Encima de estas líneas, la villafranquera Francisca Nicolau Garí, de 89 años, con una imagen de sus nueve hijos, seis de los cuales parió en casa.Biel Barceló
Las historias que cuentan cómo era parir en casa hace 60 años
Dos octogenarias relatan en el ARA Baleares su experiencia de dar a luz en el hogar familiar con la ayuda de la matrona, que antiguamente era toda una institución en los pueblos
Encima de estas líneas, la villafranquera Francisca Nicolau Garí, de 89 años, con una imagen de sus nueve hijos, seis de los cuales parió en casa.Biel Barceló
PalmaDurante siglos las mujeres eran consideradas 'fábricas de hijos de Dios'. No tenerlo estaba mal visto. Para la mayoría, el único método anticonceptivo posible era eligiendo los días del ciclo menstrual en el que no ovulaban. Y no siempre se calculaba bien. Entonces tocaba pensar en el momento del parto, que ocurría en casa en unas condiciones no siempre óptimas. Catalina Noguera Garí, de 85 años, recuerda muy bien esa experiencia. Nos recibe sentada cerca del brasero de su casa de Vilafranca de Bonany, intrigada por saber qué interés puede tener su vida. Le acompañan dos de sus cuatro hijos, Maria y Miquel.
"En misa –afirma–, el cura siempre decía a las mujeres que teníamos que tener los niños que vinieran. Y cuando íbamos a confesarnos, nos pedía en la cama si hacíamos marcha atrás [el conocido coitus interruptus]. Nos advertía que aquello era pecado, al igual que dar un beso o tomar remedios caseros para no quedar embarazada". Noguera proviene de una familia numerosa. Por parte de madre eran nueve hermanos y por parte de padre, cinco. "En 1961, a 21 años, un año después de casarme, ya tuve a la primera criatura. Fue una muñeca. Entonces se desconocía su sexo hasta el momento del parto. Después fueron tres niños, que llegaron seguidos en cinco años".
En todos los embarazos, la vilafranquera estuvo asistida por la matrona Bárbara Garí, Fuana. "En el pueblo había dos y eran toda una institución, junto con el maestro, el alcalde y el cura. Cobraban por dar su servicio. Se desplazaban hasta las casas a pie y controlaban bien el calendario para no faltar a ninguna parte, aunque a veces algunas se adelantaban". Todos son elogios hacia el ayudante: "Para mí fue como una confesora. El día antes de parir venía a prepararme la habitación, con las sábanas y las riberas llenas de agua para lavar al bebé".
"En aquella época –continúa– no estaba tan generalizada la anestesia epidural y tuve que sufrir duro durante muchas horas. Mi hombre no podía más que mirarme. Yo había oído a vecinas que habían muerto dando a luz. A una tía mía se le complicó el parto y la tuvieron que llevar de urgencias a un médico le podía: a su hombre. Y la salvó a ella. Sin embargo, nunca pasé nada de pena.
Noguera tenía conocidas que, pagando, iban a parir a una clínica privada de Manacor. En este punto, Maria, la hija, hace la siguiente observación: "Hoy sabemos que, durante el franquismo, en algunas clínicas funcionó una trama de niños robados. Tener, por tanto, los hijos en casa era garantía de que no te los tomarían. Siendo ella de una familia de pocos recursos, tenía todas las papeletas para que fuera una víctima, A las víctimas. no se lo enseñaban. Era porque le habían dado a un matrimonio chorc de clase acomodada".
Los postpartos de esta villanfranquera fueron igual de duros y con situaciones incómodas. "No pude asistir al bautizo de ninguno de mis hijos. El mismo día de tenerlos, estando yo convaleciente en la cama, la matrona se los llevaba a la iglesia para que recibieran el sacramento. Lo hacía acompañada de mi hombre, mis padres y los suegros. Se quería evitar así que los niños pudieran morir de manera". La inscripción de los bebés en el registro civil también debía hacerse de repente, con la mujer todavía en la cama. Entonces era el hombre o la suegra quien hacía el trámite. "A la hora de elegir los nombres, no había discusión. Había que poner lo que dictaba la tradición familiar. Primero tocaban los nombres de los padrinos paternos, después los maternos y finalmente los de los padres. Y si venían más, los de los tíos".
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Carnicería
Las recuperaciones del posparto debían ser rápidas por necesidad. "Mi hombre –asegura– estaba todo el día trabajando en el campo y yo tenía que encargarme de la casa y de los hijos. También bordaba para sacarme un dinero extra. Nunca podía descansar". A continuación, Miquel hace recordar a su madre la figura de la nodriza, que antiguamente ejercía un papel clave de solidaridad en la sociedad. "Yo –dice ella– no tuve la necesidad de recurrir a ninguna. Eran madres que se ofrecían para amamantar a niños de ueno de otras madres que tenían problemas. En recuerdo una que pasaba por nuestra calle y le decía a una vecina con una criatura: '¿Quieres que le dé un poco de mamitas?'. Ahora las de las humano".
Catalina Noguera Garí, de 85 años, con tres de sus cuatro hijos que tuvo en su casa.5
Noguera no tuvo más hijos por culpa de una complicación. "Al cabo de unos meses de parir el último, me sentí mal y un médico de una clínica de Palma me operó. Pero las molestias persistieron. Yo creía que eran los ovarios, pero, para mi sorpresa, el médico me dijo que era imposible porque me había quitado el útero". María, su hija, pide hablar, esta vez visiblemente indignada. "Le hicieron una carnicería, aquello fue lo que hoy se califica de 'violencia obstetricia'. En ningún momento le avisaron de lo que le harían. Tampoco dijeron nada a mi padre. Y tuvo que pagar 40.000 pesetas de aquel tiempo, que eran una doblada. Mis padrinos les tuvieron que dejar. ella no quería ir de juicios". Con cuatro criaturas a su cargo y con un mal insoportable, la villafranquera tuvo que seguir relatando su intimidad en el confesionario. "El cura insistía en que, aunque tuviera dolores, debía 'cumplir' si mi marido me pedía tener relaciones sexuales".
De Vilafranca es también Francisca Nicolau Garí, de 89 años. Nos invita a pasar al comedor de su casa. Antes de sentarnos, lo primero es enseñarnos una foto de sus nueve hijos, dos hombres y siete mujeres. Es de los 80 y parece un equipo de fútbol. "Dios quiso que así fuera. En mi familia ya éramos diez hermanos", afirma con una carcajada fresca bajo la atenta mirada de dos hijos, Guillermo y Magdalena. "Yo –continúa– me casé en 1957, a 21 años, y tuve al primer niño al cabo de 10 meses. Había que lo tenían a los siete meses porque se habían casado de penalti, estando embarazadas sin que nadie lo supiera. Aquello en el pueblo era un escándalo. Hasta los 39 años no voy. años".
Tres de los nuevos hijos nacieron en el hospital de Son Dureta –inaugurado en 1955, fue el primero de Baleares. "Tuve el primero, porque entonces vivíamos en Palma, y las dos últimas, porque la matrona de Vilafranca consideraba que yo ya era demasiado mayor y que el parto se podía complicar. Entonces había criaturas que se adelantaban y nacían de camino al hospital". Nicolau no notó mucha diferencia entre parir en un centro sanitario o en casa. "Había muchas enfermeras pendientes de mí. Lo importante, pero, tanto en un caso como en otro, es que la madre tiene que estar", bromea.
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La matrona que siempre asistió a la villafranquera fue la otra del pueblo, Damiana Fiol Marimon. "Con el segundo hijo, Guillem, que tengo aquí al lado, rompí aguas antes de tiempo y la matrona no estuvo a tiempo de venir a casa, por lo que lo tuve sola. Fue la mar de bien. Cuando paría, pero, siempre pensaba que me moriría de tanto daño que sentía. Y me asustaba la posibilidad de dejarla."
Sin embargo, Nicolau no se arrepiente de haber tenido una prole tan numerosa. Sin embargo, hace la siguiente confesión: "Si mi hombre hubiera parido uno y hubiera conocido el dolor en carne propia, no habríamos tenido tantos". En esos matrimonios no existía el concepto de corresponsabilidad. Lo confirma el hijo: "Mi madre siempre debía estar haciendo comidas y cenas y lavando ropa a mano. Las vísperas tenía tiempo para contarnos historias al lado de la chimenea a falta de tele. Y, a la hora de ir a dormir, pasaba revista a nuestras literas para asegurarse de que todos estabamos bien tapados. Mi padre, en mi padre, en mi padre. cambiando ni lavando un pañal".
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Foto familiar de la matrona la matrona Bárbara Garí, Fuana, toda una institución en Vilafranca (sentada a la derecha)AB
Magdalena, la otra hija, también interviene en la conversación. "Yo ya he tenido suficiente con dos hijos. Las mujeres de la generación de mi madre tenían mucha carga mental, pero la asumían con absoluta naturalidad". Y en este punto la aludida le replica: "Hoy las mujeres no son iguales. En lugar de niños, quieren tener perros y pasárselo bien. Yo nunca tuve tiempo de sufrir una depresión posparto. Tampoco pude ir a ninguna verbena. Mi hombre algún pico iba solo al cine, mientras yo me quedaba en casa con las criadas. Por aquel entonces las familias numerosas no tenían tantas dificultades como ahora. "La vida no era tan cara y no había tantos gastos ni comodidades, pero teníamos que hacer la cabeza viva. Los hijos pequeños heredaban la ropa de los mayores". Nicolau se despide volviendo a colocar, orgullosa, la foto de sus nueve hijos en un rincón del comedor.
Parir hoy en casa
Hoy, en España, los partos a domicilio están fuera del sistema público sanitario. Según el INE, representan cerca de un 1% del total. En cualquier caso, deben cumplir una serie de condiciones: deben ser embarazos de bajo riesgo, de un solo bebé y en los que la criatura esté colocada de cabeza. Además, los nacimientos, que se hacen sin epidural, deben estar asistidos, como mínimo, por dos matronas profesionales. Por otra parte, las casas deben tener agua corriente, electricidad y estar a menos de 30 minutos de un hospital para que, en caso de complicación, se pueda trasladar la partera. El precio del servicio oscila entre 2.500 y 3.000 euros.
Romina Pagnotta, vecina de Consell, es madre de dos muñecas, de 21 y 14 años. “Las dos –dice– las tuve en casa. Con la primera yo tenía 25 años. La idea de parir en un hospital me provocaba pánico. Hice el seguimiento del embarazo en la sanidad pública y luego contraté un servicio a domicilio. en un hospital en caso de que el parto no se desarrollara correctamente o se alargara más de lo previsto y me vieran demasiado cansada.
Pagnotta tiene muy buenos recuerdos de ambas partes. "Se creó un clima muy íntimo. Estaba rodeada por mi pareja y por algunas amigas. En el segundo también asistió mi hija mayor, que entonces tenía siete años. Sí que es verdad, pero, que en el último, como yo ya era mayor y era más consciente de todo, pasé un poco más de pena. el hospital. Tenía claro que la prioridad era la vida del niño". Ahora, 14 años después del último parto, el planteamiento sería distinto. "Si tuviera que volver a ser madre, acaso iría a la sanidad pública. Para amigas mías, sé que hay centros como el Hospital de Inca que ofrecen una asistencia más humanizada a las parteras. Existe la opción de pedir música y luces suaves en el momento de dar a luz. La atención no es tan fría y ya no hay tantos".
En los años 60, en la época de desarrollismo, fue cuando se impuso el conocido 'parte industrial', que sustituyó al 'parte ancestral', asistido en casa con una matrona rural. Fueron entonces muchas las familias que dejaron el campo para trasladarse a vivir a las ciudades, convertidas en los nuevos polos económicos. Para poder atender a tantas parteras y evitar la mortalidad de madres y bebés, los hospitales tenían que ir al trabajo. A veces, se imponía una excesiva medicalización y unas prácticas que no tenían en cuenta el bienestar emocional y físico de las embarazadas.