05/12/2025
Escriptor
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Un fenómeno que se renueva cada año, puntualmente, es la desconsideración de Aena hacia sus usuarios mallorquines. Se constata justo después del final de la temporada turística: no al día siguiente, porque la temporada se cierra el 31 de octubre y al día siguiente es Todos los Santos y, por tanto, festivo. Pero el primer día hábil después de quedar huérfanos de turistas (cada vez menos huérfanos) comienzan las obras en el aeropuerto y, con ellas, las molestias y perjuicios para los usuarios. Pero si los usuarios son residentes, autóctonos, indígenas, aborígenes, esas molestias y esos perjuicios, ¿qué importancia tienen? Ninguna, al contrario: las obras tienen por objetivo mejorar las instalaciones del aeropuerto, y por si tiene dudas, así lo repiten –en castellano y en inglés, nunca en catalán– unos rótulos que encontrará en todo el camino que haga, tanto en las salidas como en las llegadas. 'Estamos trabajando para mejorar el aeropuerto' – 'We are working to improve the airport'. Cabe recordar que la ausencia de rotulación en catalán va contra la Ley de normalización lingüística y el Estatuto de Autonomía, y es inaceptable en un lugar público como el recinto aeroportuario.

Aena obtuvo del aeropuerto de Son Sant Joan, sólo en 2024, un beneficio neto de 1.934,2 millones de euros. Estas ganancias espectaculares sitúan al aeropuerto mallorquín, invariablemente cada año, entre los tres más rentables de España, junto con los de Barcelona y Madrid, ya mucha distancia del resto. Es ocioso remarcar que Mallorca no tiene las dimensiones de Barcelona ni Madrid. A su vez, Son Sant Joan es el aeropuerto que, en proporción a la capacidad del territorio, recibe una cantidad de viajeros más desproporcionada (llega a multiplicar casi por veinte la población residente, que de por sí ya es la de mayor densidad del Estado: 249 habitantes por kilómetro cuadrado, frente a los 97 de la media española). También es el que crece a un ritmo más desficioso, con el objetivo de dar satisfacción a las exigencias de hoteleros y otros empresarios del sector.

A cambio, de los tres aeropuertos citados, sólo el de Madrid recibe inversiones generosas de forma regular. Barajas Adolfo Suárez es un aeropuerto que dispone de unas instalaciones siempre renovadas y confortables, óptimamente conectado con la ciudad y sus alrededores, justo al contrario de lo que ocurre con El Prat Josep Tarradellas y Son San Juan Rafa Nadal (ya sé que no se dice así, afortunadamente, pero no falta quien lo quisiera y lo propone). Las únicas inversiones que recibe el aeropuerto de Palma son las que se destinan a su constante agrandamiento, que le ha convertido en este equipamiento obviamente desmedido, un instrumento al servicio de la sobreexplotación y la especulación con el territorio de la isla.

A cambio, el usuario residente se pasa el intervalo que va de Todos los Santos hasta Pascua debiendo aguantar obras en el exterior y en el interior de la terminal, instalaciones cerradas, restricciones de servicios, recorridos demencialmente largos para llegar a las puertas de embarque o para salir al exterior, con escasa o larga o nula de percances, incomodidades y obstáculos. La sensación de recorrer el escenario de una película distópica (caminando pasillos, salas, cintas, escaleras bajo una luz amortiguada, sólo para llegar o volver de un vuelo doméstico) es paralela a la certeza de ser víctimas de una descomunal, descarada, parasitaria tomadura de pelo.

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