Tópicos, vulgaridad y violencia
Jorge Semprún cuenta en La escritura o la vida que, al salir del campo de concentración nazi de Buchenwald, se encontró con dos tipos de personas que no querían conocer el horror que había vivido: unas evitaban hacerle preguntas y otras pedían cosas superficiales del estilo "qué, fue duro, ¿eh?". Este último tipo de personas demuestra que los tópicos y la vulgaridad son una forma sibilina de ejercer la violencia. Hay personas a las que no puedo acusar directamente de agredir mi cerebro, aunque lo hagan. Parecen educadas, pero buscan víctimas para alimentar su estupidez supina.
Hay una serie de discursos barateros sobre la vida, el paso del tiempo y la muerte que son basura, el equivalente de los alimentos ultraprocesados del pensamiento. "Escucha tu corazón" (no sea cosa que hagas un razonamiento demasiado sofisticado), "lucha por tus sueños y los conseguirás", "la vida es así", "la muerte nos afecta a todos por igual", "el tiempo no perdona"... Y no puedo continuar porque me está cogiendo incluso dolor de cabeza.
Luego están las frases prefabricadas de los políticos que todos, sin excepciones, dicen como si fueran haikus profundos que desvelan el sentido del servicio público, como algo más allá de tener el poder para hacer lo que quieras. Una aclaración para los políticos, que son mucho más prosaicos que poéticos: uno haiku es un poema breve de origen japonés, de tres versos y 17 sílabas, que expresa una emoción sobre la naturaleza o un instante concreto.
"Nos ocupa y nos preocupa", "lecciones, ni una", "dato mata relato", "lo veo nervioso", "crear sinergias"... Estas absurdidades son una forma de violencia mental, no sólo para quien escucha, sino también para quien no es capaz de elaborar un discurso con argumentos que vayan más allá del lenguaje de los loros. verborrea sorda e ilógica ha ocupado su sitio. En lugar de escuchar, mucha gente aprovecha para pensar cuál será la siguiente 'perla' que soltará. Es tan agotador que haya personas que opten por el silencio. Si me hubiera encontrado Semprún en París en 1945, le habría hecho una pregunta: "¿Cómo estás?".