Las Islas y la ruta argelina

Hace unos meses, cuando empezaba a intensificarse la llegada de pateras procedentes de Argelia a las costas de Baleares, me llamaron de Radio Illa, de Formentera, para entrevistarme sobre el tema. La primera pregunta ya definía el sentido de la entrevista: ¿está consolidada la ruta migratoria entre Argelia y Baleares? Mi respuesta fue un poco rampante: ¡por supuesto! De hecho, hace casi dos siglos, esta ruta está consolidada.
Desde la colonización francesa de Argelia, un territorio casi a la misma distancia de las Islas que la península Ibérica, el país norteafricano se convierte en un destino prioritario de los emigrantes españoles del área mediterránea. Cada vez que existía una crisis agraria, la emigración era el principal mecanismo de autorregulación de la población y de sus necesidades. El mayor éxodo fue con la crisis de la filoxera, que puso fin a la mayoría de los cultivos de viña, vitales para la subsistencia del campo isleño.
Incluso podríamos remontarnos más atrás en el tiempo, como cuando los mallorquines fueron enviados por el rey Fernando de Aragón a Bugia, en la costa argelina, a hacer la guerra. Como el rey no los pagó, los supervivientes se guardaron las armas que hicieron posible la revuelta de las Germanías, hace 500 años. La ciudad argelina, por cierto, es el mismo lugar donde Ramon Llull, un par de siglos antes, había predicado en árabe, manteniendo una disputa con los sabios de la ciudad a principios del XIV, recogida en su obra escrita.
A finales del siglo XIX la colonia española más importante en Argelia era la de los menorquines, de unos 20.000. Cada vez que un barco de la metrópoli francesa pasaba por la isla, se enrolaban menorquines y menorquinas en busca de una vida mejor. También había gente de las otras islas, así como alicantinos, almerienses, murcianos… Albert Camus, el famoso escritor, considerado un pied-noir para los franceses (un argelino emigrado a la metrópoli francesa) era en realidad un descendiente de menorquines, como menorquines son también los personajes de su novela El Extranjero. En Argelia se sigue hablando el patouet, o 'mahonés', el dialecto del catalán hablado por los descendientes de la comunidad menorquina en el país.
Ya en el siglo XX, Damià Ferrà-Ponç da cuentas de la emigración de los campaneros (como la de muchos otros mallorquines) hacia Argelia en la posguerra, en las décadas de los años 40 y 50. Partían exactamente de los mismos lugares (como las playas y calas de Santany) argelinos y africanos huyendo del hambre, las guerras y la persecución. El llamado estraperlo también podemos enmarcarlo aquí: Joan March se hizo rico con el control de la ruta, pero la mayoría de isleños utilizaban la ruta por pura subsistencia.
En cualquier caso, lo cierto es que este siglo aquella antigua ruta se ha reactivado, pero en el sentido contrario, de Argelia hacia Baleares, por motivos obvios. Especialmente a partir de 2022, cuando se rompe el acuerdo de amistad con Argelia por el conflicto con el Sáhara, con el cambio de la posición histórica del reino de España. También ha cambiado en los últimos años la composición de la gente que se embarca, mayoritariamente argelinos jóvenes y personas de toda edad y condición de otros países africanos, que han atravesado medio continente en condiciones de máxima precariedad y violencia. En los últimos meses llegan incluso personas de Somalia, a más de 8.000 kilómetros de nuestro archipiélago… No podemos ni siquiera hacer una idea de lo que esto representa, y que todas estas experiencias se reduzcan, en el mejor de los casos, a meras cifras sin alma. Muchos la han dejado por el camino. Muchos también han dejado la vida.
Porque la ruta entre Argelia y Baleares es una ruta de esperanza para mucha gente que hoy sufre tanto o más que los isleños en el pasado. Pero también es una ruta de muerte: más de 328 víctimas en los primeros cinco meses de este año, más de 500 el año pasado, y tantas otras desaparecidas, tal y como ha denunciado Helena Maleno, Doctora Honoris Causa por la UIB.
Esperanza y muerte danzan de la mano en esta ruta, pero esto podría ser del todo evitable. Porque más allá del alarmismo político y mediático y de la criminalización racista, la respuesta a todo ello debería ser por encima de todo humanitaria. Reconociendo un hecho que viene de atrás, atendiendo a las personas que llegan dignamente y combatiendo los discursos de odio que ponen el foco sobre aquellos que no son más que un flash que nos recuerda nuestro propio pasado reciente. Si somos capaces de acoger a veinte millones de turistas, pero protestamos porque no queremos cuidar a 49 niños, o nos quejamos por rescatar y tratar con un mínimo de dignidad a gente que (conviene recordarlo) justo pasa por ahí unas horas, porque ni siquiera somos su destino final, debemos hacerlo mirar. Pero mucho.