Lengua

Cuando el poder cambia de lengua, la lengua cambia de destino

La historiografía lingüística del catalán, especialmente observada desde Mallorca, nos revela que el latín –lejos de ser un simple vestigio erudito– actuó como barrera de contención ante los intentos de castellanización impulsados ​​por los borbones en el siglo XVIII

Cuando el poder cambia de lengua, la lengua cambia de destino
13/12/2025
3 min

PalmaHace pocos días salía a la prensa –y lo anunciaba también la página InfoCatólica– que el papa León XIV había aprobado dos textos normativos: el Reglamento General de la Curia Romana y el Reglamento General del Personal de la Curia Romana. Estos documentos establecen el nuevo marco organizativo y lingüístico del Vaticano y, entre otros cambios, privan al latín de la centralidad que había ocupado durante siglos. Se estipula que los departamentos de asuntos eclesiales y administrativos deben escribir sus actos en latín o en otra lengua, una formulación que deja sin protección al latín ante cualquier idioma moderno. Paralelamente, se elimina el requisito de "buen conocimiento del latín" para los empleados vaticanos y se adopta un modelo administrativo que prioriza al italiano y otras lenguas contemporáneas. Sin embargo, se mantiene la tradicional Oficina de Letras Latinas dentro de la Secretaría de Estado, encargada de redactar y traducir al latín todo tipo de documentos, incluidos los tuits del Papa.

En esta sección solemos hablar de conceptos lingüísticos y sociolingüísticos, porque nuestro centro de interés son las lenguas vivas: aquellas que tienen una comunidad de hablantes y que se desarrollan dentro de un entramado de políticas explícitas e implícitas que condicionan tanto su forma como su uso. La aceptación de 'tonto' como forma válida en el registro informal por parte de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales no es casualidad: es una decisión planificada, tanto como lo es que no se visualice la expresión "cabeza de haba".

El latín en el Vaticano

En el Vaticano, el latín es una lengua "casi viva" porque carece de hablantes nativos –los últimos hicieron el último bostezo hace rato–, pero tiene vitalidad institucional. En 2008, el Papa Benedicto XVI ordenaba que la página web de la Santa Sede fuera escrita también en latín. El Lexicon Recentis Latinitatis, diccionario publicado por la Fundación Latinitas, con sede en el Vaticano, es un repertorio con más de 15.000 neologismos que permite expresar en conceptos contemporáneos –desde 'ambulancia' ('arcera automataria') hasta 'rascacielos' ('caeliscalpium')– y sirve de guía a medios digitales como Ephemeris. Sin duda, el Vaticano es un agente planificador del latín, que ahora ha decidido reducir la exigencia de conocerle. La noticia de esa nueva medida nos toca de cerca. Cuando una institución (o poder) rebaja el nivel de exigencia de una lengua, ésta pierde inevitablemente usuarios cualificados, lo que repercute directamente en la calidad lingüística y en las funciones sociales de la lengua dado que paulatinamente los usuarios pierden destrezas en esa lengua.

Las lenguas no merman solas: necesitan la ayuda de políticas lingüísticas que las discriminan. Son como un jersey de lana: no se encoge por sí, alguien debe ponerlo a lavar a una temperatura elevada. El catalán es un ejemplo elocuente: sigue excluido del etiquetado farmacéutico y de los estrenos cinematográficos de las grandes plataformas y distribuidoras. Su vitalidad se encuentra en manos de los gobiernos y de los gobernantes, a menudo poco inclinados a exigir un nivel óptimo de lengua –pongamos por caso, a los sanitarios. Se podría aplicar el lema de Carmen Rico-Godoy, que en 1981 soltaba impunemente: "Exigir el catalán a los centros de currar, se pasarse, machos" [sic].

La historiografía lingüística analiza cómo se ha pensado, explicado y representado una lengua a lo largo del tiempo: qué discursos ha generado y qué prestigio –o desprestigio– le han atribuido las instituciones. Y es precisamente la historiografía lingüística del catalán, especialmente observada desde Mallorca, la que nos revela que el latín –lejos de ser un simple vestigio erudito– actuó como barrera de contención frente a los intentos de castellanización impulsados ​​por la monarquía borbónica en el siglo XVIII.

Envestida lingüística

Cuando el proyecto de crear la Academia Medico-práctica pretendía imponer el castellano en los estudios de Medicina –hasta entonces impartidos con manuales latinos y, viva voce, con incursiones del catalán–, la universidad isleña se amparará en la lengua clásica para frenar la embestida de la lengua con poder político. El rector, Josep Reus, y varios catedráticos alegaron que sustituir al latín por una lengua vulgar, como era el castellano, en la enseñanza médica, significaba degradar sus estudios. Proponía que aplicasen la medida a otras disciplinas menores, como la cirugía.

Éste no era un razonamiento aislado: en la Europa contemporánea, el latín, como lengua de prestigio y neutralidad, actuó a menudo como muro protector –en Dinamarca y Hungría contra el alemán y en Finlandia contra el sueco– ante la presión de las lenguas expansivas.

Cierto es que temporada mutanturo y que cuando el poder cambia de lengua, la lengua cambia de destino. Felices Fiestas y recuerde que el buen vino hace buen latín.

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