Con la Feixina, nada que hacer

La iniciativa del diputado mallorquín de Sumar, Vicenç Vidal, de pedir que el monolito fascista de la Feixina se incluya en el catálogo estatal de símbolos franquistas es, sin duda, loable, necesario. Como lo es también la determinación del gobierno de Pedro Sánchez de ponerse firme con la memoria democrática y contra toda alabanza de la dictadura. El problema es que todo esto a Feixina le llega cuando ya no sirve de nada. Con Feixina, nada que hacer. No hay nada que hacer ahora, ni mañana, y creo que tampoco dentro de muchos años.

Tocaría un mínimo de honestidad. Porque cuando los partidos de izquierdas que hoy gobiernan el Estado sí tuvieron aquí el poder para tumbar el monumento, no sólo no lo hicieron, sino que miraron hacia otro lado. No se atrevieron. Amasaron. Alargaron plazos. Y, lo que es peor, acabaron blanqueando el monumento con excusas legales, miedo institucional y cálculo político. Todo esto, teniendo informes claros, rotundos y reiterados de los técnicos de Patrimonio del Consell de Mallorca –quiénes son o deberían ser la autoridad en esta materia– que decían exactamente lo mismo que dicen hoy y lo dijeron incluso en los juzgados: La Feixina no tiene ningún valor patrimonial. Cero. Nulo. Es un símbolo franquista sin maquillaje posible.

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Este criterio no es ninguna extravagancia técnica. Lo comparte una parte importante de la sociedad mallorquina y, sin lugar a dudas, la mayoría de los votantes de izquierdas. Pero nada se hizo cuando se podía hacer. Y cuando se intentó reaccionar, todo estaba bien cocinado: informes a medida, expedientes administrativos llenos de irregularidades y una telaraña judicial diseñada para salvar un monumento inaugurado por Franco a finales de los años cuarenta.

Hoy, la realidad es peor, es casi obscena. Porque la Feixina ya es un bien patrimonial protegido, aprobado y, por eso, blindado por administraciones gobernadas por la derecha con la extrema derecha al lado o alienándolos en la nuca. Con la Ley de patrimonio en la mano, Feixina no se tomará. En Palma, incluso, se acaba de decidir que se dedicará una calle a la que fue su arquitecto. Y a su alrededor, la extrema derecha sigue celebrando, impune, sus efemérides. Todo en orden.

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Está claro que hay que incluir la Feixina en el catálogo estatal de símbolos que atentan contra la memoria democrática. Sólo faltaría. Pero que nadie engañe a nadie, esto no deshará el mal hecho. No revertirá la cobardía política que hubo durante años por partes de quienes renunciaron a afrontar un conflicto que sabían que existía, ni tampoco la determinación que han demostrado los demás enseguida que han tenido poder para eternizarla.

Por ahora y si no cambian mucho, pero mucho, las cosas, Feixina nos da una lección amarga. Cuando la democracia duda, el fascismo arraiga. Y mirar hacia otro lado no es neutral. Tiene consecuencias. Y a menudo duran décadas.