22/09/2025
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El pasado 12 de septiembre el Consell de Mallorca celebró 'su' diada. Una vez más, las instituciones han cambiado la fecha oficial en la que nos prescriben que debemos celebrar nuestra mallorquinidad. Sin embargo, más allá del debate sobre el fundamento histórico de la efeméride elegida o de su seguimiento por parte de la población, en este artículo me gustaría hablar del gran problema que supone como pueblo no tener símbolos arraigados y de consenso. Quiero decir, éste no es 'sólo' un problema de historiadores, también es un problema político. Digo "político" porque afecta a cómo regulamos nuestra sociedad, y digo "problema" porque, por un lado, sin símbolos no hay espacio de encuentro entre todos los miembros de una comunidad política. No existen unos mínimos elementos afectivos que nos mantengan unidos. Esto hace que cualquier diferencia sea insalvable. Y, por otra parte, sin símbolos tampoco es posible articular movimiento alguno que apele a este pueblo, ya que éste se concreta en la voluntad de ser que, a su vez, se apoya en los diferentes elementos que los individuos consideran que los representan como colectivo.

Por supuesto me estoy refiriendo aquí a símbolos en un sentido amplio: banderas, himnos, valores, relatos históricos, leyes fundamentales, equipos de fútbol o, sí, un día de celebración nacional. Todas las comunidades políticas tienen una fecha reservada para conmemorar su existencia. Un día que la gente conoce, respeta y vive a su manera, pero que se reconoce. Con mayor o menor controversia por el origen de la celebración que otros. Pero la cuestión es que permite al cuerpo social renovar la idea de que existe más gente que se siente parte.

Es habitual escuchar lo de: "Nadie se identifica con Baleares, cada uno se siente de su isla". Y es cierto. Pero esto hasta ahora no ha tenido una traducción al hacer que la gente se reúna para celebrar esa pertenencia. Por ahora, en Mallorca no hay ningún día que sea multitudinario, ni cerca de hacerse. La del 31 de diciembre, aunque sea la que mayor movilización popular consigue, ha sido algo muy minoritario. Tampoco en Menorca, Eivissa o Formentera. Donde, pese al gran amor que sus habitantes declaran hacia su "roqueta", la asistencia a sus festividades también suele frotar el ridículo.

Y no digo esto para hacer sentir mal a nadie. Simplemente constar que todavía no hemos sido capaces de que la gente sienta suya ninguna gran celebración de ser mallorquín, menorquín, ibicenco o formenterense. Las instituciones, que normalmente se encargan de componer un programa de actividades, conciertos y actos oficiales, han fracasado en hacer que la gente lo sienta suyo. Resulta que cuentacuentos y muestras de baile no bastan, mira por dónde. Tal vez, y sólo tal vez, una de las herramientas que nuestros gobiernos no han utilizado como deberían es la educación. En los países normales se enseña a los niños la historia del nacimiento de su pueblo, y no sólo es que se cuente, se insiste. También se celebra el día del país en clase, se enseña cuál es la bandera, el himno... Forma parte de un proceso de socialización necesario en los actuales estado-nación, donde gran parte de la legitimidad política se basa en la idea de que existe un pueblo con voluntad de serlo. Además, en contextos como el nuestro, donde existe conflicto nacional, no utilizar todas las herramientas disponibles desde aquí es de facto contribuir a la asimilación en la españolidad. Quizás una españolidad revestida de amor por nuestras bellas playas y montañas, pero españolidad en la práctica.

De todo esto también tiene culpa la sociedad civil. Este compromiso en la actualidad sólo se encuentra en asociaciones o partidos muy minoritarios. Los sospechosos habituales. Pero a riesgo de levantar alguna risita para sonar a cantinela errejonista: ser marginal no es un triunfo. El día de las Islas debería ir más allá del independentismo y eso no es su culpa, sino de la falta de compromiso del resto.

No quiero minimizar la importancia del debate historiográfico, es importantísimo. Pero desde el punto de vista político no importa tanto el fundamento científico que tenga la fecha elegida, como que la gente le sienta suyo y que haya un cierto consenso social sobre éste. Lo mismo ocurre con las banderas o los himnos: todos son inventados y asumidos por motivos ajenos a la 'veracidad' del símbolo en sí. Pero nos jugamos mucho: sin un día para reunirnos todos, sin una bandera a levantar y sin un himno de hermandad, nada se puede conseguir que valga la pena colectivamente.

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