23/08/2025
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En las últimas semanas hemos visto cómo el Gobierno de Prohens ha centrado gran parte de su acción comunicativa en tratar el aumento de la llegada de migrantes vía patera y el reparto de menores tutelados. Cierto es que los datos muestran un repunte que hace fácil pensar que se hayan saturado las infraestructuras para su acogida. Aún así, el fenómeno es suficientemente complejo para instar a nuestros gobernantes a tener una mirada amplia, ofreciendo medidas efectivas para dirigir esta problemática a la vez que evitar tensar excesivamente la convivencia.

Señalar colectivos concretos puede llegar a generar atención mediática y apoyo electoral, pero desde un punto de vista más global sabemos que contribuye a aumentar la crispación social. Tener un ojo pendiente de cómo evoluciona la opinión pública es clave para ver hasta qué punto este tema se convierte en la principal preocupación de los ciudadanos y si ciertos discursos contribuyen a aumentar la estigmatización de determinados grupos. La historia está llena de ejemplos de cómo la bola de nieve puede llegar a escapar del control de quienes en un primer momento sacan rédito de un racismo de baja intensidad, haciendo que sientan presión por radicalizar aún más sus ideas y su intervención. Pero no sólo es delicado desde un punto de vista de paz social, también desde un punto de vista ético: con el riesgo de no estar a la altura de nuestro deber moral de ofrecer ayuda a los recién llegados y respetar su dignidad. Esta perspectiva más social y moral, aparte de en la izquierda, ha estado también vinculada a una doctrina política cristiana, la cual, en parte, inspira ideológicamente al Partido Popular.

A todo esto, el carácter técnico de la discusión debería prevalecer. Y no porque en las discusiones técnicas no existan discrepancias y conflicto. Ya sabemos que la ideología está siempre presente aunque muchas veces invisible: prioriza políticas públicas, favorece unos valores sobre otros, etc. Sin embargo, la técnica sofistica un poco nuestro debate sobre las cosas, nos eleva por encima de simplificaciones de procesos sociales complejos. Y cuando lo hace, puede incluir el valor de la cohesión social y el respeto por el más o menos extendido humanismo que considera que todos los seres humanos merecen el mismo respeto. Es en esta discusión donde deberíamos centrarnos, pensar cuál es la mejor política para gestionar la llegada de estas personas, pensando que las cosas no son tan fáciles como dejarles morir en el mar o devolverlos de repente a la costa africana.

Pero no me escapo del tema: también hay que ofrecer un remedio al problema que lleguen tantas personas. Y por fuerza las medidas tendrán que ser estructurales, incluyendo, para ser completas, un plan de acción en el norte de África, la implantación de Frontex en Baleares y un mayor apoyo del estado español para asumir el coste de la actual crisis, tanto en el reparto de los migrantes en todo el Estado como en dar el apoyo económico adecuado para hacerle frente. Quizá sea una cuestión desagradable para muchas personas, pero ignorar el problema no pondrá soluciones. Y claramente pasar de menos de 200 migrantes llegados a las Islas en el 2018 por el mar a casi 6.000 el pasado año es un reto que requiere una respuesta política.

Igualmente, aunque se pongan en marcha medidas profundas y se repartan los migrantes que ya llegan a las costas en el resto del Estado, los políticos y ciudadanos de aquí deberemos asumir inevitablemente un coste hasta que el flujo se acabe reduciendo. Y este coste incluye acoger a parte de las personas que ya están aquí y de las que están llegando. Y para que esto sea posible de forma pacífica debemos menester que a la opinión pública no se le esté calentando constantemente con discursos que más allá de muchas veces ser racistas y xenófobos, normalmente simplifican lo que a la fuerza es algo complicado y que no se solucionará de un día para otro.

Hay que recordar, en un momento como éste, para dar algo de perspectiva, que en 2024 los migrantes de origen africano representaban un 15% de la población extranjera en Baleares, teniendo por delante a la población de origen europeo (un 31%) y americano (un 48%). O dicho de otra forma: en Mallorca hay más personas nacidas en Andalucía, Colombia y Argentina que en Marruecos. Con esto no pretendo disolver la importancia que tiene dar solución a la llegada de pateras, pero sí centrar algo el debate de la presión demográfica, que es real y que tiene consecuencias sobre nuestras infraestructuras, especialmente la vivienda.

Es esencial dar a cada cosa la importancia que realmente tiene. La llegada de migrantes en patera es un problema grave que requiere respuesta, pero el problema de la infrafinanciación ya viene de antes, también de nuestro empobrecimiento progresivo, el retroceso de hablantes de catalán y del aumento de la presión demográfica. Todos estos problemas son estructurales y sólo una mirada larga y que rehuya buscar chivos expiatorios podrá ponerse manos a la obra.

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