
El doble de la población de las Islas Baleares retenida en un territorio del tamaño de medio Menorca, condenada al hambre, al asesinato sistemático ya la incertidumbre mientras la comunidad internacional lo mira con ademán más o menos grave. Pero… ¿qué podemos hacer ahora y desde aquí? ¿Cómo podemos ayudar, aunque sea con un gesto ínfimo?
Luchar contra lo que el corazón o el cerebro no pueden entender es difícil. A veces incluso cuesta poner palabras que no suenen ridículas o que no hagan corto. Se podría decir que es una catástrofe, pero no tiene nada natural. Se podría decir que es una injusticia, pero interviene un grado de maldad que supera lo que es justo y lo que no lo es; la justicia, al menos, reposa sobre unas normas convenidas por un colectivo. Se podría decir que es una vergüenza para todos los seres humanos, y especialmente para los políticos, pero ¿desde cuándo la dignidad o la vergüenza son el motor que activa las decisiones, en este ámbito? Pasado esto, queda el horror, sólo comparable al Holocausto nazi oa otros genocidios como el de Bosnia o el de Camboya, y la frustración inmensa de seguirle televisado, minuto a minuto, con la dolorosísima sensación de no saber cómo intervenir.
Hablar puede ser un primer paso. Repetir, cada día y en cada ocasión posible, que ahora mismo, nada lejos de Europa, en la misma orilla del Mediterráneo que baña nuestros pies, un gobierno presidido por un hombre sobre el que pesa una orden internacional de arresto está a punto de culminar su proceso de aniquilación de un pueblo, el palestino. Hablar de cifras, historias, personas. De refugiados, de exiliados, de muertes. Sólo así conseguiremos empujar a nuestros gobernantes a dar la cara por los derechos humanos ya cortar en seco cualquier relación con los responsables de esta infamia. Si Irlanda, Noruega, Eslovenia y España reconocieron el estado palestino el año pasado no fue para nada más que eso, y sólo será insistiendo en que tal vez podamos ver más avances en este sentido.
También con nuestro dinero: un movimiento mundial ha convocado una huelga de consumo que todo el mundo puede hacer desde su casa, desde su ámbito, cada jueves. Se trata, sencillamente, de protestar a través de la no contribución a este sistema económico que permite que esto sea posible, un aviso a las energéticas, a las grandes empresas y corporaciones, muchas de ellas con intereses vinculados a los promotores del genocidio, para que sepan que nuestro dinero no se puede utilizar para financiar esta vergüenza.
La impotencia, la indignación, pueden ser inmensas. Seguramente mayores que nuestro ámbito de acción. Pero creo que somos unos cuantos los que no nos perdonaríamos nunca aprovecharlo en un momento crucial como éste. Antes de que sea demasiado tarde. Antes de que ni siquiera hablar de ello ya sirva para nada.