Algún día me quitarán el carné de periodista

¿Hemos abandonado ya la idea de vivir del periodismo y yo todavía no me había enterado?

La actriz Anne Hathaway en la película El diablo se viste de Prada.
26/10/2025
3 min

PalmaHace un tiempo que esta idea toma fuerza en mi cabeza: el periodismo ha mutado definitivamente en activismo. Y si no, ¿cómo se explica que deba aceptar realizar una entrevista a doble página a cambio de 60 euros? Esto me pedía a mí misma, hace un par de meses, al recibir la propuesta de una revista de música en catalán. "Ya sabemos que es poco, pero bueno…", me argumentaron, como dándome el pésame por una pérdida totalmente inevitable, como si hubiera podido hacerse más, como si no hicieran falta más explicaciones. Ido sí: es poco, pero ¿qué? ¿Pero tu medio sólo se puede mantener si ofreces remuneraciones más bajas que el mínimo que cobra el fontanero por desplazamiento? ¿Pero si casi debería pagarle yo a vosotros para poder entrevistar esta joya de artista? ¿Pero si ya sé que, sin embargo, esto no me dará comida? Aunque me hubiera encantado hacer todas estas preguntas, una no es tan punky y, en realidad, lo resolví con un cobarde "lo siento, voy muy atolondrada y no tendré tiempo de hacer la entrevista". Reconozco que yo somos buena haciéndome la tonta, pero no esperaba que ellos todavía me superasen ofreciéndome la posibilidad de entregarla unos días más tarde, como si esto fuera el problema.

No, en serio: ¿hemos abandonado ya la idea de vivir del periodismo y yo todavía no me había enterado? ¿O quizás es que ya lo hemos dado por perdido como profesión y lo hemos reubicado en la categoría de hobby o en la de misión humanitaria? En cualquier caso, me gustaría que alguien me hubiera informado de ello. Al menos así no habría hecho el ridículo el día que sugerí que deberían rectificar el contrato que me acababan de hacer en la revista donde empezaba a trabajar, porque debieron equivocarse cuando pusieran "ayudante de redactora" en lugar de "redactora" en el apartado de mi cargo. Resulta que es que todas mis compañeras "ayudaban" a alguna redactora, incluso a las que estaban por encima de mí. Claro, mujer, qué doy: ¿cómo si no nos hubieran podido poner un sueldo de 19.000 euros brutos al año? Ahora todo tiene sentido. Aunque ya tenía mis sospechas desde que me pidieron –no como favor, sino como encargo– una colaboración dando por sentado que no cobraría absolutamente nada, y que tampoco lo exigiría. Ni siquiera podían pagarlo con visibilidad, porque el medio lo acababan de arrancar.

Sea como sea, ahora más que nunca, debo ser más activista que periodista. Sobre todo porque estoy en este punto de la vida en el que a la pregunta "y tú, ¿qué haces en la vida?", contesto al igual que Greta Gerwig en Frances Ha: "Es complicado de contar". "¿Lo dices porque lo que haces es complicado?", le piden. "Mmm… es porque, realmente, ya no lo hago", aclara ella, a la perfección. Ya no investigo, ya no cubro ruedas de prensa, ni tampoco ofrezco información de servicio público. Siente que estoy estafando a todo el mundo cuando, por inercia, la primera palabra que me brota en la boca es 'periodista' en el momento que tengo que presentarme como algo. Vivo con miedo a que algún día me reclamen mi vida laboral, que mi última alta en la Seguridad Social me delate y que me digan que estoy de ocupa en esta profesión. De hecho, cuando digo lo que somos, lo digo flojito, en minúsculas, con un signo de interrogación gigante en la cara, como pidiendo perdón, por miedo a que alguien descubra que estoy rebajando el título de periodista. Porque una vez lo has sido, convienes quién puede permitírselo y quién no, blindando los egos, que son los que sí se alimentan. Como un pacto de caballeros. Así que en el momento en que dejas de serlo, no puedes fingir que un día no miraste por encima de la espalda a quien abandonó antes que tú, enjuiciandole por haberse rendido, por no ser capaz de sacrificar su vida –de repente, en un conflicto armado; o agónicamente, en una redacción– por el periodismo.

En más de una ocasión he oído compañeras lamentar que no dejaban el periodismo porque sabían que, si lo hacían, no serían capaces de volver. Y yo las entiendo. Es un empleo incompatible. Es la sublimación de la frase "el trabajo dignificado". Es una estafa piramidal maravillosa. Es el síndrome de Estocolmo más necesario del planeta. Yo todo esto lo sé. Pero, de repente, tropiezo con alguna periodista, como la salvadoreña Valeria Guzman, que se confiesa romántica y dice: "Hacemos más: escribimos más, porque nunca sabemos cuándo dejaremos de poderlo hacer". Y, entonces, me desoriento: las ideas se me enturbian, las convicciones me parecen negociables y una niebla repentina me empaña la memoria. Por un momento, me da envidia la tarea que predica, el bastión que defiende. Recuper la conciencia, y vuelvo a saber por qué quería dedicarme a lo mismo que ella.

stats