06/10/2025
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No hace muchos días, una señora publicaba toda compungida en una red social una imagen de uno de los numerosísimos parques que Manacor tiene a disposición del disfrute de la ciudadanía. Se lamentaba aquella mujer que, por la escasez de agua, el Ayuntamiento, o la entidad que fuera responsable, hubiera dejado de regar ese césped que tanta vida daba a un espacio exterior tan frecuentado por familias con sus niños, o por propietarios con sus perritos. Al punto, uno de esos comentaristas rabiosos se soltaba con ésta: "Han tenido que detenerse de regar porque los marroquíes van a buscar agua a las fuentes gratuitas y la pegan". Ni una palabra de las piscinas, ni de los campos de golf, ni de los hoteles.

Es sólo un ejemplo de los cientos de comentarios de este estilo que centran todos los males del mundo en las personas que pertenecen a un determinado colectivo.

Son hateros, o trolls, pero no hace falta ir con palabras raras ni eufemismos: es odio. Quizás podemos abstraernos o alejarnos del algoritmo controlado por la extrema derecha americana (ver en Wikipedia las entradas 'Steve Bannon' y 'Elon Musk'), de los perfiles falsos, de los botes y de todas estas heces virtuales que nos tiene abducidos, pero el odio ya es transversal. Hoy quien no vincula inmigración y delincuencia es buenista. Ahora, en pleno siglo XXI, quien no tiene rabia de unos niños que juegan a fútbol en la calle, es buenista. Aquí, quien no ve que todas las ayudas de servicios sociales de los ayuntamientos son para los recién llegados, es buenista. En Mallorca, quien no cree que quienes han venido de fuera lo han hecho para tomarnos el trabajo, es buenista. Hoy, quien no dice como Donald Trump, "primero los de aquí", es buenista. Como si ser bueno fuera malo. Como si quien quiere ser bueno tuviera que pedir disculpas por intentar serlo. No sé si me explico.

Hoy se usan aficiones tan curiosas como la caza del migrante, la rabia contra los pobres o la humillación de quien ya tiene la rodilla en el suelo. Y quienes las practican no deben pedir disculpas, porque está bien visto. La juventud cavila populistas revoluciones virtuales antisistema sin ver que se paran la lova a sí mismos. Hoy se usa ser malo, mentiroso y manipulador. El advenimiento del malismo (fijaos que no tiene entrada en el Termcat. 'Bonismo' sí que está ahí) nos aproxima peligrosamente a los movimientos fascistas que concluyeron en los años treinta del siglo pasado.

Son, aquellos que mencionábamos más arriba, los argumentos de la extrema derecha española, contra la que es muy bueno hacer posicionarse desde cualquier espectro ideológico de la catalanidad de aquí y de allá. También lo son, sin embargo, de Silvia Orriols, la contundente alcaldesa de Ripoll que con su lengua viperina e insobornable se ha convertido en el látigo implacable de la diferencia y del islam y en el martillo apisonador del confismo...

Orriols es una racista de piedra picada jaque todo el catalanismo oficial por el despojo que aplica a las miserias de un sistema que no sabe salir del callejón sin salida donde se ha metido.

De un lado, su aparición supone la constatación de la solvencia del rasgo diferencial catalán, que acoge así de forma autocentrada todas las tendencias del arco ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Podríamos decir que los catalanes, al fin y al cabo, somos como el resto del mundo, que vuelve a mirar en el pozo negro del fascismo, de la deshumanización de la diferencia y de la exclusión. Pero también supone un mal quien sabe si irreversible para el catalanismo democrático que habíamos conocido a finales del franquismo y hasta bien entrado el siglo XXI. Nos abominaba la populista y neofascista Lega Norte italiana de Matteo Salvini… pero ahora tenemos el mismo discurso dentro de nuestra casa y, si lo rechazamos, somos bonistas. De hecho, es la alcaldesa de Ripoll quien marca el camino del resto de formaciones. Es ella quien ha ganado el relato. Y son los demás quienes bailan a su sonido y se dejan seducir por los cantos de sirena de los votos que ahora ella recoge a paladas.

Aunque la dominancia del catalanismo contemporáneo haya sido casi siempre derechista, el padre Pujol, desde su posición de represaliado del franquismo, de democristiano compasivo y de diestro europeizante, convertía a Convergència i Unió en el palo de pajar del catalanismo, en un soportal bajo el cual de una voluntad de autocentramiento, fuera de la cuerda ideológica que fuera y fuera, también, del origen que fuese. La culminación simbólica de todo esto, y quién sabe si también el final, fue el abrazo fraternal entre Artur Mas y David Fernández ese lejano 9 de noviembre.

¿Cuál fue el secreto primigenio de todo aquello? Nos reimos, en su momento… La fórmula inclusiva: 'Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña'. El eslogan: 'Somos 6 millones'. Nadie está de más para construir un país nuevo y libre. Al contrario: todas las manos son necesarias. Y es en esa fraternidad solidaria y cooperativa, lejos de España y lejos del fascismo, donde debe raer la grandeza del país.

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