Valsaba por unos jardines escrupulosamente diseñados y cuidados, que en medio conocía porque alguien había dibujado en la partitura de Johann Strauss II que la profesora de piano me enseñó a tocar para un concurso comarcal de jóvenes intérpretes. Olía el perfume de más de doscientas especies de rosas a la vez, y me iba maravillando del zumbido de abejas y zumbido de sírfidos, y de cómo la partitura deEl Danubio Azul había captado ese ritmo; hasta que tuve que sacar la guía de la mochila e investigar de dónde salía tal cantidad fabulosa de fauna polinizadora.

En la ciudad de Viena, la izquierda verde ha gobernado visiblemente. Cada determinados metros de cualquiera de sus parques impresionantes, se permite que un barbecho de tierra se asoma –y los insectos campan a sus anchas. No sólo eso: en las azoteas de los edificios públicos (y muchos privados, como el de nuestro hotel), no colocan piscinas ni excesivas placas solares para los beneficios, sino caseras. Los dedican a una apicultura urbana sostenible, que emplea tanto a particulares como a colectivos y asociaciones, que luego venden la miel elegantísima a clientes locales y visitantes como yo. Los himenópteros, por su parte, trabajan con los jardineros de la ciudad para garantizar el bienestar de todo lo verde. Me imagino cómo sería Palma, con abejas y rosales.

Cargando
No hay anuncios

En otras cuestiones les va más o menos como a nosotros, a los vieneses. Fumamos con el técnico de sonido, de treinta años, y nos explica que se dedica a la sonorización de teatro y música (y se siente muy afortunado). Los padres sólo pudieron comprarle una guitarra barata, y enviarle a aprender con la monja de la catequesis: "Si no hubiera ido así, ahora sería artista", dice, "o quizás no –es un trabajo durísimo". Vuelvo a acordarme de aquella niña a la que, con penas y trabajos, pagaron clases casi diez años y regalaron un Casio. En la ciudad natal del autor del método Czerny, hay un gran negocio en torno a la música, pero la parte del dinero sólo la ven unos cuantos, como siempre. Daniel nos habla de escándalos por la miseria que cobran los jóvenes intérpretes de orquesta; y de las poquísimas oportunidades, espacios y programas para dedicarse a otros estilos.

Mientras le escuchamos, se da cuenta de que tenemos los ojos alzados hacia el magnífico edificio que hay en frente: fachada neoclásica, ventanas enormes, techos altísimos y ninguna luz encendida o señal de vida cotidiana. La mitad de esos pisos del centro están vacíos, confirma. Son de gente rica que sólo está en temporadas, porque normalmente vive en las afueras; de extranjeros que, de vez en cuando, acuden a la ópera; o de alquiler turístico más general, a través de plataformas. Él está de suerte (de nuevo), porque su mejor amigo y compañero de trabajo ha heredado el piso en el que conviven. Strauss compuso el vals Vida de artista al tiempo que el del famoso encargo. "Feliz quien puede olvidar lo que no puede cambiar", dijo. Apagamos los cigarrillos en uno de los superavenientes ceniceros municipales. De limpias como son las calles, parece natural pasar valsando.

Cargando
No hay anuncios

Entonces me fijo en la bolsita que hay atada a la farola: contiene ejemplares de Die Presse, y los guarda de la lluvia. El técnico de sonido se da cuenta, pide a que nos dediquemos, además de la música. En la tira de cosas, pero somos muy afortunados porque todas nos gustan y se relacionan: investigar, pensar, probar. No terminé los estudios de clásica, ya menudo yerro la nota, pero, como Beethoven, creo que sólo la falta de pasión es inexcusable. Uno de los trabajos que hago, comento, es escribir en un semanario, y seguramente aparecerás en mi próximo artículo. Daniel confiesa que ya no lee en papel. En 2023 dejaron de imprimir el Wiener Zeitung, uno de los regionales más antiguos del mundo, que sólo había detenido entre 1939 y 1945, prohibido por los nazis. Era lo que le merecía más confianza; pero ahora que se ha convertido en digital, publica los mismos contenidos que cualquier otro. En casa también ocurre, respondemos. Y, por eso, pregunta en qué tipo de medio escribo, y sobre qué.

Me interrumpe el pensamiento de que el concierto irá bien, porque el técnico parece buen tipo. Llevamos seis horas juntos, montando, hablando, haciendo pruebas, fumando. Como nosotros, calla un instante cada vez que gralla una corneja, y se queda embobado con una rosa, o con una abeja que liba champán. Forma parte de ese ritmo que todavía mueve las almas de la ciudad. Quería explicarle que éste es un proyecto en mi lengua, con periodistas que se toman en serio el trabajo, a pesar de la escasez de recursos, pequeño; y que yo escribo como acto de resistencia, de subversión, para reflexionar a fondo con quienes dedican tiempo a la lectura ya la literatura. Pero sale el concejal de escenario y nos avisa: faltan diez minutos para el concierto. Y todavía no hemos comido nada.