11/08/2025
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No me pasa siempre, pero hay momentos en nuestra sufrida vida colectiva que me hacen añorar la pluma maliciosa y con frecuencia lúcida de Llorenç Villalonga. El autor de los Desbaratos, del mito de Bearn y de la distopía de la Mallorca turistificada rebatiada como Turclub en Andrea Víctrix fue, también, un caricaturista de trazo grueso, cargado de sesgos y de ideología, sí, pero caricaturista, al fin y al cabo. Sabía observar a la sociedad mallorquina con la astucia de los gatos que tanto le gustaban (él tenía uno, por ejemplo, que llamaba Moix), y después la retrataba con la perfidia de un espejo deformado. Así, la poetisa Aina Cohen era un alter ego de Maria Antònia Salvà, una de las mejores escritoras que ha parido esta isla, y buena parte de la nobleza mallorquina del momento se escandalizaba al encontrarse (¡o al no encontrarse!) retratada entre las pocas decenas de páginas de Muerte de dama. Sus novelas eran, a menudo, desfiles de personajes que transitaban entre lo grotesco y la ambivalencia, entre la socarronería y el sin embargo.

Y le he añorado. Lo he añorado estos últimos días, a raíz de la recepción anual de los reyes españoles en Marivent. Porque… ¿puede haber algo más provinciano que ser uno de los seiscientos invitados a esta comedieta? ¿Puede haber nada más provinciano que ser uno de los cinco o diez o veinte que rechazan públicamente la invitación, y que lo muestran en las redes para que quede claro que no irán, pero que invitados sí estaban allí? Tengo que confesar que yo no fui de unos ni de otros, pero que si por una desgracia repentina hubiera acabado asistiendo, no me habría sorprendido encontrarme con el marqués de Collera (o de Levante), mujer Obdúlia Montcada bien endojada con nadie a Betría a Bebé a que la medidísima mujer el mormolás, pero que habría partido de la soirée antes de que sirvieran los entremeses para que nadie dijera que en Bearn ("Bearn, pescado y carne") se pasa hambre.

Y eso, poco más o menos, es lo que fueron a hacer unas seiscientas almitas en el palacio ocupado de Marivent. Por un lado, estaban los del Partido Monárquico, o quizá deberíamos llamarlo el PP y Vox, vestidos con guayabares en homenaje al rey Felipe; la corbata verde les debió hacer calor, en pleno mes de agosto. Por otro, los del Partido Republicano, es decir, el Socialista, que por estatutos defiende el fin de la monarquía y que para los canapés va donde haga falta y le aplaude. Los liberales, a su vez, discutían si volvían a pelearse o si creaban aún otro partido, y los catalanistas y los izquierdistas estaban fuera, en la manifestación. Luego estaba la prensa, ávida por capturar alguna noticia que, of course, pasaría delante de cualquier evento local. El resto parece que fueron caras sudadas, capadas elocuentes, selfis medio robados y una pátina homogénea y estantería de neovasallaje. Trajes de ropa de lenguas y ácido hialurónico. Pajes y criados. Quien lo dijo, que los Desbaratos ¿de Villalonga fueran cosa sólo del siglo XX?

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