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No poder alegar ignorancia

Dentro del declive autoinfligido de Baleares y Pitiusas, Mallorca, quizá por ser la isla más grande, es un caso aparte

La imagen.
24/10/2025
3 min

PalmaYdo aquí los tenemos. Son cuatro inmigrantes trabajando, en este caso se dedican a instalar cableados para facilitar las conexiones en una calle de Sant Joan, en el Pla de Mallorca. No es un trabajo precisamente ligero. También es fácil ver a otros inmigrantes como ellos haciendo de canteros en las obras, o labrando a foravila, o asfaltando carreteras, o haciendo de repartidores. Son, como suele decirse –y es cierto– los trabajos que no queremos hacer nosotros, los mallorquines acomodados, o no tan acomodados, o nada acomodados, pero en todo caso plenamente legalizados y con la nacionalidad española adjudicada de nacimiento, tanto si nos apetece como si no nos viene.

Contra las personas como las que aparecen en esta foto de Isaac Buj escuchamos cada día discursos más abrumados, más furiosos, más agresivos. Se les divide falsamente entre los que vienen "a trabajar" y los que vienen "a delinquir", y de este modo se extiende sobre ellos, interesadamente y sin distinción, la sombra de la sospecha y la acusación implícita de ser todos delincuentes. Ellos son las víctimas, pero las mentiras que escuchamos en el día a día pretenden que nosotros seamos víctimas de ellos: cobran suculentas ayudas y prestaciones, se les da prioridad por encima de los nacidos aquí, vienen a poner fin a nuestra cultura, tradiciones y lengua. Encima, se supone que están secretamente protegidos nunca se sabe muy bien por quién o por qué, y actuar contra ellos y sus intereses ocultos (los inmigrantes, según estas voces, tienen intereses ocultos) puede generar problemas al valiente que se atreve a decir las cosas por su nombre. Etc.

Todos ellos son los argumentos típicos y característicos del racismo. En Mallorca, en Menorca, en Ibiza y en Formentera, no los oímos sólo en las conversaciones de sobremesa ni en los tassers de los bares y las cafeterías, de boca de los inevitables cuñados. No: los sentimos también, para vergüenza de todos, pronunciados por nuestros gobernantes, con toda la potencia de los altavoces del poder. Es fácil atacarlos por varios motivos: porque no tienen forma de defenderse, y también porque son pobres y tienen la piel oscura. Son marcas de diversidad que les convierten en el chivo expiatorio ideal.

Dentro del declive autoinfligido de Baleares y las Pitiusas, Mallorca, quizá por ser la isla más grande, es un caso aparte. Mallorquines de pura cepa que se pasan el día compadeciendo de cómo se desvanece la Mallorca de unos padrinos bucólicos y unas madrinas angelicales, que dentro de su imaginario casposo se pasaban el día pronunciando sentencias sabias y cocinando platos deliciosos, estos mismos mallorquines, son los que vienen Mallorca. Harían literalmente cualquier cosa por vender una propiedad a un rico alemán, o sueco, o ruso, y su patológica relación con el dinero les lleva a justificar cualquier exceso, cualquier destrozo causado al medio natural, al paisaje o al patrimonio de estas islas. Groseros, avariciosos, petulantes, arrogantes, mallorquinísimos, bravean de la antigüedad de su avior a la vez que destruyen su legado, vendiendo aquí un pedazo de tierra, allá una casa, porque claro, quien se atreve a decir que no ante un buen talón bancario. Y mientras hacen esto, no tienen ningún problema en afirmar que aquí hay demasiada gente y que no cabemos todos.

Supervivencia

Es posible que no cabemos todos, porque como suele decirse los recursos naturales y las estructuras no bastan, y más a unas islas, etcétera. Entonces habrá que decidir quién debe partir: mi voto es para los mallorquines parasitarios, y también para los racistas. En cuanto a los inmigrantes, el futuro de estas Islas, su viabilidad y cohesión como sociedad, la pervivencia precisamente de la lengua, la cultura y las tradiciones propias, dependen absolutamente de ser capaces de ayudarles a encontrar su integración en este país como ciudadanos de pleno derecho, respetados y tratados en pie de igualdad. No es buenismo, como repiten absurdamente los racistas y los xenófobos: es supervivencia, y también el principio fundamental de la inteligencia, que es comprender la realidad en la que se vive, aceptarla y, a partir de ahí, trabajarla a favor de uno mismo. Pero que nadie se imagine que hay ningún futuro para estas Islas que no implique combatir a los especuladores que mercadean estrictamente en su beneficio. Más aún, ningún futuro que no implique un respeto escrupuloso al medio natural ya los derechos humanos.

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