18/08/2025
4 min

Hace unos días me llegó una entrevista publicada en el diario Berria protagonizada por el sociolingüista irlandés Conchúr Ó Giollagáin. El nombre puede sonar poco familiar, pero el hombre no es un aficionado: nacido en Dublín en 1966, es profesor de investigación gaélica en la Universidad de las Highlands y las Islas de Escocia, todo un veterano en estudios sobre lenguas minorizadas. Vamos, que sabe de lo que habla.

La entrevista arranca fuerte: a su juicio, las políticas lingüísticas que se hacen en Europa –y también aquí– parten de un error enorme. Se habla mucho de "normalización" y de "promoción", pero se evita afrontar el principal problema: la pérdida real y constante de los núcleos de hablantes vivos. Y esto, en Mallorca, lo comprueba cada día. Basta con mirar algunos pueblos del Pla, donde hace sólo veinte años casi todo el mundo hablaba catalán y hoy el castellano ya ha ganado mucho terreno. No es ningún misterio. En muchas zonas de la isla, la lengua se ha mantenido por inercia, no por una clara conciencia de su valor. Se hablaba catalán porque "siempre se ha hecho así", pero cuando ese hábito se rompe, no queda nada detrás que lo sostenga. Para que seamos claros: la mayoría de mallorquines no odian al catalán, pero tampoco lo ven como una lengua imprescindible. Lo consideran menos útil, menos importante. Y si lo ves como una lengua de segunda, inevitablemente, también la acabas viviendo como una lengua de segunda.

Ahora bien, no todo son reproches. El lingüista reconoce que herramientas como educación, medios y nuevas tecnologías pueden ayudar a revitalizar la lengua. Pero por eso es necesario adaptarse a las necesidades reales de los hablantes, porque no todos son iguales. En consecuencia, no se puede realizar una política lingüística homogénea. Porque no es lo mismo quien utiliza el catalán sólo en el aula que quien lo utiliza porque se habla en su pueblo. El primero lo puede utilizar de vez en cuando, entender su valor simbólico e incluso amarlo y protegerlo como quien se preocupa por los koalas… pero es el segundo quien mantiene el idioma vivo. Y esto es la clave. Si las políticas públicas ignoran esto –como ocurre a menudo–, acabamos dejando desamparados justamente a aquellos que más sostienen el idioma: las villas y barrios donde todavía el catalán es mayoritario.

El mensaje de Ó Giollagáin puede incomodar, pero es claro y necesario: las lenguas minorizadas sólo tienen futuro si refuerzan sus últimos bastiones. Así de simple. No lo arreglaremos con apps de vocabulario, ni con influencers que digan "buenos días", ni con vídeos que nos quieren hacer sonreír. Si no tenemos comunidades vivas que usan la lengua todos los días, no tenemos lengua.

Y ante esto, ¿qué hacen las instituciones? Ido lo de siempre: promoción simbólica. Subvenciones, jornadas, campañas, premios... Todo muy pulido, muy institucional, pero que sirve para evitar mirar de cara a los problemas reales: la pérdida de uso social del catalán y la constante hostilidad de un Estado que no tolera la diferencia.

Personalmente, pienso que Conchúr Ó Giollagáin tiene razón. Hace unas semanas escribí que era necesario repensar el mallorquinismo. Lo mantengo. De hecho, lo repetiré tantas veces como sea necesario. No por odio ni por traición, sino por liberarnos de inercias que ya no sirven.

Debemos ponernos a trabajar de una vez, porque aunque no hay fórmulas mágicas, el camino está claro. Debemos reforzar los bastiones, es decir, aquellos pueblos y espacios sociales donde el catalán todavía se habla con naturalidad. Y es importante tener presente que un bastión no es sólo un sitio físico. También puede ser un club de esparcimiento, una escuela, un grupo de teatro o una zona de marcha. Cualquier espacio en el que la lengua no sólo se aprende, sino que se vive. Donde está presente en el día a día, es útil y divertida.

Hay trabajo que hacer. Mucha. En las áreas donde el catalán es aún mayoritario, se necesitan acciones valientes: reglamentos municipales y planes reales para mantenerlo presente en empresas, entidades y calles. Y no, eso no sólo va a hacer cursillos para recién llegados. Y en las zonas donde el catalán ya ha perdido fuerza, toca despertar y entender que es necesario ser claros y firmes para proteger las zonas donde se habla con naturalidad (spoiler: no es la escuela). Nos hacen falta, pues, lugares de socialización: esplais, conciertos, clubs deportivos y actividades para niños y jóvenes, y todo 100% en catalán. Menos manifestaciones y más monitores de tiempo libre. Sin excusas ni complejos. Estas actividades deben ser monolingües, porque si el catalán no se encuentra en el centro, simplemente desaparece.

Además, esto debe ir acompañado de una tarea pedagógica brutal. Pero de la de verdad. Porque ya no es el catalán quien mantiene viva a la nación de los mallorquines, es la nación quien debe mover el culo si queremos que el catalán sobreviva. Alerta, porque esto es importante. Es un cambio de paradigma. Y las entidades que defienden el catalán deberían tomar nota. De esta manera, a los catalanohablantes hay que decirles: "¡sois un pueblo oprimido, despertad!", ya los que hablan castellano, inglés, árabe…, también. Para que tengamos claro que hay un Estado que hace todo lo posible para que no se sientan parte de esa comunidad. Recuerde: nos quieren divididos, mudos y enfrentados.

En definitiva, el mallorquismo debe despertar, y desde El Pi hasta Plataforma per la Llengua deben hacer un pensamiento. No podemos resignarnos y pensar que todo está perdido, pero tampoco podemos hacer como si todo fuese bien. Si no nos espabilamos, el catalán no morirá, pero quedará reducido a un hobby, como hacer cerámica o tocar la flauta dulce. Necesitamos, pues, un giro. Rápido, profundo y radical. El futuro de nuestra lengua depende de si nos ponemos las pilas o si seguimos jugando a salvarlo. Vosotros diréis.

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