El drama migrante y el turismo conviven en el puerto de Palma
Los viajeros se mezclan con los migrantes en la estación Marítima número 3 desde primera hora de la mañana


PalmaLos pasajeros se acumulan a las 6.30 de la mañana en la estación Marítima número 3 del puerto de Palma. Hay un ferry hacia Formentera a las ocho y se ha formado una cola frente a las oficinas de la naviera para sacar las tarjetas de embarque. En un banco que hay en el fondo del edificio, un joven duerme ajeno a toda la almazara. Va vestido con un chándal y un gorro le tapa la cara. A sus pies tiene una bolsa de plástico verde con una sudadera dentro. Es una de las miles de personas que han llegado en patera en las últimas semanas. Descansa profundamente, mientras el ruido aumenta según avanzan los minutos. Se sienten las cucharas chocar con las tazas en la cafetería, un niño que tiene sueño llora y un perro nervioso rasca las piernas de su propietario. Cada pico hay más maletas y mochilas. Cerca del joven que duerme, una señora se pone quema en los brazos, indiferente a lo que le rodea. Grupos de jóvenes muestran su excitación por viajar con sus amigos.
No sólo entran viajeros en la estación, también comparecen jóvenes argelinos que entran en el baño. En unos instantes, lo llenan de neceseres, cepillos de dientes y botes de jabón. Se les siente toser. En uno de los bancos, uno deja otra bolsa de plástico, en este caso de Cruz Roja. Un trabajador del puerto se queja, porque salpican de agua el suelo y se ensucia. Dice que entiende que, tras pasar una odisea en el mar, necesitan unos mínimos de higiene, pero no cree que un baño público sea el lugar adecuado. "Se mezclan con los turistas y no puede ser, todo queda un desastre", asegura, mientras que una de las camareras de la cafetería muestra su acuerdo. "No hay día que no estén. Les dejan aquí y están un montón de horas. He llegado a ver un centenar", añade ella, con gesto serio.
Ningún pasajero los mira. Sólo alguien se sorprende al entrar también en el baño, de donde sale otro joven migrante, que acude a la cafetería y pide un café. La camarera le pide enfadada lo que quiere. Él no sabe más que francés y, por mucho que ella señale la leche abucheando "milk", él no acaba de decidirse. Paga el mismo precio que cualquier turista a un lugar donde nada es barato: más de cinco euros por el café con leche y uno croissant precocinado –esta redactora lo sabe porque ha comido uno. A su lado, un turista le mira y se aleja un poco en la barra. De todas formas, el viajero extranjero bebe el café de un trago y se va enseguida.
Un policía nacional entra en el baño y da algunas indicaciones a los jóvenes migrantes que, según el papel que muestra uno de ellos, son argelinos y llegaron el viernes en una patera que transportaba a 16 personas. Ya llevan tres días. La mayoría duerme bajo un árbol que se encuentra en el exterior de la estación, rodeados del ruido y el polvo de las obras la mayor parte del día. En las ramas han colgado algunas prendas y también las utilizan para tumbarse encima. Me dicen que espere y gritan a un compañero que me aseguran que sabe inglés. Sólo reconoce algunas palabras, pero a pesar de las dificultades, me cuenta algunas cosas. Tienen entre 20 y 30 años y les han dicho que les llevarán a Valencia, pero no encuentran a nadie de la Cruz Roja para saber si partirán hoy. Está muy pronto. Tienen que esperar un rato. "Estoy muy cansado, no duerme bien aquí", dice el joven que habla conmigo, mientras todos le hacen indicaciones en árabe y francés. Justo enfrente, una turista baja cargada de maletas de un lujoso coche de Uber.
"Almanco estás vivo", le digo. "Sí, estamos vivo", me contesta y nos damos la mano. "Pasa un buen día", me desea, mientras que los demás me dicen adiós con los brazos en alto. El puerto se ha llenado de coches, que hacen cola con impaciencia. Además de los migrantes que hay debajo del árbol, se ven algunas caravanas aparcadas y, en una furgoneta, un señor mayor coge cosas de una estantería en la que tiene ropa. Justo al lado, un joven le dice al perro que no sea impaciente, que la madre llegará pronto.