08/12/2025
Professora
3 min

Los medios se hacen eco de una polémica de calado. Una gran injusticia perpetrada por el Ayuntamiento de Palma: la iluminación de Navidad no llega, con igual profusión e intensidad, a todos los rincones de la ciudad. Intolerable.

Los argumentos, definitivos, tienen que ver con el derecho a la alegría de la gente trabajadora, con la ilusión de los niños, con la activación de las compras de Navidad... Todo irrefutable.

Parece mentira cómo hemos interiorizado como "necesidad básica" esta tudadiza injustificable de las luces de Navidad. El problema no es que las barriadas tengan pocos, sino toda la absurdidad que colgamos por las calles, sean centrales o periféricos. Éste citivos, altivos, fortivos aplicado sistemáticamente y año tras año en cada faceta del consumo desaforado, no es sostenible. ¿No deberíamos empezar a retroceder?

Ahora parece una entelequia pero en los años 70 –en plena crisis del petróleo y con la austeridad ocupando todavía una considerable centralidad en el sistema de valores general– la cuestión de la iluminación navideña era objeto de debate social y recibía una contestación significativa. Algún año se aplicó la contención o, incluso, el decrecimiento. Y bien entrados en los años 80, el alcalde Aguiló aún encendía las luces –discretísimas– el 23 de diciembre.

Ahora los datos son espectaculares y, obviamente, siempre en ascenso: 3.350 módulos de luz, 614.396 m de guirnalda (12% más), 1.048 bolas de luz, 1.106 árboles encendidos Sebastián. A veces están encendidos siete horas; a veces, toda la noche... Pero la única polémica es que aún podría haber más.

La visión acrítica y desarrollista sobre la iluminación de Navidad es el espejo de una época en la que hemos aprendido a confundir el consumo con el bienestar, la diversión con la libertad y la tudadiza con la prosperidad. Y esta lata del colapso energético y de la emergencia climática no nos pisará la fiesta.

La COP30 ha evidenciado una vez más las dificultades de avanzar en la acción climática: el trumpismo negacionista, la falta de liderazgo europeo, el debilitamiento del multilateralismo y de la cooperación internacional, la dilación de la agenda climática –pervivencia de los vehículos y centrales de combustión, ampliación incógnitas sobre la ética y la equidad de los procesos de transición, las expectativas económicas de las grandes potencias y de los imperios empresariales, la temeraria caparrudez del 'Drill, baby, drill'desde Texas hasta el Ártico...

Y en este contexto general, es donde nuestra compulsión consumista –nihilista y evasiva– llega a cotas inasumibles, pero que hemos ido normalizando en forma de 'necesidades básicas', 'placeres cotidianos', 'alegrías infantiles', 'alegrías infantiles' irrenunciables'... al estilo de la decoración navideña, el blackfriday, la fast fashion, la climatización exagerada, la IA (+80% del consumo energético en tres años), los tardes, las cenas de empresa, los regalos, las rebajas, los amigos invisibles, las terracitas, los desplazamientos innecesarios, la hiperactividad social... no fuera que quedáramos con algún retraso.

Y entre todas las 'necesidades básicas' que nos hemos ido creando –y perdonando–, destaca una cláusula incuestionable: el turismo como derecho fundamental. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad... y tienen derecho a viajar.

Fue divertido oír al catedrático de Derecho Civil Sergio Nasarre en las jornadas sobre vivienda organizadas por el Gobierno –un auténtico aquelarre neoliberal, por cierto–, donde explicó que el gran problema de haber regulado –no prohibido– el alquiler turístico en Nueva York ha sido "el aumento descomunal del precio de los hoteles". Como si esto, naturalmente, tuviera que preocuparnos mucho a todos y tuviéramos que empatizar más con un turista que busca hotel, que con una familia que no encuentra casa.

Y es que lo de viajar (8% de las emisiones globales) se nos ha ido de las manos. El 100% de los vuelos PMI-MAD de diciembre están ya completos. Los pasajeros de la conexión Palma-Nueva York han aumentado un 30% en el 2025 y, obviamente, no todos son americanos... Los intercambios turísticos –insistimos: bidireccionales– con México, Canadá, China, Australia, Brasil, Golf Pérsico... siguen extremadamente al alza en Baleares.

Los datos son de Turespaña, pero basta parar la oreja en la tienda, en la peluquería, en la oficina, en la sala de profesores... Cada lunes, repaso de 'escapadas': un concierto, un cumpleaños, unas compras, llevar lotería... como quien coge un taxi. Y al volver de vacaciones, sesión 'Marco Polo' general: si no acabas de llegar de Tailandia o de Vietnam, mejor callar. Pero, claro, los turistas son siempre los demás. Y nuestras emisiones, veniales.

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