¿Por qué no charlamos de las relaciones de mierda que tenemos?

Desde dentro, durante una crisis de pareja, parece imposible pedir ayuda más allá de esos pequeños globos sonda que se liberan cuando el inconsciente deja hacer su trabajo en el sentido de supervivencia

Parte del elenco de Mujeres junto a un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar.
07/09/2025
4 min

PalmaUn de los momentos en los que más desesperadamente vulnerable me he sentido fue durante un drama de pareja. Y no solo por el drama en sí mismo –que fue bueno gestionar–, sino porque una amiga se había enterado de todo en primera persona. No es que no pudiera escondárselo, sino que sólo no se lo podía contar a mi manera, omitiendo los detalles que más me incomodaban. Me sentía desnuda, desprotegida, al raso. ¿Cómo puede que lo que me hiciera sentir más en peligro de toda la situación era el hecho de que mi amiga conociera lo ocurrido?

De aquellos momentos, ahora ya lejanos, en recuerdo la angustia de no controlar el relato, de ser incapaz de crear una realidad a mi gusto, de la imposibilidad de mostrar mi vida cómo me gustaría que la vieran, no como lo que realmente era. Cualquier cosa que dijera para defender mi relación podía ser utilizada en mi contra, porque a cada esfuerzo demostraba algo más imperfecta. Y no podía aguantarlo. Me pesaba mucho más el juicio de mi amiga que el apoyo que pudiera darme ante aquella situación. El hecho de que la imagen que ella tenía de yo pudiera cambiar suponía una amenaza, que me hacía alejar aún más. Sólo me preocupaba lo que ella pensaría y si todo aquello condicionaría la visión que tenía de mi relación, si alguna vez podría verla con buenos ojos.

A veces, olvide que yo también somos capaz de oír todo esto cuando la relación de alguno de mis seres queridos salta por los aires y se destapa la caja de truenos. Siempre que ocurre esto, es como si acabaran de salir a la superficie después de muchos meses de apnea, sin oxígeno en el cerebro. Y es entonces cuando, de una enorme bocanada de aire, logran soltar todo lo que había estado ocurriendo en las profundidades de su intimidad. A continuación vienen las lamentaciones, la compasión y un poquito de culpa: ¿cómo he podido asistir a todo esto sin darme cuenta? Pero también algo de resentimiento: ¿cómo no has podido explicarme nada de todo esto antes? Intentas no hacerte la ofendida, porque no, eso no va de ti.

O al menos eso es lo que te intentas decir a ti misma, mientras te cuestionas cómo es que, por ejemplo, tu amiga ha esperado un año después de romper con su chico para explicarte que él le hacía pagar las compresas de la compra común o que –mucho más grave todavía– cuando se enfadaba, de que se enfadaba. También te preguntas si no confiaba lo suficiente en ti ese amigo, que lloró en tus brazos cuando el luto de aquella ruptura se le había hecho herida, que te confesó con pelos y señales como de pequeño e insignificante le hacía sentir su pareja. Porque resulta que no ha sido hasta mucho más tarde que ha encontrado el coraje de poner palabras en el último golpe de gracia que hizo que lo destrozara. Y tampoco entiendes cómo esa familiar –hermana, tía, prima– no ha querido desahogarse ni un momento durante todos estos años que ha estado priorizando a su pareja por delante de ella sólo para flotar una relación que no se aguantaba por ninguna parte.

En serio: ¿por qué no charlamos de las relaciones de mierda que tenemos hasta que no han terminado? Por no hablar de cuando estas relaciones pasan a ser abusivas o, directamente, verdaderos casos de violencia machista. Me pido cómo es posible que tendamos a proteger más a nuestras parejas que nosotros mismas, que sea mayor la vergüenza que el desconsuelo de pasar por ese mal trago sola. Me lo pido, aunque ya sé que la respuesta está en el amor romántico, el ciclo de la violencia y todo un sistema que nos acuna desde que ponemos un pie fuera del útero de la madre.

Desde dentro, durante una crisis de pareja, parece imposible pedir ayuda más allá de esos pequeños globos sonda que se liberan cuando el inconsciente deja hacer su trabajo en el sentido de supervivencia. "Se pone muy celoso cuando sale de fiesta", "No me presenta a sus amigos", "Siempre tengo que irle detrás"; son los pequeños gritos de auxilio que hacen soportable el sufrimiento. Son el rastro de poquitos que se van dejando porque, si nos ven preocupados, nos extienden una mano. Y qué difícil es extender esa mano. De tu respuesta como interlocutora -sincera pero no juiciosa; tranquila pero atenta– dependerá de que el agujerito que esa persona te ha abierto, con recelo, para mirar a su privacidad no vuelva a cerrarse.

Como esta tarea es tan complicada como crucial, no se puede hacer otra cosa que acudir a las expertas, como Carla Vall. Al fin y al cabo, todo es tan sencillo como el que la abogada aconseja en el libro Rompa en caso de emergencia: "Si tienes cerca a alguien que ha sufrido violencia, no la trates con lástima, trántala con calidez y empatía. Es terrible que alguien que quieres te mire y te cuide como si te hubiera pasado la planeta. grave lo que le han hecho, que no es su culpa, que estarás allí para lo que necesite".

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