¿Se apaga la estrella de Menorca?

El añorado Guillem Frontera, en la entrevista que le hice para la miscelánea de homenaje coordinada por Damià Pons y editada por Ensiola, insistía en convencerme de que, pese a la sensación de que a veces podamos tener los menorquines, porque cada uno se teme de lo que es suyo, Menorca ha aguantado diferentes caras de una misma acometida. Por comparación con lo que ha sucedido en Mallorca y en Ibiza, Guillem elogiaba la prudencia de los menorquines, los pasos lentos y contenidos hacia el turismo sin abandonar otras actividades económicas, desde el campesinado hasta la industria, la continuidad del asociacionismo, la preservación de un paisaje humanizado y vivo. Toda una serie de virtudes, decía Guillem, que generan en el visitante foráneo la sensación de pisar una tierra civilizada, y que hacen de Menorca un referente luminoso, profundamente mediterráneo, que persiste en medio de un entorno desfigurado.

A todo lo que me decía yo le respondía que sí sin embargo. Que quizás nos lo hemos creído demasiado, y que esta complacencia nos ha hecho creer que estábamos vacunados contra los excesos, cuando todo es frágil y provisional. Que a menudo la comparación con Mallorca o Eivissa ya no tiene el efecto de ponernos alerta por lo que puede sucedernos, sino anestesiarnos ante las amenazas porque aquí no estamos tan mal. Guillermo me dijo que me entendía cuando le prevenía de la adulación, porque, efectivamente que las cosas sean así hoy no es garantía de nada, ya que se puede destruir rápidamente lo que ha costado generaciones de levantar.

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Teníamos esta conversación en noviembre de 2021 (todavía llevábamos mascarilla). Solo han pasado cuatro años, pero a veces parecen décadas. Cuando se refería a Mallorca, Guillem subrayaba que no hablaba nostálgicamente de la Mallorca que había sido, sino de la que pudo ser, ya eso contraponía el camino que había hecho Menorca. De acuerdo. Pero cada vez tengo más la sensación de que el desguace ya ha empezado. Que no lo tenemos todo perdido, pero que, si no rectificamos pronto, acabaremos hablando, también en Menorca, de lo que habríamos podido ser.

Los recientes reportajes de David Marquès en el ARA Baleares, excelentes, muestran unas cuantas de las cosas –demasiadas cosas– que hacemos entre mal y muy mal, y nos están haciendo perder pistonada como referentes en sostenibilidad. Si no ponemos remedio, si no revertimos la dinámica actual, la famosa y presumida etiqueta de Reserva de la Biosfera se convertirá en un oxímoron.

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El denominador común es el vuelco del modelo y la inversión de las prioridades. Si el problema es la masificación turística y los expertos nos dicen que la saturación de la isla ya ha superado sus posibilidades, ahora resulta que en lugar de dimensionar la oferta a su capacidad y respetar los límites insulares, tanto los naturales como los de servicios e infraestructuras, debemos adaptarnos a la demanda ensanchando artificialmente nuestras capacidades.

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Fuimos los primeros en hablar de limitar la entrada de coches en verano, pero seremos la última manzana que aplicará esta medida, por detrás de Formentera, Ibiza y Mallorca. Presumimos de ser la única isla sin autopistas, pero ahora planificamos más carriles en las carreteras y haremos más aparcamientos en todas partes para que quepan todos los coches que vendan. Fuimos la isla que lideraba el debate por la contención del alquiler turístico, pero ahora lo permitiremos incluso en rústico para convertir las casas de payés en chalés. Decíamos que había que frenar la masificación porque no hay agua suficiente para todos, pero ahora tenemos que planificar desaladoras para desafiar cualquier límite. Escogimos no incinerar el estiércol y priorizamos la reducción de los residuos, reto asociado a la limitación del turismo, pero ahora la culpa es de los ayuntamientos porque no hay suficientes contenedores para recoger todos los estiércoles que deja la sobrepoblación en verano. Teníamos un plan territorial premiado y de referencia, pero ahora lo convertiremos en la herramienta para planificar y acelerar la urbanización y amnistiar a quienes se saltaron la ley.

Todo esto es Menorca, ahora mismo. El proceso es reversible, pero el tiempo para rectificar se estrecha. Aquel brillo del que hablaba Guillem Frontera se apaga. Si no vamos, la única estrella que nos quedará será la de la cerveza que cada año nos cruje con su panfleto pijoflauta, vendedor de una Menorca tan auténtica que no existe, aunque algunos indígenas le rían la gracia y encuentren que es fantástico vivir en este parque temático.