Sudor
Estos días de calor es normal pensar en los veranos del pasado. Los registros parecen decirlo bien claro: estas temperaturas son inéditas, de récord absoluto, lo que me lleva en mi cabeza una repadrina mía, que me dijo, ya un poco senil, que ese día había sido el más caluroso de su vida, impresión que podía parecer exagerada, pero que después confirmaron los noticiarios: desde hacía más de ochenta años, desde hacía más de ochenta años.
Ahora corre por X un chiste similar: aunque estemos muriendo de calor, parece que puede ser el verano más fresco del resto de nuestras vidas (al menos si conseguimos sobrevivir). Aunque sea cierto, no podemos hacer mucho, más que quejarnos y aguantar, sobre todo los que no tenemos aire acondicionado en casa y no sabemos dónde ponernos más que delante del ventilador, que ya es el mejor amigo del hombre. Este aparato representa ahora mismo una especie de utopía alcanzable, lejos de la fraudulenta y dañina implantación de los aparatos de aire acondicionado. El ventilador como símbolo de la virtud acalorada.
Todo el mundo da por hecho que este aumento de las temperaturas en verano es nuestra culpa, de la acción humana sobre el planeta, algo ante el que, sin embargo, no dejamos de remover la olla, con el resultado de que aún subimos más la temperatura del invento. Los aires acondicionados no hacen más que expulsar aire caliente fuera, o también el éxodo de las personas que sólo buscan cobijo junto al mar, convirtiendo el litoral en un follón, los millones de desplazamientos turísticos, aviones calentando la atmósfera, tanto asfalto y cemento por todo, absorbiendo solo y ahogándonos. En las ciudades vacías se podrá acabar respirando mejor que en el litoral ataconado de hormigón. Así, cada piscina que construimos es una herida purulenta más en la piel del planeta. Todo lo que hacemos para buscar consuelo agrava el problema. El remedio no es que sea peor que la enfermedad; el remedio ya es la enfermedad. Ha estado buscando un cuidado para nuestra condición insatisfecha como nos hemos cargado este maravilloso planeta. Buscando salir del fuego estamos creando, literalmente, un infierno con aire acondicionado y comida a domicilio.
Que muchas ciudades europeas se preparen para veranos futuros con más de cincuenta grados de temperatura es de distopía demente. Además, el calor se reparte desigualmente: sobre todo son las clases trabajadoras las que sufren. repartidores de comida, los marjales o los barrenderos. En esto será necesario un replanteamiento serio. No puede ser que el calor tenga ideología. de frío.