Que algunas personas sean ricas no es malo, especialmente si su fortuna se ha logrado con esfuerzo, lícitamente o aunque se haya heredado. Ninguna de estas circunstancias es un delito o un tema que deba provocar rechazo. Que unas personas tengan bastante o mucho más que otras no es esencialmente negativa. La cuestión es que haya unos mínimos que garanticen una vida digna a todo el que forma parte de la sociedad, que funcione lo que se conoce como el ascensor social.

En los últimos años, impulsado por el crecimiento económico, el nivel global de pobreza se ha ido reduciendo, lo que es una buena noticia. Pero esta tendencia, impulsada por iniciativas como la de los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas (ONU), se rompió con la crisis que estalló con la cóvida. En algunos países no se ha vuelto a recuperar el empuje necesario para volver a reducirlo y, si fuera posible, erradicarlo.

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La realidad que vivimos nos hace ser pesimistas. Las imágenes de personas que llegan con pateras a las costas de Canarias y Baleares, nos hacen ver que hay todavía mucho camino por recorrer. Y, especialmente, cuando se están imponiendo ideologías extremistas y xenófobas que vienen soluciones sencillas a problemas complejos como la inmigración. Los discursos que la criminalizan tampoco ayudan a resolver la cuestión y, en cambio, contribuyen mucho a la polarización. Se legitiman los mensajes contra lo diferente, y se puede generar también un clima de odio basado en el discurso según el cual en la sociedad existe una élite de ganadores (pocos) y de perdedores (muchos).

Los poderes públicos son los que deben garantizar la existencia de un terreno de juego lo más igualitario posible, facilitar con su actuación la igualdad de oportunidades. En cualquier caso, más que preocuparnos por el hecho de que hay individuos que tienen grandes fortunas, deberíamos sufrir especialmente por el hecho de que hay muchos otros –siempre son más– que tienen mucho menos. La cuestión debería ser garantizar la igualdad de oportunidades, que todos los jugadores salgan al terreno de juego con reglas similares, con el mínimo de ayudas arbitrales. Siempre habrá personas que tendrán más ventajas que otras, sea por circunstancias sociales, familiares o económicas, pero debe conseguirse que quienes no tienen tengan también su oportunidad.

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A pesar de la corriente de reducción de la pobreza que se había impuesto en los últimos años, a pesar del paréntesis que impuso la crisis de la cóvida, el elemento más preocupante es el aumento de la desigualdad, y más que entre países, la ampliación de la franja entre los que más tienen y los que menos tienen dentro de uno. Estas diferencias son las que deben evitarse especialmente porque, a corto o medio plazo, son los primeros elementos que contribuyen al triunfo de los populismos y liderazgos como el de Donald Trump en EE.UU., así como las ideas más extremistas. La cuestión no es que deje de haber ricos sino que no haya pobres, o que el estándar mínimo para vivir sea suficientemente elevado para que nadie sea pobre.