Hago más estorbo en mi casa que un guiri borracho

"No habrá para tanto", pensé, sin ser consciente de que para llegar al hotel tenía que atravesar la calle del Jamón

Recibimiento de los trabajadores de 'The White Lotus' en la temporada 3.
14/07/2025
3 min

PalmaPor razones ajenas a mi voluntad, la semana pasada tuve que ir al Arenal. Un encuentro de trabajo me obligaba a reunirme en un hotel ubicado en este rincón del mundo donde la vida discurre totalmente ajena a nosotros. "No habrá para tanto", pensé, sin ser consciente de que para llegar al hotel debía cruzar la calle del Jamón. Lo que encontré fue una postal de un tiempo que creía pasado y que, desgraciadamente, todavía está presente. Es como si el mundo se hubiera detenido en ese paisaje urbano, donde parece que la anarquía no sólo se aplique a los comportamientos humanos, sino también a la apariencia de las cosas. Todo parece estar indicando una fecha incorrecta, que bien se podría ubicar entre los años 70 y los 2000. Camisetas donde dice "I love boobs", toallas de la playa con el mapa de Mallorca, tenderetes de fránkfurts en cada esquina, restaurantes apretados de una casa cuando parece estar descolorida por el sol… años.

Debo decir que una parte de mí –aquella a la que le fascina el costumbrismo, lo vintage y la dosis justa de decadencia– no puede evitar disfrutar de este espectáculo. Me hacen demasiada gracia, por ejemplo, los nombres de los restaurantes, sobre todo aquellos que intentan romantizar la experiencia del turista, haciéndole sentir más español que la sartén o los toros: La cita, Bamboleo, Salsa Rosa, El jardín de las maravillas… Todos acaban sonando a título de canción de Julio Iglesias oa nombre de programa del corazón. También hay menos creativos, como el rótulo de un bar que, simplemente, dice "La cerveza fresca". Una frase tan desesperada que ni siquiera necesita verbo. Justo en frente, otro local muy estrecho se publicita con un logo enorme del conejito de Playboy. Una llamada tan evidente que ni siquiera necesita palabras.

Todo frota la parodia, como en el videoclip de la canción Mon Cheri Go Home, de Fades y Maria Jaume, o el de Y <3 Barcelona, de Svetlana. Todo es demasiado kitsch, demasiado chapucero, demasiado de mala muerte para ser cierto. Pero no, todo es tan real y crudo como una fotografía de Martin Parr. Nos han intentado hacer creer que exageramos, que Palma "no tiene un problema de modelo turístico". Hemos oído tantas veces las palabras "calidad", "lujo" y "reconversión" que casi han conseguido eliminar de nuestro imaginario la existencia de esos lugares y la gente que los frecuenta. Como es el caso de la especie de guiri autóctono, aquellos hombres totalmente tostados –por "la cerveza fresca" y el sol– que siempre van en manada ) conjunto. Después de cruzarme con tres de esos grupos –cada uno con el color respectivo de su equipo– en mi recorrido a pie de cinco minutos, me pregunté si no era posible que hiciera muchos años que esos mismos turistas vagaban por allí, tan gatos que aún no habían sido capaces de volver a mis casas. concluía en uno de los bloques de hoteles que conforman este trazado de avenidas hechas de hormigón y cemento, donde sentí que no sólo estaba en la época equivocada, sino también en el lugar equivocado. Mientras esperaba, justo en la puerta del hotel –que no era ningún lujo, sino la cara oculta del eufemismo”. la poca impresión que hacía de turista. "Señorita, ¿todo bien?", me pidió, con un tono que le delataba más molesto que preocupado por mi presencia. "Sí, todo bien, estoy esperando para reunirme con una persona que se aloja aquí. ¿Puedo sentarme allí?", le pedí, señalando el lobby. Por su mirada y la cantidad de duda que encontré en la respuesta estaba claro que le molestaba. "Mmm… De acuerdo", contestó al fin.

Para terminar con mi estudio sociológico del día, decidí entretenerme observando a las personas que desfilaban. Hasta que llegó la gran finale del día. La protagonizaron un grupo de amigos, de unos 40 años, que entraban cargando una caja llena de cervezas. hacer estallar de risa. Yo no podía estar de mirarlos, pero nadie más compartía mi indignación. escena.

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