
El señor subía las escaleras con dificultad. Incluso, por lo que sabíamos, meaba en el cubo de fregar la escalera comunitaria, que el personal de la limpieza escondía en los bajos bajo el primer tramo de escalones. Y fumaba, siempre iba con un caliqueño en la boca, y para llegar hasta el segundo piso, un tercero si contamos el principal, se turbaba un buen rato, pesado y ronseador. En su casa venían personas de los Servicios Sociales a limpiarla, o ayudarle también a él a cocinar ya lavarle la ropa, oa meterse en la ducha.
Pero ocurrió en más de una ocasión que los de los Servicios Sociales fueron a su casa y él no los abrió, y se pensaron que había muerto dentro. Nosotros, como vecinos, vimos cómo toda la escalera se llenaba de bomberos, que acababan accediendo a su casa por el patio interior, esperando encontrarlo muerto en la cama. Asisti a esta escena por lo menos dos veces; pero el señor no estaba, en el piso: se había ido al bar y había olvidado el teléfono móvil en casa, y también que era el día que venían los de los Servicios Sociales a realizarle los trabajos. Pero esperar a la noticia de los bomberos ponía triste y nervioso, y me llenaba de una oscura expectativa. Aún no habían huido los bomberos que él volvía a su casa; con el puro en la boca, un poco bebido y todos los vecinos trepando por las paredes.
Todo esto me ha venido a la cabeza a raíz de la noticia de que esta semana ha circulado por muchos diarios; un señor que murió hace más de doce años en su casa, y hasta ahora no le han echado de menos, o más bien no le han reventado el piso por culpa de una gotera en el dormitorio de abajo, motivada por las lluvias de los últimos días. Han encontrado la momia, claro, enterrada bajo una ya endurecida capa de heces de paloma, que habían entrado por la ventana; todo esto en Valencia. El señor Famoso –se decía curiosamente así– seguía pagando las cuotas de la comunidad, porque, como estaba administrativamente vivo, seguía cobrando la pensión; en la cuenta había suficiente líquido para satisfacer los recibos. (¿Reclamará el estado ese dinero a los herederos, ahora? Sí, no tengo ninguna duda.) Famoso tenía dos hijos, un policía y una enfermera; parece que no eran demasiado amigos. Historias como éstas pueden llenarnos de tristeza. Estamos solos y el amor es frágil. La vida es incierta y cruel. Las ciudades están llenas de desconocidos que no nos echarán de menos nunca. Mientras hay dinero en la cuenta una persona parecerá viva, porque a la postre es, sobre todo, un consumidor.
Ha pasado mucho tiempo, así que no es fácil, ahora, saber qué tipo de muerte tuvo ese solitario: si dolorosa, pacífica o incluso violenta a manos de otro. No somos nada, a menudo, y por nadie. Hemos creado un mundo tan frío y mecánico donde pueden acabar pasando cosas como ésta, algo imposible en otros tiempos más clánicos. Ya no vivimos en comunidades sino en asociaciones de solitarios, donde cada uno va a lo suyo. Escaleras de vecinos. Aquí hemos vuelto a fallar, como tribu: nadie debería estar solo, ni queriéndolo. Y sé que de mucha gente mayor que se muere ya ni hacen un funeral, los herederos, porque a la postre no va nadie, o los que podrían ir ya están muertos. Descansamos todos en paz y soledad.