31/08/2025
2 min

La redacción del ARA Baleares da a una calle de la zona noble de Palma, una no sitio copado por galerías de arte de todo pelaje, cafeterías cuquis, un anticuario que no lo es y una inmobiliaria. A los guiris les encanta tomar fotos en esta calle. Es estrecho, asépticamente, impersonal, pero bastante pintoresco para los estándares de Instagram. A veces sale y paseo sólo para oír los comentarios de quienes se detienen ante la inmobiliaria, presentada con todos los tópicos del lujo nórdico; el blanco estandarizante, los muebles claros de diseño, los ordenadores Mac (Apple dona estatus) y los anuncios en tabletas. Todo digital, todo moderno, todo neutro hasta la náusea. Las galerías de arte no concitan, ni de lejos, tanto interés como la inmobiliaria. Tanto las casas de lujo como el arte contemporáneo están reservados para los ricos, pero en las primeras aspira todo el mundo y el segundo sólo interesa a quienes lo aprecian, a quienes fingen apreciarlo oa quienes (cerramos el círculo) quieren decorar sus casas de lujo.

Los extranjeros se sorprenden menos por los precios del mercado inmobiliario o no hacen demasiado aspavientos frente a las cantidades millonarias, pero la reacción de los españoles cubren un espectro amplio entre el deseo y la indignación. "Mira, mira, Dios santo, pero si con lo que vale esta villa nos podemos comprar el pueblo entero", le dijo un hombre en la treintena –camiseta, bermudas y chancletas– a su señora, que se limitó a asentir con un lacónico: "Por supuesto". Y siguió devorando su helado de chocolate Dubai. Pura tendencia democratizadora.

Los turistas se quedan hipnotizados frente a las tablillas y van dando pasitos para seguir sus anuncios como quien, paradójicamente, observa los cuadros de un museo, o de esas galerías de arte en las que casi nadie entra. Aunque deben ser rentables porque, como las inmobiliarias, les bastarán con pocos clientes para cuadrar el mes.

En la redacción no existe el lujo. Sólo nos emparenta con él que es diáfana, adjetivo que funciona como un plus en el mercado inmobiliario, porque carecer de paredes es mucho de arquitectos que diseñan para ricos. En este caso, es diáfana por pura funcionalidad, para que podamos vernos las caras, llamarnos titulares o hacernos los encargos cuando uno atraviesa la calle de las galerías de arte para comprar comida a precio de guiri. Después de llenarnos la barriga, no podemos comprar ni el pueblo de la mujer del helado.

stats