Charlie Kirk, la violencia y Ramon Llull
La estatua de Ramon Llull en el paseo de Antoni Maura, frente al muelle Vell, recoge en los diversos idiomas en los que el sabio mallorquín predicó (catalán, árabe, latín) algunos de los versículos del Libro de Amigo y Amat que no han perdido vigencia, a pesar de haber sido escritos hace ocho siglos: la justicia procura la paz, y la injuria, la guerra; las palabras humildes son nuncios de paz y las soberbias, de guerra. Palabras que servirían casi para cualquier contexto geográfico, en cualquier momento de la historia, y que explican tanto lo que ocurre en Palestina como el ascenso del fascismo a los países occidentales en los últimos años.
Además, hace unos días murió asesinado Charlie Kirk, mediático activista de la derecha extrema estadounidense. Aunque el entorno de Trump de repente culpó a las izquierdas de atizar la violencia, lo cierto es que el culpable confeso del asesinato de Kirk era un joven desequilibrado miembro de una familia bastante conservadora.
Matar es casi siempre condenable, pero me guardaré la hipocresía y en este caso diré que me sorprenden (y me sobran) las alabanzas, homenajes e incluso la máxima condecoración decretada por Trump para un personaje que ya hacía un buen puñado de años que esparcía odio y violencia. Porque violencia no es sólo matar, sino también proclamar que hay que violentar a los demás: quienes no piensan como tú, quienes no aman como tú, quienes son de otro color, quienes tienen menos que tú. Haría bien el PP en no sumarse a las consignas pro-Kirk sin haber leído ni escuchado a los exabruptos de un personaje que no es que ejerciera su derecho a la libertad de expresión, sino que ponía en peligro la libertad y la vida de los demás cada vez que tuiteaba. De Vox no espero nada, porque parece que serían felices de reproducir aquí el ambiente de preguerra civil como el que se vive en Estados Unidos hoy en día.
En un país con más armas que ciudadanos, Charlie Kirk se ha dedicado en cuerpo y alma a defender la libre tenencia de armas. De poco han servido las matanzas en escuelas e institutos estadounidenses que se han producido en los últimos años. Cientos de niños y jóvenes asesinados por sus propios compañeros en la mayoría de los casos, desde la sonada masacre de Columbine, en 1999, que debía marcar un punto de inflexión sobre el control de armas que no sólo no llegó, sino que se ha ido relajando con el tiempo. El ácido Michael Moore retrataba al más que recomendable documental Bowling for Columbine como en el trasfondo de este tipo de sucesos existe una cultura del miedo profundamente arraigada en la sociedad norteamericana desde los antiguos peregrinos, así como el peso de instituciones proarmamentísticas como la Asociación Nacional del Rifle.
Pero volvamos a las palabras de Ramon Llull, presentadas en forma de interrogante: si no hay justicia, ¿es posible la paz? En el mundo democrático, 'civilizado', lo que garantiza la justicia no es sólo el sistema judicial, sino sobre todo un estado que procura que las personas tengan un mínimo de derechos existenciales cubiertos, a través del llamado 'estado del bienestar'. Estados Unidos, sin embargo, ha liderado en las últimas cuatro décadas su desmantelamiento, hasta el punto de que es el único estado de la OCDE sin cobertura sanitaria universal. Esto lleva a millones de personas y familias al endeudamiento y la desesperación, hasta el punto de que se repiten los casos de personas mayores que cometen pequeños crímenes para así ser detenidas y recibir una mínima asistencia en prisión. No entraré en los miles de muertes por sobredosis de fentanilo, que además de no ser tratadas al nivel de una pandemia como el tema merece, son el reflejo de una fuga hacia adelante a través de las drogas. Otro problema que no se arreglará enviando portaaviones contra las 'narcosajas'.
Es esta ausencia de justicia que ha hecho que otro joven, Luigi Mangione, se haya convertido en un héroe popular para muchos estadounidenses tras asesinar a un importante CEO sanitario meses atrás. Éste es el peligro de no señalar la violencia estructural del sistema estadounidense o de cualquier otro: que la gente trate de hacer justicia por su cuenta. Pero esto, evidentemente, sólo traerá más violencia.
Las democracias, empezando por la estadounidense, pero con un claro aviso para navegantes, están hoy en peligro, no porque el fascismo toque en la puerta, o incluso ocupe despachos importantes, sino porque no puede haber justicia si los estados no miran por el demos. Y esto significa que las administraciones no pueden ser cáscaras vacías que no solucionen los problemas, pero sobre todo las necesidades de la mayoría de la población. De momento, aquí también, buena parte del quehacer político y mediático se dedica no a arreglar problemas, sino a negarlos, o lo que es peor, a inventarlos. Y de paso también se inventan culpables, pero siempre alerta, eso sí, de no tocar a los poderosos.