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Joan Perelló es –y podemos afirmarlo con orgullo– uno de los poetas más valiosos que tenemos en Mallorca en concreto y en los Països Catalans en general, pero en los últimos años también ha sabido demostrar que es un prosista de verbo afilado, de trama seca y de primerísima categoría. La verdad: tanto sus cuentos como sus novelas siempre me han entusiasmado, saben a ginebra, huelen a tabaco fuerte y se leen talmente literatura clásica. Por eso me alegra algo de no decir que Ensiola Editorial vuelva a apostar por este escritor de call rojo y piedra picada que vuelve con una recopilación de cuentos que se lee como si fuera una novela y que tiene un título precioso, inclemente y perfecto: Aire de intruso.

El universo narratológico de Joan Perelló está habitado por personajes anónimos y sin gloria que solo encuentran consuelo en placeres mundanos como andar de madrugada o tumbarse sobre la hierba, pero que, sin embargo, han acabado devastados por la vida, que siempre es un puta. Su error ha sido caer en el pecado de la cobardía o en una trampa aún peor: haber preferido no hacer nada a la manera de Bartleby. Pero, por supuesto, esta inactividad arrastra hacia consecuencias funestas, no porque protagonicen grandes tragedias sino más bien lo contrario, ya que sus existencias resultan ser anodinas, mediocres, patéticas, vacías. Sus desventuras cotidianas en ambientes urbanos de cierta sordidez se van describiendo a través de la acertadísima técnica del flujo de conciencia, que Perelló domina con mano maestra y de esta forma refleja minuciosos detalles psicológicos y confirma un recorte por los hechos puramente fisiológicos: molestias, dolores Aire de intruso es, en efecto, un volumen que supura ajenos crepusculares, oprimidos por la sensación de una muerte cada vez más cercana. No es extraño, pues, que la obra esté dedicada al añorado Guillem Frontera o que dialogue con los legados más cáusticos y escalofriantes de Bartomeu Fiol, Josep Maria Llompart y Jaume Pomar, por citar voces afines.

Como en sus mejores versos, Joan Perelló pasa gusto con las enumeraciones de elementos, porque tienen la capacidad de condensar el mundo, y sus mejores páginas narrativas parecen autorretratos herméticos que confirman sus pasiones. Por eso sus criaturas de papel merecedoras de compasión disfrutan escuchando a Bach, escrutando atlas, bebiendo café, fumando cinematográficamente o deseando haber sido buenos matanceros. Ahora bien, conviene que no confundamos al autor con sus múltiples voces, que aquí se despliegan con ácidas reflexiones sobre el mundo que arrastran hacia sentencias cargadas de humor negro en las que la lógica cotidiana obliga a aceptar la situación: que la mayoría de gente vive su vida con un menfotismo que, al final, pasa factura.

'Aire de Intruso'. Editorial Ensiola. 136 páginas. 18 euros
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