La sombra que nos falta

30/12/2025
3 min

En un tiempo incierto en todos los aspectos, la promesa de certezas imposibles se convierte en un opio cegador y adictivo. Certezas que funcionan como refugios temporales ante un mundo que cuesta cada vez más digerir. Pero la temporalidad de estas certezas es más efímera que nunca y deja desnuda su falta de consistencia real. Son pseudocertidumbres que se nos abocan por la vía de la sobreinformación y de los algoritmos tecnológicos, que convierten cualquier inquietud legítima en un alud de respuestas fáciles, concluyentes y tranquilizadoras. Respuestas que confortan de manera instantánea, pero que dejan después un vacío hondo, una ausencia de sentido que sólo busca llenarse con más estímulos inmediatos, con dogmatismos extremos, con relatos simples y salvadores, con refugios trampa que prometen protección mientras nos encarcelan en un sinsentido desesperante caz el ruido, el exceso y el vacío.

No dejamos tiempo para el silencio, no dejamos tiempo para la quietud, para la reflexión, para la conversación lenta y honesta, para el cuidado que implica disponer de tiempo. No dejemos tiempo para el tiempo que necesita la vida para ser cuidada, para ser habitada, para ser compartida. Vivimos atravesando los espacios, no viviéndolos; consumiéndolos, no amándolos; gestionándolos, no escuchándolos.

Las cosas pasan deprisa. Los ataques vienen de muchas bandas y en intensidades diferentes. Algunos nos atraviesan de lleno, otros los observamos como espectadores aparentemente lejanos. Y mientras todo se acelera y se intensifica, el desconcierto nos invade y ya no tenemos tiempo para articular la rabia. Cuando queremos reaccionar, todo ha pasado. Seguramente ésta es la sensación compartida por muchas de las personas que estas últimas semanas se han organizado para evitar la tala de diecisiete hermosas sombras de la plaza de Llorenç Villalonga de Palma. Con prisas, sin diálogo real, con argumentos estrictamente técnicos y de seguridad –ay, la seguridad, esa palabra mágica que todo lo justifica, que todo lo legitima, que opera sobre el miedo alimentado desde los poderes– se han talado diecisiete árboles sanos, de madrugada. Y de repente, ya está. Una ejecución expeditiva, una ley mordaza que amordaza cualquier posibilidad de acción directa, una rueda de prensa posterior para explicar los supuestos porqués, y la confianza en que el tiempo –este tiempo acelerado, festivo, saturado de información– haga su trabajo: tapar una cosa con otra hasta que todo se olvide.

Esto es lo que pretenden. Que el olvido haga el trabajo sucio. Que el ruido trague la indignación. Que la gente se canse. Pero lo que ocurrió en la madrugada del 18 de diciembre no es una anécdota ni un simple episodio de gestión urbana. Es un síntoma. Un símbolo de una forma de entender la ciudad, la vida y el poder. Por eso ahora necesitamos la rabia. Pero no una rabia explosiva y fugaz, sino una rabia organizada, perseverante, tenaz. Una rabia que no dé tregua, como no la dieron desde el Ayuntamiento de Palma para ejecutar una tala evitable.

Que la sombra de los hermosas sombras que ya no están sea oscura y larga. Que planee sobre las decisiones tomadas y sobre quien las tomó. Que sea incómoda, persistente, que no deje dormir tranquilas las conciencias de quienes, en aras de la "seguridad", matan la vida. Porque hay que preguntarse: ¿seguridad de qué, de quién, para qué? ¿Qué certezas son estas que legitiman tanta barbarie? ¿Qué urgencias son reales y cuáles son construidas? ¿Qué poder se ejerce ya favor de quien? ¿Qué fortalezas se protegen y qué fragilidades se desprecian y eliminan?

Ahora, por tanto, no hay que soltar. Es necesario que los hermosas sombras se conviertan en símbolo. Símbolo de lo que ya no toleramos, de lo que ya no nos creemos, de lo que no olvidaremos y de lo que no callaremos. Que en un mundo tomado por el vacío, por la técnica deshumanizada, por la seguridad como dogma, por las falsas certezas y por la arrogancia política, sepamos oponer calma, memoria y perseverancia. Que utilicemos todas las herramientas al alcance para que lo ocurrido –con los hermosas sombras y con tantas otras decisiones impuestas– no caiga en el olvido, para que no haya impunidad, para que se exijan responsabilidades.

Reivindicar unos árboles es defender la vida que nos quieren arrebatar. Es reclamar el derecho a habitar la tierra que vivimos y amamos. Que la sombra de los hermosas sombras talados sea larga para quien los condenó, y que sea, al mismo tiempo, refugio y símbolo para todas las personas que les han llorado. Un recuerdo vivo de cuál es la verdadera protección, cuáles son los refugios que necesitamos y qué certezas –frágiles pero honestas– vale la pena defender.

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