Historia

Puig de Sant Pere: de la tragedia a la gentrificación

Se cumplen 50 años de la caída de dos edificios, con dos víctimas mortales, que llevó a una rehabilitación pionera de este barrio de Palma

Aspecto actual del antiguo Baluarte de Sant Pere.
12/07/2025
5 min

PalmaHace medio siglo, en el Puig de Sant Pere de Palma, vivía gente humilde. Baluarte y la biblioteca de Can Sales, sino que ha entrado –como tantos lugares del Archipiélago– en un proceso de gentrificación, es decir, de compra de casas por parte de ciudadanos europeos con buenos recursos económicos.

El realizador mallorquín Luis Ortas, vecino del barrio y que actualmente rueda el documental Viva el Puig de Sant Pere, afirma que esta zona "prácticamente no cambió en 700 años". Vivían personas de oficios relacionados con el mar, como pescadores o gente que reparaba barcos. El boom turístico generó que recién llegados de la Península se instalaran. Esta mezcla tampoco era nada nuevo: mucho antes ya habían convivido con mallorquines con vecinos de otras procedencias, como genoveses.

Los orígenes del Puig se remontan a antes de la conquista de 1229. En las excavaciones de finales de los años 90, a finales del siglo XX, apareció una torre islámica, rodeada de construcciones posteriores. Según Aina Pascual y Jaume Llabrés, esta zona fue conocida –y todavía lo es– como la de Santa Creu, por la iglesia parroquial. Pero en 1576 ya consta una cofradía de pescadores de San Pedro –el patrón del gremio–, de la que tomó su nombre actual. Aquí se ubicaron tres puertas de acceso a Ciudad: la de Porto Pi y dos bautizadas como de Santa Catalina; la Vella y la Nova, que dieron nombre a la plaza actual. La arquitecta Joana Roca localizó los restos de los dos accesos más antiguos en esos trabajos de rehabilitación.

De hecho, en estos momentos el Puig de Sant Pere no debería existir. El Plan General de Palma de 1943 preveía su demolición. El autor, el arquitecto Gabriel Alomar Esteve, tuvo que incluir esta actuación a regañadientes, ya que estaba en las bases de la convocatoria del Ayuntamiento –por supuesto, franquista. Si bien él se declaraba "convencido" de que esa barbaridad nunca se llevaría a cabo.

La caída de la muralla

El buque insignia del Puig era –y es– el Baluarte de Sant Pere, una fortaleza "imponente", a decir de Pascual y Llabrés. Erigido entre los siglos XVI y XVII, fue posteriormente objeto de sucesivas remodelaciones, en función de las necesidades militares de cada momento. Sirvió de cuartel de infantería –con más de 500 soldados– y de cuartel de artillería, hasta que a mediados del siglo XX, con un panorama defensivo completamente distinto, perdió su utilidad bélica. En nuestros días ha salido a la luz el antiguo aljibe, que, en el corazón del museo Es Baluard, actualmente se utiliza como espacio para las expresiones artísticas y como sala de actos: sin ir más lejos, la concesión de los Premios ARA Balears se celebra en este espacio singular.

Fuente del Puig de Sant Pere, en el pasado.

Aferradas a las paredes del Baluard se fueron construyendo a lo largo del tiempo casas modestas, como lo eran los propios vecinos. Esto suponía un problema estratégico: en caso de conflicto, encontrarse con un montón de civiles en zona militar era una complicación. En Menorca los británicos trasladaron un kilómetro el arrabal de San Felipe, ahora el Castell, por esta misma razón. Ahora bien, al perder el baluarte sus funciones defensivas, aquellas casas pudieron mantenerse.

El Puig de Sant Pere se vio bien atado al golpe de estado de 1936. En el Baluard se instalaron ametralladoras contra la aviación republicana. Una parte del antiguo solar de Can Sales, vecino de la actual biblioteca, se destinó –como es sabido– a la cárcel de mujeres. La plaza de la Puerta de Santa Catalina perdió temporalmente su buen nombre y le pusieron 'Jinetes de Alcalá', un grupo de golpistas. Además, se les dedicó, en la misma plaza, un monolito. Éste sí se quitó, ya en democracia, sin demasiado problema y sin que a nadie, a diferencia de la vecina Feixina, se le ocurriera plantear que aquel mamotret fascista fuera declarado Bien de Interés Cultural ni nada parecido.

El viejo baluarte había sido subastado y había pasado a propiedad particular cuando, el 11 de enero de 1963, de madrugada, se produjo el derrumbe de parte de la muralla, con un verdadero alud de piedras que cayeron al lecho de la Riera y prácticamente lo dejaron taponado. Parecía algo fortuito, pero no lo era tanto. Dos meses más tarde, el gobernador civil anunciaba el ingreso en prisión del propietario y del contratista de las obras, como responsables de los daños producidos en una construcción declarada Monumento Nacional.

Para nadie era ningún secreto que aquella zona degradada de Palma, dentro de un nuevo panorama de explotación turística, escondía una mina de oro: las vistas al mar. Ya en 1956, un editorial de Diario de Mallorca había hecho sonar la alarma: el espacio correspondiente al viejo baluarte debían poderlo disfrutar los mallorquines, con jardines y un mirador, lo que no era incompatible con "un barrio residencial" o "un hotel". Y el Ayuntamiento debía velar por hacerlo posible.

Crónica de un desastre anunciado

El siguiente episodio fue mucho peor. Ocurrió el día 18 de julio de 1975 –sí, justamente la fiesta del Régimen, la última en vida de Franco. Cayeron dos edificios de la calle Pólvora y quedaron sepultadas cuatro personas de una misma familia, de condición modesta, que habían venido a vivir a Palma desde Andalucía. Los bomberos consiguieron rescatar a dos niños con vida, pero una madre y el hijo de dos años encontraron la muerte.

A pesar de la autocensura impuesta por el Régimen, los periódicos quisieron recordar que, desde sus páginas, ya se avisaba del peligro de que eran aquellos edificios en malas condiciones. Los periodistas Sebastià Verd y Josep J. Rosselló enunciaban la pregunta fatídica: ¿quién era el responsable? La causa era la mano de médico que debería haberse aplicado hacía tiempo, cosa que no se había hecho.

Fue, salvando las distancias ya otra escala, algo parecido a lo ocurrido en Bilbao tras las inundaciones catastróficas de 1983, con el 'efecto Guggenheim' –el museo. La entonces joven Asociación de Vecinos del Puig de Sant Pere, como ha recogido en estas páginas Antoni Janer, exigió la rehabilitación integral del barrio, ahora bien, haciendo posible que los vecinos se quedaran allí, sin tener que trasladarse a otro lugar, ni ser sustituidos por nuevos pobladores con mayor poder adquisitivo –lo que ahora llamamos 'gentrificación'. Fue posible gracias a un Plan Especial de Reforma Interior (PERI), pionero en el Estado, que se puso en marcha ya con un ayuntamiento democrático, a partir de 1980.

A la revalorización del barrio también han contribuido los dos equipamientos: el museo Es Baluard, en la vieja fortaleza –un lugar que va a la fortaleza – un lugar que va a la vieja fortaleza –un lugar la insistencia del editor Pere A. Serra–, y la biblioteca pública de Can Sales, que se sitúan en sendas esquinas de la plaza de la Puerta de Santa Catalina. Lo que quedaba de la vieja Can Salas Major, con expediente de ruina, fue rescatado por el entonces director general de Cultura autonómico, Jaume Gil. En 2005 se inauguró como nueva sede de la biblioteca, hasta entonces en la Casa de Cultura de la calle Ramon Llull. En 2004 ya había abierto sus puertas Es Baluard.

La portavoz de la Asociación de Vecinos, Laura Coracín, anuncia el riesgo de gentrificación que se cierne sobre el barrio: "Se ve el cambio". Los vecinos de toda su vida conviven con nuevos propietarios: norteeuropeos de alto poder adquisitivo. Aún quedan espacios genuinos, como el café Can Martí. Pero en la plaza de la Puerta de Santa Catalina, observa Luis Ortas, "apenas hay bares que te atiendan, no ya en catalán, sino ni siquiera en castellano".

Información elaborada a partir de los estudios de Aina Pascual y Jaume Llabrés y del colectivo Palma XXI y de la prensa mallorquina de la época.

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