El primer automóvil matriculado de todo el Estado
En octubre de 1900, hace 125 años, fue registrado como PM-1 el vehículo de Josep Sureda, en Palma


PalmaNo fue en Madrid, donde parece que siempre ocurre todo –todavía hoy, si nos guiamos por los informativos de las grandes cadenas. Ni en Barcelona, o en Bilbao, entonces aparentemente mucho más conectadas con los avances técnicos y con el ámbito europeo. El primer automóvil matriculado en todo el Estado fue el PM-1, en Mallorca. Aquello fue en octubre de 1900, hace 125 años.
No era el primer vehículo de motor que contemplaron, asombrados, los ojos de los mallorquines de la época. Fue muy poco antes, el 8 de abril de 1897, cuando llegó, a bordo del vapor que cubría el trayecto con Barcelona, un flamante Clement Bayard, con motor De Dion Bouton, de fabricación francesa. Podía alcanzar la velocidad de 20 kilómetros por hora, poca broma.
El destinatario de aquel primer automóvil que pisaba tierra mallorquina era, por supuesto, una persona de buenos recursos económicos: Vicenç Joan Ribas, quien poseía una fábrica de tejidos. Lo curioso es que este automóvil apenas llegó a moverse por la isla: su propietario decidió dejarle encerrado en una cochera, sin utilizarlo.
Otro pionero del automovilismo en Mallorca fue el periodista y empresario Josep Tous Ferrer, atento a todos los progresos técnicos de la época. Hacia 1900, según el cronista Luis Fábregas, hizo llevar a la isla a seis modelos distintos de vehículos, uno de los cuales se exhibió en el Desfile del Carnaval, despertando la expectación imaginable. Entonces eran conocidos como carros de fuego.
Por cierto, su hija Maria Tous protagonizó un incidente curioso cuando, viajando en uno de esos primeros automóviles, el chófer subió el cuello de Sóller a una velocidad aceptable –ocho kilómetros por hora–, pero le condujo de bajada, en la recta de Can Penas2 hasta Palma. Una barbaridad para la época. Con el susto de la hija que puede suponer, el empresario le soltó un buen abucheo al conductor. Éste se justificó explicando que prefirió no frenar por no calentar los frenos y por miedo a sufrir un accidente.
En septiembre de 1900 se estableció la obligatoriedad de dotar de matrícula –es decir, de identificación– a aquellos coches sin caballos. Y el primero de todo el Estado, con fecha de 31 de octubre siguiente, fue también un Clemente, éste correspondiente a Josep Sureda Fuentes, del barrio de Santa Catalina de Palma. Era un antiguo maquinista de barco jubilado, que tal vez habría conocido el nuevo invento en sus travesías. Le correspondió, por supuesto, la matrícula PM-1 –de Palma de Mallorca; para que todos los automóviles de Baleares llevaran las iniciales de la capital de la provincia, hasta 1997, cuando se cambió a IB.
Límite: 28 kilómetros por hora
El propio reglamento del gobierno estatal establecía que todo aquel que quisiera conducir un vehículo a motor debía ser debidamente autorizado por el gobernador provincial, para lo que debía ser examinado sobre sus aptitudes. Exámenes a los que debía regir cierta manga ancha. La velocidad máxima a la que se permitía conducir era de 28 kilómetros por hora. El chófer de los Tous habría sido sancionado.
Asimismo, los coches debían llevar "una bocina o campana de timbre sonoro", para alertar de su presencia a los desacostumbrados peatones. Si por entonces un automovilista se hubiera permitido circular sin hacerla sonar, asegura Fábregas, "hubiera sido linchado" por la concurrencia, y los propios agentes del orden se habrían añadido al castigo al insensato.
Según el periodista Luis Ripoll, el PM-8 correspondió a un camión de viajeros, en Menorca, que podía alcanzar los 25 kilómetros por hora, una velocidad entonces respetable. Viejas fotografías muestran algunos de los primeros vehículos circulando por el puerto de Maó o por la céntrica plaza del Príncipe de la misma ciudad. De los años treinta nos consta un vehículo de motor aparcado junto a las barcas del puerto de Eivissa.
Hacia 1907, el parque automovilístico ascendía a sólo 32 vehículos. Por supuesto, era necesaria una buena posición económica, para permitirse un gasto entonces más que notable. No resulta sorprendente que entre los propietarios del momento se encontraran linajes nobiliarios, como Dezcallar, Gual de Torrella, Montaner y el marqués de la Torre, entre otros.
Sólo había entonces en las Islas una persona que fuera poseedora no de un automóvil, sino de dos: Manuel Salas Sureda, el gran competidor de Joan March, precisamente dedicado al negocio del petróleo y la gasolina. Uno de sus coches fue de la mítica marca Hispano Suiza y él estuvo muy ligado al Real Automóvil Club de Mallorca.
Con un mercado tan reducido, resulta lógico que entonces sólo existieran en Mallorca un único garaje donde dejar el coche, así como un único taller de reparaciones. En el huerto del Rey, en Palma –entonces un descampado, no unos jardines– instalaron su garaje los hermanos Pere y Ramon Gomila, que después lo trasladaron a la Rambla. Ramon Gomila estableció uno de los primeros récords de velocidad: subir en su vehículo de Inca al monasterio de Lluc en apenas catorce minutos. Otro lo logró, más adelante, Jaume Colomer: de Palma a Palma pasando por Llucmajor, Campos, Felanitx, Manacor, Artà, Santa Margalida, Sa Pobla e Inca, a la escalofriante velocidad media de 65 kilómetros por hora. El padre de Pedro y Ramón, Joan Gomila, fue el suministrador de aquellas bocinas, tan imprescindibles entonces, que se parecían más a mangueras de riego que a los claxons de nuestros días.
Con boticario y cura, por si acaso
En cuanto al suministro de combustible, en los primeros años de circulación de automóviles por las carreteras de las Islas, sus conductores debían ir a buscarlo en latas. Fue precisamente Manuel Salas quien creó una marca propia de gasolina, Águila, y editó un mapa, indicando los surtidores disponibles en Mallorca, Menorca e Ibiza. La constitución del monopolio estatal de Campsa –una iniciativa de la dictadura de Primo de Rivera– hizo rodar por tierra lo que había sido el mejor negocio emprendido por ese mallorquín entusiasta de la automoción.
La cifra de cien vehículos matriculados no se logró hasta 1911. Por cierto, que la matrícula PM-100 nunca la lució ningún coche: se había reservado, quizá para alguien importante, pero quedó sin adjudicatario. La PM-101 la exhibió un Ford –habían llegado los americanos– propiedad de Josep Zaforteza Orlandis, por supuesto otro aristócrata, porque los automóviles no eran precisamente económicos. Un coche "bueno y barato", también de la marca Ford, según la campaña de 1912 que lo anunciaba, se situaba entre las 5.700 y las 7.800 pesetas. Los precios de otras marcas podían dispararse hasta las 15.000 o 20.000.
Hacia 1921, La Última Hora anunciaba un "modelo popular" al módico precio de 13.500 pesetas. Un Chevrolet Torpedo, en cambio, descendía hasta las 7.000 pesetas. Para hacernos una idea, un aeroplano o un hidroavión oscilaban entonces entre las 8.000 y las 9.000 pesetas. Un vehículo de motor era un signo de alarde: algunos de los primeros automóviles de Mallorca no fueron adquiridos como medio de transporte –que también– sino para exhibirlos en los patios de las casas de sus propietarios, caso de Tito Alomar en su residencia de la calle de Sant Feliu de Palma. Mejor eso que verlos circular por los caminos polvorientos de la isla, haciendo un ruido de mil demonios.
Entre los primeros aventureros de los automóviles en Mallorca figuran Rafel Blanes y Antoni Amorós, que realizaban sus recorridos por la comarca de Artà. Solían acompañarles un boticario y un cura. Por si acaso: no fuera que necesitaran los servicios de uno, u otro. Ha quedado constancia, asimismo, de las primeras mujeres audaces que se atrevieron a ponerse al volante de aquellas máquinas infernales: Mercè Borràs, Joana Salvà, Maria Martorell y Catalina Gelabert, ya en los años veinte.
Aquel decenio de los 'felices 20' fue de crecimiento espectacular del automovilismo. En 1919 todavía sólo había 273 vehículos a motor en las Islas, mientras que en 1930 ya habían subido a 5.092. Es decir, se habían multiplicado por dieciocho en sólo diez años. A la dictadura de Primo de Rivera le pegó por la obra pública –se ve que es una obsesión de los dictadores: Franco también inauguraba pantanos constantemente– y se construyeron 10.000 nuevos kilómetros de carreteras en todo el Estado. En las Islas no llegamos a tanto, claro, pero sí se llevaron a cabo algunas intervenciones, entre ellas los trayectos de Andratx a Estellencs, de Maó a Fornells y de Sant Llorenç a Capdepera.
Por supuesto, hubo quien vio en ese nuevo medio de transporte grandes posibilidades de cara a una actividad que entonces apenas se iniciaba, pero que parecía tener futuro: el turismo. Dos socios, Maroto y Vidal, adquirieron varios Hispano Suiza descapotables, con el objetivo de llevar a los visitantes a conocer las bellezas naturales de las Islas: Miramar, Deià, Puerto de Sóller, Biniaraix y Fornalutx. Arrancaba lo que sería una destacada actividad económica de los mallorquines, utilizando dos innovaciones entonces. Desde entonces no hemos detenido.
Se supone que, antes del 'boom' turístico, en las Islas sólo teníamos la agricultura y la emigración. Pero esto no es exactamente así. Hacia 1930, el 39% de la población activa del Archipiélago trabajaba en la industria, mientras que a nivel estatal el porcentaje era notablemente más bajo, un 26,5%.
Así, y vista la buena aceptación que iba logrando el nuevo invento que era el coche, no resulta tan raro como podría parecer que en Mallorca se constituyera una empresa para la fabricación de automóviles. Se llamó Loryc, nombre que empezaba por las iniciales de los linajes de sus promotores: Rafael de Lacy (L), Albert Ouvriard (O) y Antoni Ribas (R). Se creó en Palma el 12 de enero de 1920, con un capital inicial de 50.000 pesetas. Tuvo su sede en lo que ahora es la avenida de Gabriel Alomar. En su breve existencia –solo hasta 1923–, fabricó cerca de un centenar de vehículos.
Loryc arrancó con motores franceses y carrocería mallorquina. Su participación en competiciones deportivas, así como en la Fira de Barcelona de 1922, contribuyó a su prestigio. La fábrica fue trasladada al Agua Dulce y llegó a tener sesenta trabajadores. Pero los gastos de producción la hicieron inviable y acabó desapareciendo.
Información elaborada a partir de textos de Luis Ripoll, Luis Fábregas, Sofía Rotger Salas, Miguel Ángel Casasnovas, Sebastià Serra Busquets, Susana Sueiro Seoane, Jaume Peralta Aparicio, la Gran Enciclopedia de Mallorca y el colectivo 'Fotos Antiguas de Mallorca'.