Las invisibles mujeres que 'trenaron' la Part Forana
Una exposición del Museo del Calzado de Inca reivindica el papel oculto de cerca de mil trabajadoras del Pla de Mallorca en la sofisticada industria del trenzado, que acabaría siendo todo un referente internacional. Esa actividad permitió prosperar a muchas familias marcadas por los difíciles años de la posguerra


PalmaLa selvatgina Francisca Coll Sampol, de 73 años, pone orgullosa junto a su enorme foto de juventud de la exposición Trenzar, en el Museo del Calzado de Inca. "Es -dice- de 1965. Yo entonces tenía 13 años. Me la hicieron los de Trenzados Fiol de Inca para una feria de la piel que tenía que hacerse en Düsseldorf (Alemania). Para la ocasión quisieron que fuese vestida de campesina mientras jamás trajeba con un telar manual. ancestral de nuestro oficio".
Coll ha recuperado el protagonismo que se merece gracias al historiador Biel Company, comisario de la exposición (abierta al público hasta noviembre). "Pretendía –asegura– rescatar del olvido a las mujeres del arte del trenzado, que constituyó la industria auxiliar del zapato. Cuando las fui a visitar a su casa para entrevistarlas, no entendían mi interés. No daban demasiada importancia a lo que habían hecho". El punto de partida de la iniciativa de Company ha sido el libro El trenzado de la piel en Mallorca en el siglo XX (Illa Edicions, 2020), de Rafel Morro Aguilar y Miquel Sanz Beltran, que han documentado esta industria manufacturera desde los años 30 del siglo XX. Uno de sus impulsores fue el modelista yugoslavo Esteban Zovko, afincado en Inca. "Las fábricas del calzado –señala Company– vieron una buena oportunidad para tener un producto más para vender. Se trataba de aplicar en la piel la misma técnica utilizada en el pelo a la hora de hacer un truñón. Es una técnica que ha existido desde la prehistoria y se ha hecho con tejidos y materiales diversos como la latra."
Artículos selectos
La piel era básicamente de cabra y se compraba sobre todo en la India y en sus inicios en Igualada (Cataluña). "Teniendo en cuenta su compleja elaboración manual –apunta el comisario– los artículos eran muy selectos. Con los trenzados se hacían bolsas, carteras, cinturones, tapizados, correas de reloj, decoración para puertas y cabeceras de cama, etc. Tuvieron mucho éxito los zapatos de verano", con agujeros. Mallorca sería el único sitio de Europa que tuvo este tipo de actividad industrial. "El epicentro de la producción fue Inca, con una decena de fábricas. Destacaron Trenzados Fiol, Trenzados Perelló, Curtrexa (de los hermanos Antoni y Bartomeu Fluxà) y Matrema (de la familia Sanz), fusión de la expresión 'Manual Trenzadora Mallorquina'. ex alcalde de Inca, que lo acabaría gestionando junto con el cuñado. Inicialmente, se vendía en Mallorca, Menorca y en la zona de Elda (País Valenciano). boom turístico, se alcanzaron los mercados internacionales de Alemania, Japón, Suiza, Francia e Italia".
Las fábricas del trenzado se dedicaban a diseñar sus productos con patrones y colores concretos. Las tipologías eran bastante variadas: dama (con un dibujo similar a la mesa de ajedrez), espiga, molinillo, reja… Los hombres se encargaban de cortar la piel en tiras, más delgadas o más gruesas. La producción se realizaba a domicilio, a tiempo parcial, y llevaba sello femenino. "Con la industria del zapato de finales del XIX ya había mujeres que trabajaban en casa. Muchas eran de municipios del Raiguer. Al surgir el negocio del trenzado, los empresarios se pusieron a buscar a más trabajadoras. Entonces allí donde había más disponibles estaba en el Pla, sobre todo en Sant Joan, María de la Salud, Algaida, Montuïri y Pina. repartir la piel al resto. Una vez hecha la pieza, se llevaba a la fábrica, donde se pulía, se planchaba y se limpiaba". Se calcula que hubo cerca de mil mujeres de la zona que se dedicaron a 'hacer teleses' sólo con un punzón y unos marcos de madera como bastidor. En los años 60, gracias al empuje del ingeniero croata Ivan Kadic, la producción llegaría a mecanizarse, aunque nunca se dejó de hacer a mano. "Cobraban a destajo, a destajo, a final de semana. Ahora podríamos considerar que esto era dinero negro, pero antes imperaba otra concepción sobre este trabajo artesanal".
Dobleres extra
Desde Selva, Francisca Coll Sampol, la protagonista de la foto folklorizada en Düsseldorf en 1965, fue de las pocas trenzadoras que no eran del Pla. Ella tiene la explicación de por qué este arte estuvo en manos de mujeres en la era de la vida lenta. fijaron en nosotros para hacer este tipo de productos. Lo mismo les pasó a las zapateras". Coll aprendió el oficio de su madre, a cuatro años. El padre trabajaba en el campo. "Ella fue de las primeras del pueblo en dedicarse a ella. se hacía al tener un momento libre. "Se ponía al haber cenado, después de haber estado todo el día pendiente de las tareas de la casa y de los cinco hijos que tenía, cuatro muñecas y un niño. En invierno trenzaba aferrada a la camilla y, al llegar el buen tiempo, sacaba la silla de los años". posguerra, ese dinero extra fue muy bien. "Pudimos comprar una cocina de butano, un televisor y otros caprichos. Recuerdo que mi madre nos decía: 'Ve estas 100 pesetas, ydo nos tienen que bastar para toda la semana'" de unos ingresos que otras familias no tenían. Entonces, viviendo en Selva, no todo el mundo tenía un coche para ir a trabajar oa estudiar Bachillerato en Palma".
Esa fue una gran herramienta de emancipación económica. "Pude hacer un rinconcito para sacarme el carnet de conducir y para salir a cenar fuera los sábados. Hoy lo llaman empoderamiento femenino. Entonces siempre eran los hombres que cortaban piel en las fábricas quienes se llevaban todo el mérito". A los 13 años, mientras trenzaba en casa, la selvatgina también empezó a trabajar en una fábrica de piel del pueblo, Selpell. Y a 54, habiendo realizado un curso de formación en la Mancomunidad, consiguió una plaza en el sector sociosanitario.
Trenadoras previsoras
Coloma Font Bergas, de 87 años, es de Maria de la Salut. Se dedicó al arte del trenzado tarde, en 1968, a 32 años y siente madre ya de un niño pequeño. "Un día una vecina que tenía un Citroën me preguntó si quería ir con ella hasta Inca a buscar trabajo en el sector del calzado. Nos detuvimos delante de una fábrica, Matrema, y pedimos a un hombre si necesitaban a alguien y nos dijo que sí. Enseguida nos dio un caramull de piel para trenzar. compaginar con las labores de la casa. Una tarde hacía hasta las 12 y otras hasta la una de la madrugada".
En María de la Salud hubo muchas mujeres trenzadoras. "Fue una herramienta importante de prosperidad. Con lo que yo ganaba, mi marido, que hacía de payés, se podía retirar. Él nunca puso objeción alguna. El dinero era de los dos". En 2000, a 65 años, llegó la jubilación inesperada con el cierre de Matrema, que no pudo competir con los países asiáticos. Reconvertida después en Trecur SA, en 2006 sería la última fábrica del sector en todo el Estado en bajar la persiana. Para poder cobrar la jubilación, Font fue previsora. "En los últimos 17 años me di de alta en la Seguridad Social como trabajadora del campo. Nunca dejé de trabajar aunque estuviera enferma. No fue una vida nada sacrificada".
Desmontando mitos
La historia oculta de las trenzadoras sirve para desmontar algunos mitos. Así lo consignan Rafel Morro Aguilar y Miquel Sanz Beltran, autores del libro El trenzado de la piel en Mallorca en el siglo XX: "[Nuestra] no era una isla pobre ni únicamente dedicada al sector agrario antes de la llegada del turismo de masas. [Se trataba de una isla y de una gente] que no eran ajenos a lo que sucedía en el exterior y mucho menos desconectados de los mercados internacionales".
Aquella próspera industria artesanal empezó a mermar en 1973 con la crisis internacional del petróleo, que también sacudió al sector zapatero. En la década de los 90, en el abedul de la globalización, llegaría la estocada final con la deslocalización de muchas fábricas en Asia, que ofrecía mano de obra bastante más barata, aunque de menor calidad. El sueño se recuperó en 2021. En Pollença, dos alemanas y un pollencí crearon la empresa Mastrenat con la voluntad de resucitar el antiguo arte del trenzado. Gracias a ellos se han vuelto a poner de moda las típicas sandalias de verano con agujeros que hacen la competencia en las abarcas menorquinas. Otra fábrica que se dedica a elaborar zapatos artesanales de trenzado es Tiamer, con sede en Mancor de la Vall.
El historiador inquero Miquel Pieras Villalonga es autor del estudio La mujer en Inca desde una perspectiva histórica (2019). "A principio de los años 40 –asegura–, una vez terminada la Guerra Civil, hubo bastantes mujeres que se incorporaron a las fábricas de zapatos. Entonces faltaba mano de obra porque había hombres que habían muerto en combate o que todavía hacían el servicio militar". Sin embargo, la presencia femenina en las fábricas empezó a disminuir en la década de los 50. "Fue cuando la dictadura ofreció gratificar en la nómina a aquellos trabajadores que tenían las mujeres trabajando en casa. Las leyes fundamentales del Movimiento ya decían que las mujeres debían estar supeditadas al hombre".
Con ese nuevo contexto, algunas fábricas optaron por pedir trabajo a las mujeres que quedaban en casa. Fue así como los 'ángeles del hogar' que promocionaba el franquismo se vieron haciendo multitarea como trenzadoras o repuntadoras. Estas últimas, también conocidas como zapateras, se ocupaban de coser las piezas de piel que después terminaban en la fábrica. "Los empresarios –apunta Pieras– podían reducir costes, no teniéndolas aseguradas. Ellas estuvieron encantadas de tener un dinero extra con el que algunas familias pudieron enviar a sus hijos a estudiar una carrera en Madrid. Además, era un trabajo mucho más cómodo y mejor remunerado que el de ir a cosechar almendras u aceitunas".
Aquel helecho economía sumergida hacía perder la noción de vulnerabilidad a un colectivo marcado por el analfabetismo. "En ningún momento se sentían explotadas, pero en realidad sí que lo estaban. Era una situación de absoluta desigualdad, ya que el hombre sí podía estar asegurado. Por eso, ellas no pudieron optar a pensión alguna cuando se jubilaron. En los años 90, con la crisis del calzado y con el campo ya del todo fue de trabajo improducido, hubo la hostelería".
El historiador explica un condicionante del sector del calzado a tener en cuenta: "Se trata de un sector estacional. La gente suele comprar zapatos en verano o en invierno. En cambio, el de la alimentación tiene demanda todo el año. Así pues, por no tener fijos discontinuos, a los empresarios ya les iba bien la opción del trabajo domiciliario de las mujeres". Sin embargo, el trabajo femenino a pie de máquina fue importante. "Inca fue uno de los pueblos de Baleares que tuvo más mujeres trabajando en las fábricas. Solían ser solteras. Cuando quedaban embarazadas, se veían obligadas a dejarlo, ya que los empresarios no querían pagar bajas por maternidad. Además, por convenio laboral, cobraban algo menos que los hombres y, en época de poco trabajo, ellas eran las primeras".