Aina Blanco, docente con dislexia: "En el instituto me dijeron: 'Tú no llegarás a Selectividad'"
Le detectaron el trastorno cuando ya era adulta y gracias a su adaptación de tiempo aprobó las oposiciones de Pedagoga Terapéutica
PalmaHay personas que llegan a la edad adulta sin saber por qué siempre se han sentido distintas. De repente, un diagnóstico de trastorno del neurodesarrollo, como el autismo o la dislexia, da nombre a décadas de confusión, de estrategias silenciosas y de esfuerzos por encajar en un mundo que no las ha entendido. "Los que se diagnostican de adultos, que ahora hay bastantes, es porque pequeños se adaptaron a la vida que tenían, en un momento en el que no se hablaba tanto de estos trastornos", explica la neuropsicóloga Ana Mantecón. Muchos han aprendido a "tapar su forma de comportarse y han asimilado cosas que ven en los demás y que piensan que ellos deben hacer igual". Cuando llega, el diagnóstico también puede provocar mucho dolor: "Dolor de recordar lo que se ha dicho de ellos, lo juzgado de pequeños. Tienen que aceptar quiénes son y que nunca nadie los ha visto", resume.
El diagnóstico femenino, dice, es especialmente complejo ya menudo pasa desapercibido. "La presentación de síntomas en muñecas es diferente. Hay diferencias fisiológicas: si solo tenemos en cuenta la forma en que se representan los síntomas en niños, ellas no encajan", apunta Mantecón. A continuación, conocemos la historia de Aina Blanco, una mujer que, ya de adulta, obtuvo un diagnóstico que dio sentido a su trayectoria vital.
Nació setmesina y dice que esa circunstancia la ha marcado siempre. "Toda la vida he ido detrás de todos. Siempre he ido muy justa", explica. Desde pequeña percibía que había algo que no acababa de funcionar por completo. "Notaba problemas. También tengo discalculia, me costaba entender textos, tenía que hacer más esfuerzo", recuerda.
Sin embargo, en la escuela nadie sospechó nada. "Los profesores no lo notaron, porque claro, no había dictámenes ni pruebas estandarizadas, y yo fui flotando". Tampoco en su casa lo tenían claro: "Cuando ya de mayor dije a mi padre que era disléctica, él decía que yo no tenía problemas".
Durante años arrastró esa sensación de 'no llegar'. "En la escuela me tenían como si fuera una alumna más", dice. Y en el instituto todavía recuerda una escena que la marcó. "A mí me encantaba Historia del Arte e Historia, y pasó que un profesor, después de un examen, le dijo a la que estaba detrás de mí que llegaría afuera, y yo le pedí 'y yo a dónde llegaré?', y me dijo: 'tú no llegarás a Selectividad'. Ahora resulta que tengo tres carreras", reivindica. Sin embargo, la frase le acompañó mucho tiempo. "Veía que había cosas que no entendía. Hacía cosas, pero sin saber por qué. Veía a gente que era muy buena en Matemáticas, y que yo no las entendía. Tampoco sabía extraer el contenido de los textos. Me pedía qué me pasaba", recuerda.
Autoconocimiento y reconciliación
Con los años, ya trabajando de maestra, decidió ponerle nombre. "Me hice prueba estandarizada, porque hacía años que lo veía, porque yo, como en Pedagoga Terapéutica (PT), conozco cómo funciona la dislexia", explica. El diagnóstico le sirvió tanto para pedir una adaptación a las oposiciones –media hora más– como para entenderse mejor. "También te da descanso personal: entiendes cómo ha sido tu vida, las trabas que has tenido", dice. Hoy, después de un largo recorrido, Blanco puede mirar hacia atrás sin el mismo peso. "Me juzgo menos y también tengo más herramientas, porque sé lo que es, porque también lo veo en los niños". Lo que antes era frustración es ahora comprensión. "Me siento reconciliada, tranquila", asegura.
El diagnóstico le dio respuestas, pero también perspectiva sobre su papel como docente. "Siendo maestra, me dan cuenta de que los niños van con la mochila de la etiqueta que se les pone. Ahora tengo un dictamen, pero antes era una muñeca que no se acababa de entender, que pasaba de curso haciendo lo que podía. Antes podías estar en 3º de ESO y, durante toda la escolarización, ya no arros. categoría de alumnado con NESE", expone.
Todo su bagaje personal le ha convertido en una maestra diferente. "Detecto a muchos más niños con necesidades. Las PT ya tenemos bastante ojo, pero claro, yo puedo tener mucho más empatía y me pongo mucho más en el lugar del niño y de las dificultades de aprendizaje que tiene", explica.
Presión social
A pesar de sus tres carreras universitarias –Magisterio de Educación Especial, Antropología Social y Cultural y Educación Primaria (mención AL)–, todavía ha tenido que oír juicios. "Socialmente se me demanda más. '¿Cómo puedes tener tres carreras y te equivoques tanto?'". Ella misma reconoce que existen momentos de desánimo. "A mi terapeuta le dije que me sentía inútil, siendo maestra y haciendo esos errores. Pero es que los maestros no sólo enseñamos gramática y ortografía. En Primaria e Infantil explicamos estrategias, procedimientos; mi función no es sólo transmitir el aprendizaje, sino facilitarlo", reivindica.
El diagnóstico tardío puso también luz sobre la importancia de su entorno. "Cuando me pasaron pruebas, el psicopedagogo, después de recabar información, me pidió por el tema familiar y me dijo que, si no hubiera tenido apoyo familiar con repasos, seguramente habría sido un fracaso escolar de libro. Fui pasando por el apoyo familiar. Llego a nacer en otro entorno y no estaría donde estamos", reconoce.
Ahora que lo puede mirar con distancia, también ve cómo la sociedad puede ser exigente y poco empática. "Todo mi entorno me decía que ya lo sabían. A veces quiero decir una palabra y digo otra. No les sorprendió. Luego te encuentras a gente que siempre te corrige: familiares, exparejas que intentan despreciarte. 'Eres maestra, no puedes hacer este tipo de faltas'. Hay parte de personas muy empañadas". Con serenidad, Blanco dice que lo importante es haberse entendido y haber transformado su experiencia en una herramienta para los demás. "Ahora entiendo cómo ha sido mi vida y las trabas que he tenido", repite. Y, sobre todo, sabe que, para llegar a donde está, ha necesitado mucho esfuerzo y coraje.