Pomadas, futbolín y humo: la leyenda de Ca n'Àngel, el bar que Palma no olvida

El establecimiento todavía es recordado como uno de los más carismáticos del centro de Ciudad

PalmaCorría el año 1964 cuando el padre de Àngel Casellas (también Àngel) abrió un bar que se convertiría en uno de los más auténticos y míticos del centro de Palma. El establecimiento se convirtió en toda una institución, y sirvió cafés, pomadas y cervezas nada menos que durante 56 años. Casellas padre le inauguró con otros dos primos, pero poco después quedó al frente del negocio. El auge, comenzado en 1973, se extendería durante más de dos décadas. Los años 80 fueron la mejor época del negocio.

Una de las claves del éxito de este bar tan carismático fue el hecho de conseguir que la clientela acudiera a Ca n'Àngel tanto para merendar, como para hacer el menú al mediodía o para hacer unas bebidas por la tarde hasta bien entrada la madrugada. Entrar en Ca n'Àngel era como adentrarse en una especie de refugio, un escondite al que tenías que bajar casi dos metros desde la altura de la calle. Era acogedor por las paredes forradas de madera, sus marcos con fotografías y pinturas, y la mano de los Casellas para saber tratar a la clientela, que parte de ella era una familia.

"El nombre viene de mi abuelo, Àngel Casellas, un ingeniero de Manresa que montó una fábrica textil en Mallorca", explica Àngel, el alma del local, que, junto a su hermano Toni, regentó desde el 2009. El éxito de las botellas de pomada fue idea de su padre. "Había mucha gente que venía a hacer la previa antes de ir a la discoteca y se podían beber cuatro o cinco por persona. Durante años fue el más pedido del bar", apunta sobre clientes que también pasaban la tarde jugando al futbolín, al billar oa las cartas.

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"Lo que más me gustaba de Ca n'Àngel era que te sentías casi como en casa. Si eras habitual, conocías a la clientela y ya sabías quién te encontrarías. Podías ir solo y dar la charla con alguien o hacer una partida al futbolín y alguna bebida", recuerda uno de los clientes de un bar donde también se conversaba sobre música. "Cuando se podía fumar dentro del local, se acumulaba tal nube de humo, que cuando entrabas tenías que tener cuidado de no caer por los escalones o chocarte con el olivo, porque apenas veías", señala. "Aunque normalmente iba por la tarde, la época que tuve un trabajo en Palma, a menudo iba a comer. El menú que hacían, calidad-precio, no tenía competencia en la zona", asegura.

"Antes de trabajar en el bar, hice de comercial, pero los fines de semana iba porque se llenaba a rebosar. Estábamos cuatro detrás de la barra y no dábamos al alcance. Para trabajar allí tenías que ser uno Super Saiyajin. En aquella época se podía fumar y mi hermano y yo teníamos que salir de vez en cuando a respirar fuera porque, aunque éramos fumadores, nos ahogábamos", continúa.

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"Nos habrían podido poner una multa por aforo cada semana", recuerda Àngel. viajes, con más de 100 personas dentro de Ca n'Àngel, y todo el mundo quedaba servido. Su ilusión y energía quedó en el local. Era como un santuario donde pasaba gente de todo tipo y todos los estilos, y nunca hubo peleas: punkis, heavys, jóvenes, mayores, incluso ricos que buscaban un espacio en el que nadie les molestara. Todo el mundo se respetaba", remarca. Cientos de personas, grupos de jóvenes y no tan jóvenes, parejas y clientes sólo pasaron horas jugando, hablando y compartiendo un espacio que se convirtió en único durante unos años en el centro de Ciudad. esclavo. Recuerdo trabajar 19 horas y media un día. Además, no todo el mundo que va gato es simpático", añade. También apunta a la cantidad de normativas actuales como una dificultad añadida. "Si quieres ofrecer precios que no sean desorbitados, debes tener volumen de clientela, y eso las normativas de aforo no lo permiten", opina. conocer y conversar con personas que tenían historias muy interesantes y esto te llena. Somos lo que hemos vivido", dice.

Pero nada dura para siempre, y Ca n'Àngel también tuvo que bajar la barrera. "Sabíamos que teníamos una fecha final de contrato, pero pensábamos que se podría ampliar y que no habría ningún problema. Luego decidimos ahorrar, por si tuviésemos que cambiar de local", recuerda.

La crisis sanitaria del cóvido precipitó el cierre del emblemático local. "El hecho de no tener terraza nos sentenció. Y pese a tener ahorros, no pudimos resistir tantos meses cerrados", lamenta. "Para quien realmente nos valoraba, el cierre fue como un desamor", asegura. "Para otros, como siempre, todo el mundo añora cuando ya no está", dice con resignación.

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"Desconozco qué negocio sustituirá al bar, pero sé que la propietaria firmó la venta de todo el edificio con una gran empresa", confiesa. Aun así, nada detiene a los hermanos Casellas: hoy en día Ángel es electricista y Toni, cocinero. "Me gusta porque he vuelto a trabajar con las manos, y hacer de electricista me aporta la realización que necesita. Tiene una parte más suave y una parte más dura", concluye.

El bar responde:

¿Qué música solía sonar?

— Rock 60,70 y 80. Led Zepellin, AC/DC, Guns and Roses. Algo de Country, Jazz y Soul.

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¿Qué bebida era la más solicitada por los clientes?

— Pomada y cerveza, pero hubo años que sobre todo era la pomada.

¿Cuál diría que era la marca del bar?

— La esencia y el carácter de mi padre, que marcaron la idiosincrasia de Ca n'Àngel.

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¿Alguna anécdota que le haga reír cuando la recordáis?

— Todas las personas de las que pude enriquecerme durante aquellos años. Son las personas y vivencias que adquirimos por el camino las que nos hacen ser así como somos.