De 'postureo' a 'cringe': cómo nacen y sobreviven las palabras nuevas

Cuando decimos 'cringe', 'postureo' o 'boomer', quizás sin saberlo contribuimos a la renovación constante del catalán. Los neologismos no aparecen por capricho: responden a necesidades expresivas y sociales, y son uno de los signos más claros de que una lengua está viva y en movimiento

Una pareja se hace una foto frente a la Catedral de Palma
18/10/2025
4 min

PalmaHas dicho nunca 'cringe'? Y 'boomer', 'random' o 'postureo'? Si la respuesta es que sí, quizás sin darte cuenta has participado en el proceso de renovación léxica del catalán. Si la respuesta es que no, seguramente las has oído igualmente –en las redes, en la tele o en una conversación– y quizás te han hecho dudar de si son palabras 'buenas' o 'incorrectas'. Esta vacilación, aparentemente anecdótica, muestra que la lengua se adapta constantemente a la realidad ya las necesidades expresivas de los hablantes. De hecho, los neologismos son uno de los síntomas más claros de la vitalidad de una lengua.

Desde el punto de vista lingüístico, un neologismo es una unidad léxica de creación o incorporación reciente, ya sea porque designa una realidad nueva o porque adopta una forma nueva para expresar una idea ya existente. Sin embargo, el criterio de novedad es relativo: una palabra puede parecer nueva para un grupo de hablantes y, al mismo tiempo, estar plenamente consolidada para otro. Piensa, por ejemplo, en 'empoderar' y 'sostenibilidad'. Son términos con décadas de recorrido en textos especializados, pero para mucha gente siguen sonando como novedades. Esta percepción depende de la frecuencia de uso, del canal de difusión y sobre todo de factores como la edad, el entorno social o el contacto con otras lenguas.

Generar neologismos

Las lenguas generan neologismos por diversas vías. La más transparente es la creación interna, es decir, formar nuevas palabras con los recursos propios. Es el caso de 'postureo', derivado de 'postura', o de 'botellada', a partir de 'botella'. También existe la neología semántica, que consiste en dar un significado nuevo a una palabra ya existente. Un ejemplo claro es el de navegar: antes sólo quería decir "desplazarse por el agua", pero con internet adquirió un nuevo sentido, digital y metafórico. Otros mecanismos de formación de palabras nuevas son la siglación y la acronimia, que encontramos en palabras como 'dana' ('depresión aislada en niveles altos') o 'covid-19' ('coronavirus disease 2019'). Finalmente, existe la neología por préstamo, que quizás es el mecanismo más habitual hoy. En un mundo globalizado e hiperconectado, las lenguas incorporan constantemente formas de otros idiomas. En catalán, buena parte de los préstamos recientes provienen del inglés, pero también los hay del castellano, del italiano, del francés, del árabe, del japonés y de muchas otras lenguas.

Ahora bien, el hecho de que una palabra aparezca no significa que se quede. Los estudios de neología como los que realiza el Observatorio de Neología de la Universidad Pompeu Fabra muestran que muchas creaciones son efímeras y desaparecen tan rápido como han surgido. Para que un neologismo arraigue, debe responder a una necesidad real y encajar dentro del sistema lingüístico. Muchas palabras nuevas surgen en contextos restringidos (ámbitos técnicos, mediáticos o juveniles) y sólo más adelante, si atraviesan estas fronteras, llegan a consolidarse. Cuando una palabra se extiende entre grupos distintos de hablantes, deja de sonar 'nueva' y gana estabilidad. Es entonces cuando puede dar el salto al diccionario normativo, como el Diccionario de la lengua catalana del Institut d'Estudis Catalans. Pero el orden está claro: primero se usa, después se acepta y, finalmente, se incorpora. No es el diccionario el que crea las palabras, sino la comunidad de hablantes.

Aquí es donde entra el debate sobre la relación entre uso y norma. ¿Hasta qué punto es necesario adaptar o traducir los neologismos? Los criterios actuales del IEC y del Termcat tienden a recomendar la adaptación cuando es viable ('squat', 'estríming'), a preferir formas propias cuando existen alternativas naturales ('patrocinador' por 'sponsor', 'autofoto' por 'selfie'), ya mantener el préstamo original cuando la traducción sonaría artificial ('hooligan', 'web', 'amateur'). El objetivo es encontrar un equilibrio entre la fidelidad en el sistema lingüístico y la naturalidad de uso.

En cualquier caso, debemos rehuir la idea de que una palabra no 'existe' porque no está en el diccionario (¿cuántos picos lo ha oído esto?). En realidad, es justo al revés: una palabra entra en el diccionario porque ya existe. El diccionario no crea su uso, lo reconoce. Cuando palabras como 'chat', 'blog' o 'gentrificación' fueron incorporados, ya llevaban tiempo circulando entre los hablantes y los medios. El IEC, por tanto, no hace una apuesta de futuro, sino una constatación del presente. Las palabras no esperan un permiso de las autoridades normativas para nacer: simplemente comienzan a circular.

Si hay un espacio donde los neologismos proliferan sin freno es el de las redes sociales. La comunicación digital ha acelerado como nunca la creación léxica y ha reducido los tiempos de asentamiento. Una palabra puede empezar a circular hoy en TikTok o Instagram y mañana ser de uso común entre adolescentes de todo el dominio lingüístico. Esta inmediatez hace visibles los procesos de cambio léxico en tiempo real y acentúa la variación geográfica y generacional. Los jóvenes pueden llegar a ser auténticos laboratorios de innovación lingüística: sólo hay que oírles hablar ('cringe', 'semado', 'random', 'crush', 'cancelar a alguien') para ver cómo hacen circular palabras nuevas y cómo estas palabras, con el tiempo, pueden pasar al registro coloquial general.

Cambio cultural

Cada neologismo dice algo sobre el momento histórico en el que aparece, porque se vincula con un cambio cultural o algún tipo de innovación. 'Empoderar' refleja nuevas luchas sociales; 'sostenibilidad', una nueva conciencia ecológica; 'streamer' o 'podcast', una transformación en la forma de comunicar. Los neologismos son, por tanto, indicadores del cambio social y, al mismo tiempo, garantías de vitalidad lingüística. Una lengua sin palabras nuevas es una lengua que no se renueva, que no sabe decir el presente. Y sí, algunas palabras desaparecen tan rápido como llegan (nadie va al cibercafé o habla de los internautas), pero otras arraigan y acaban pareciendo 'de toda la vida'. Al fin y al cabo, cuando una lengua tiene la capacidad de absorber y adaptar el cambio, demuestra que está viva.

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