Historia

Cuando la Part Forana dijo 'suficiente'

El 26 de julio de 1450, cerca de 6.000 foráneos se concentraron en Inca para poner sitio a Ciudad. De esta forma se inició la Revuelta Forana

Representación pictórica del espíritu de la Revolta Forana con Simó Ballester como protagonista G. Mas.
26/07/2025
6 min

PalmaEstaban hartos de sufrir injusticias. Recaían sobre ellos el grueso de los impuestos, sufrían una representación ínfima en las instituciones en proporción a su número y éstas estaban en manos de minorías privilegiadas, que actuaban en función de sus intereses, cuando no saqueaban directamente las arcas públicas. En julio de 1450 –hace 575 años–, la Part Forana de Mallorca sencillamente dijo 'suficiente' y puso cerco a Ciutat. Empezaba una revuelta que se prolongaría a lo largo de dos años.

Las causas fueron las habituales, no ya en Mallorca, sino en la Europa de la época. No es extraño que éste fuera un período de revueltas campesinas por doquier. Como enumera Maria Barceló, los detonantes eran "el mal gobierno de la oligarquía, la dilapidación de dinero público, el desigual reparto de las imposiciones" y "las arbitrariedades cometidas por las autoridades ciudadanas", con "frecuentes denuncias sobre malversación de los fondos públicos (...) y sobre fraude fiscal de los que debían pagar". Años antes (1425) se había descubierto una malversación de los administradores públicos equivalente a 3.800 millones de euros de nuestros días: dado que las instituciones mallorquinas tuvieron que reconocer que no podían hacer frente al pago de las deudas, se estableció una nueva imposición sobre un artículo de primera necesidad, la sal, que perjudicaba sobre todo a la Part For.

Dibujos extraídos de la documentación original de la Revuelta Forana gran enciclopedia de mallorca
Dibujos extraídos de la documentación original de la Revuelta Forana gran enciclopedia de mallorca

¿Qué podían hacer los foráneos en esta situación? No mucho porque no pintaban nada en el gobierno de la isla. La Universidad de la Ciudad y el Reino –ahora serían el Ayuntamiento de Palma y el Consell de Mallorca al mismo tiempo– velaba básicamente por los intereses de la capital. El veguer de fuera, teórico delegado para los asuntos foráneos, le designaban en Ciudad. Los foráneos representaban a la mayoría de la población, pero sólo les correspondían un tercio de los escaños del Gran y General Consejo.

La gota que colmó el vaso fue la disposición del rey Alfonso el Magnánimo de exigir los títulos de posesión de las tierras. caja. El rey ni siquiera estaba en sus territorios, se había instalado en su nueva posesión: el reino de Nápoles, y constantemente necesitaba dinero, fuera para sus guerras o el ejercicio del mecenazgo. Había dejado el gobierno de la memoria

Aquellos que tenían que cobrar el dinero correspondiente no lo tuvieron muy fácil. En Manacor y Petra fueron recibidos a pedradas. A continuación, unos 5.000 o 6.000 foráneos se concentraron en Inca el 26 de julio de 1450 para poner asedio inmediatamente a Ciudad. Su grito de revuelta no podía ser más claro: "Moren los traidores", es decir, aquellos administradores de lo público al que ellos atribuían –y con motivo– la causa de todos sus males.

Quien intervino para apaciguar los ánimos de los sublevados fue el obispo de Urgell y copríncipe de Andorra Arnau Roger de Pallars, que se encontraba en Mallorca de paso. Era de familia aristocrática –algo habitual entre los altos cargos eclesiásticos– y canciller del propio Magnánimo. Hay que añadir que el afán recaudatorio de éste también se dirigió hacia la Iglesia, entonces con grandes propiedades. Esto favoreció un cierto apoyo de los eclesiásticos a los sublevados.

El gobernador de Mallorca era entonces Berenguer de Olms. Según explica Guillem Morro, resultaba sospechoso que hubiera sido suspendido del cargo 21 meses –durante los cuales, por supuesto, cobró religiosamente su salario sin tener que trabajar. Olms aceptó recibir una delegación foránea, que le transmitió un larguísimo memorial de agravios: mejor distribución de las cargas, devolución del dinero gastado indebidamente, revisión de las cuentas, separación administrativa de Ciudad, moratoria en el pago de deudas, etc. A todo esto respondió el gobernador que lo iba a estudiar –lo que se dice habitualmente cuando se quiere salir del paso.

El mayor miedo del gobernador y del propio rey era que los artesanos de Ciudad pudieran unirse a los foráneos, lo que a lo largo de la revuelta pareció bastante factible. Eran los dos colectivos más perjudicados por la deuda pública disparada y por las mangarrufas de la oligarquía. El monarca optó por la vieja táctica del divide y vencerás: trató a los artesanos de Palma con la magnanimidad a la que debía el apodo, mientras se comportaba con los foráneos con dureza.

A partir de ese momento, y prácticamente a lo largo de todo el tiempo que duró aquella crisis, se sucedieron las embajadas, hacia Barcelona y hacia Nápoles –tanto de foráneos como de ciudadanos– para atraerse la benevolencia del rey Alfonso, de la reina María o de ambos. También tomaron parte en ese conflicto las Cortes catalanas y los consejeros de Barcelona. Los foráneos optaron por una estrategia bastante inteligente: organizaron una especie de procesión de penitentes y se sometieron a una humillación pública, para obtener el perdón real.

Esto le hizo creer al gobernador equivocadamente que tenía la partida ganada. Y fue tan insensato de establecer una multa perpetua de dos mil libras –una cantidad importante– que debería abonar la Part Forana cada año y hasta el fin de los tiempos, en lugar de aplicar alguna medida de gracia. Además ordenó que dos rebeldes fueran torturados y ejecutados. Un pico más –esta es una lección que parece que los políticos nunca aprenden– lo que hizo la represión fue radicalizar la revuelta. En abril de 1451, Palma volvía a ser asediada y los foráneos cortaban el suministro de agua a la ciudad.

El fracaso del gobernador

Desde el primer momento, el campesino de Manacor Simó Torcido Ballester destacó como principal dirigente de la Revolta Forana. No consta que tuviera ningún defecto físico, y Tort debía de ser uno de tantos apodos familiares. Se puso precio a su jefe: aquél que el capturaso recibiría una importante recompensa en metálico, una casa en Ciudad y la exención vitalicia de pagar impuestos. Pero, como una especie de Robin Hood, no sólo no lo entregó nadie, sino que "su nombre se hacía cada vez mayor", comenta Jordi Maíz.

La autoridad de la Iglesia –en este caso, el prior de la cartuja de Valldemossa– logró otra vez que los foráneos levantaran el segundo cerco. El inútil gobernador creyó que esa tregua era el momento adecuado para recuperar la iniciativa. Así que envió a su lugarteniente, Jaume Cadell, al frente de un millar de foráneos supuestamente fieles a enfrentarse a los sublevados. Con el resultado, no muy glorioso, que sus hombres se pasaron en masa al bando enemigo.

Aquella victoria espoleó a los foráneos, que por tercera vez se plantaron ante las murallas de Ciutat. Fue el asedio más largo –un mes–, y esta vez la actuación de dos embajadores catalanes –enviados por Maria de Castella– logró detener las hostilidades. En agosto siguiente, la reina anunció la destitución fulminante de Berenguer de Olms.

Entre los sublevados también hubo disidencias. Según Morro, existía una facción de carácter "más ideológico", encabezada por Ballester, y otra "agresiva y belicosa", más radical. Se provocaron incendios en fincas propiedad de miembros de la oligarquía ciudadana.

¿Sería posible llegar a una solución pacífica? Por mucho que los campesinos jurasen y perjuraran su fidelidad perpetua a los reyes, lo cierto es que habían puesto en cuestión la misma estructura política del reino. No hacía falta otra salida que la represión y el castigo de los sublevados. Un ejército encabezado por un nuevo gobernador, Francisco de Erill, desembarcó en Mallorca en julio de 1452. Erill expresó enseguida que no iba de bromas: exigió a los foráneos que le entregaran las armas que tuvieran en su poder y les prohibió reunirse entre ellos.

Esta vez no hubo intermediarios ni pactos que valieran. Erill comandaba un ejército de mercenarios italianos -sacomaní– que el 31 de agosto aplastaron sin contemplaciones a los foráneos en la batalla del Rafal Garcés, cerca de Inca. Más de medio siglo más tarde (1523), exactamente en ese mismo lugar tendría lugar una segunda batalla, esta contra los 'hermanados', que representaría el principio del fin de la siguiente revuelta.

Alfonso el Magnánimo demostró no ser tan magnánimo como se suponía. Los caminos públicos de Mallorca se señalaron de forma macabra con rebeldes colgados y –lo más interesante desde el punto de vista del monarca– se impuso una multa de 150.000 libras a los foráneos, una cantidad astronómica para la época. El pago de ese castigo económico empobreció a los foráneos aún más si era posible. Habían hecho una apuesta desesperada. Y la habían perdido.u

Información elaborada a partir de los estudios de Guillem Morro, Ricard Urgell, María Barceló, Miguel Ángel Casasnovas, Jordi Maíz y Gabriel Fuster.

La protección de los menorquines al líder rebelde

La mejor manera de congraciarse con Alfonso el Magnánimo era, como todo el mundo esperaba, un cohecho –perdón, quería decir un regalo. Por esta razón, los foráneos sublevados construyeron una galera, que ofrecieron y enviaron al rey para sus guerras incesantes "como muestra de fidelidad", señala Guillem Morro. En verano de 1451, este barco zarpó hacia Nápoles con 300 foráneos que se pusieron a las órdenes del Magnánimo contra los florentinos, entre ellos Simón Ballester, el principal dirigente de la revuelta, que pasó así a servir al monarca.

En verano de 1456, Tort volvió a una Mallorca teóricamente pacificada. Pero de repente se trasladó a Menorca. Tanto el gobernador Francisco de Erill como los jurados –concejales o consejeros– mallorquines exigieron su cabeza. Ahora bien, sus homónimos menorquines se negaron a entregar a Ballester. Alegaban una disposición de años atrás del propio Magnánimo por la que se otorgaba salvoconducto a aquellos que se establecieran en la isla. Este tipo de incentivos eran bastante habituales para atraer a pobladores a territorios periféricos.

La protección de los menorquines de nada sirvió. Simón Ballester fue trasladado a Mallorca y encarcelado en la torre del Ángel de la Almudaina. La noche de los Reyes de 1457 le cortaron la cabeza y la descuartizaron. Exactamente la misma fecha y 480 años antes del asesinato de la dirigente republicana Aurora Picornell en manos de los golpistas del 36.

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