se explica a partir de Navidad y de la creencia de que Jesús es Dios, y no un simple enviado o un profeta con superpoderes. Sólo si aceptamos esta premisa, podemos entender lo que queremos decir cuando decimos que el nacimiento de Jesús implica la irrupción de Dios en el tiempo de la humanidad. Porque Dios es eterno, y esto significa que, para él, el tiempo no cuenta. Entonces Jesús no es sólo un evento, sino que es una brecha de eternidad en la historia. Para aclararnos podríamos pensar en la imagen de los agujeros cósmicos que, en las películas de ciencia ficción, permiten viajar a miles de años luz en segundos. Pero es más que eso, puesto que aquí no estamos hablando de ficción ni de ciencia, sino de algo más serio: de religión.

La interrupción de Dios no sólo nos recuerda que los tiempos es una contingencia humana, sino que nos permite reflexionar sobre el falso carácter emancipador del progreso. La fe en el potencial de la humanidad impide a mucha gente ver el rastro de miseria que dejamos atrás. El futuro nunca puede arreglar el sufrimiento pasado y es por eso que la brecha que Dios deja en el tiempo con su llegada es una denuncia ininterrumpida contra la injusticia, el canal a través del cual la voz de los desvalidos se hace oír. Es también una llamada a la resistencia, a detener un tiempo que sólo juega a favor de aquellos que prefieren pensar en un Dios alejado que confía en la iniciativa y la creatividad humanas. El dios bueno, dirán éstos, es el dios que no molesta.

Por eso Navidad es mucho más que una fiesta de cumpleaños. Es el puñetazo de Dios sobre la mesa de la soberbia humana. Es también un llamamiento de atención sobre la necedad de fiarlo todo a un futuro que no controlamos y sobre el olvido del hermano que hemos dejado atrás. Puedo entender que, con la mentalidad moderna, esta visión del Dios que irrumpe en la historia es difícil de aceptar y que, además, a muchos les resultará incómodo. Pero también tiene que ver con Navidad señalar aquellas estructuras económicas y sociales injustas que es necesario denunciar y combatir, incluso –como dice el papa León XIV a Dilexio té– a coste de parecer estúpidos.

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