Barquillos: el dulce crujiente que hace Navidad
Os explicamos cómo preparar barquillos azucarados en casa
PalmaLos barquillos colgaban del techo como flobias de nieve cayendo en cascada. Empujadas por el tiempo danzaban lentamente, girándose en diferentes direcciones ahora una y entonces la otra. Año tras año íbamos enriqueciendo la colección. Con la ayuda de los padres hacíamos círculos, después los doblábamos y recortábamos los bordes y las puntas. Siempre intentábamos hacer formas complicadas porque queríamos saber qué dibujo resultaría al desplegar la hoja. Sin embargo, las más sencillas eran las más bonitas y enteras. Ni árbol, ni bolas ni padres noels, sólo el belén y los barquillos nos acompañaban hasta que pasaba San Antonio. Ahora las antiguas conviven con las nuevas, barquillos calados que hace mi padre con mucha destreza y paciencia.
Los barquillos son uno de los elementos decorativos más emblemáticos de las fiestas de Navidad en Mallorca. Esta tradición, de origen medieval, ya está documentada en la Corona de Aragón a partir del siglo XIII, que es cuando se especula con que llegaran aquí. Entonces no se empleaban sólo como elemento decorativo de Navidad, sino que servían en otras diadas importantes. En las iglesias convivían los barquillos de harina y los de papel, que podían ser blancos o de colores. Parece que las de papel, especialmente las de color, se utilizaron más en Cataluña que en Mallorca, donde fueron más tradicionales las de harina blanca.
Tradición de los barquillos
Según el estudioso Tomàs Martínez, en Mallorca el paso de los barquillos de harina a los de papel para adornar las iglesias no está documentado y seguramente no se produjo de forma repentina. Los barquillos se colgaban en las iglesias en el cuarto domingo de Adviento y marcaban el tiempo que faltaba para llegar a la Cuaresma. Los barquillos más grandes señalaban las semanas y los más pequeños eran los días. Cada día se levantaba un barquillo y así los feligreses sabían el tiempo que faltaba para el tiempo de abstinencia. Otra tradición ligada a los barquillos sucedía después del canto de la Sibila, cuando ésta cortaba los barquillos con la espada, talmente las estrellas que debían caer en el Juicio Final. Los barquillos que caían eran recogidos con gran gozo por los niños, que se los comían allí mismo.
En la cultura popular catalana y mallorquina, los barquillos son un dulce propio de Navidad, como lo recuerda el refrán "Cada cosa a su tiempo, y en Navidad, barquillos". El origen del dulce debe buscarse en los documentos conventuales de la edad media, cuando los barquillos se consumían durante las fiestas, no sólo las de Navidad. Se tomaban en ambientes nobles y religiosos mojadas con pimiento o clarea, un vino aromático que se elaboraba con azúcar o miel y especias. Documentos del siglo XIII ya constatan su presencia: en 1267, en el convite de Navidad, el rey Jaime I ofreció a sus más de cien comensales barquillos, piñones y almendras como postre. Los barquillos medievales eran planos y muy delgados aunque Francesc Eiximenis afirma que deben ser gruesos y con azúcar. La tradición atribuye la idea de enrollarlas a una monja, técnica que los conventos y pastelerías perfeccionaron con el tiempo. Del siglo XVII en adelante, la forma cilíndrica se consolidó y el producto se popularizó como dulce de Navidad, donde comparte protagonismo con el turrón. Mosén Antoni Maria Alcover describe en Sus matanzas y sus fiestas de Navidad la preparación casera de los barquillos en las cocinas de las posesiones, convertida en tradición familiar. Paralelamente, era habitual encontrar barquillos ambulantes en plazas y paseos, que vendían barquillos de diversas formas y que cocinaban con la ayuda de un hornillo de carbón y un barquillo (molde de hierro huso). Se distinguían los barquillos planos o blancos que se comían talmente o con el turrón de barquillo y los barquillos azucarados, con azúcar y aromatizantes, como la canela o la cáscara de limón. Una de las primeras recetas de barquillo la encontramos en la llamada plagueta h, atribuida a fray Jaume Martí Oliver. Para esta elaboración se emplea un almud de harina de jaula recolzada, dos libras de azúcar bien huso y colado, cuatro rojos de huevo, canela picada, la cáscara de un limón maduro y una cucharada de aceite. Para la receta de hoy he seguido una versión más sencilla pero igualmente efectiva, crujiente y sabrosa.
Calentaremos el horno a 170 ºC. Tamizar la harina. Fundimos la mantequilla y la mezclamos con el azúcar, añadiremos el blanco de huevo, la cáscara de limón y la canela. Cuando esté bien incorporado, mezclaremos la harina por tandas hasta que tengamos una crema homogénea y sin grumos.
Cubriremos una palangana de horno con un papel vegetal o un silpado. Pondremos cucharadas de la mezcla y con una espátula haremos una capa tan delgada como podamos, sobre todo si queremos enrollarlas. Si desea hacer tejas pueden ser más gruesas. Las hornearemos unos 10 minutos sin dejar de vigilar. Verá que están porque no se rompen y tocándolas con el dedo tienen un tacto esponjoso y no se deforman. Las sacaremos y rápidamente haremos la forma que deseemos. Podemos hacer canutillos con la ayuda de un lápiz, hacer formas redondas y planas o triángulos como he hecho yo, doblando la pasta (alerta con las quemaduras). Dejaremos que enfríen. Las guardaremos en un recipiente hermético para que se conserven crujientes.
l 90 g de harina
l 90 g de azúcar
l 90 g de mantequilla
l 120 g de blanco de huevo (tres blancos aproximadamente)
l 1 limón rallado
l 1/2 cucharilla de canela en polvo