Mística sin alma
Ha sido el mejor debut de la historia de una artista de habla hispana, con más de cuarenta y dos millones de reproducciones en Spotify a nivel global. La crítica generalista le alabó, las audiencias se disparan en cada entrevista que da e incluso el presidente del gobierno del Estado, Pedro Sánchez, le felicitó por ser "la tercera artista más escuchada" durante unos días a nivel mundial. Pero lo que hace que el éxito del nuevo disco de Rosalía, Lux (Sony Music Entertainment), ¿también sea paradójicamente, y en un sentido más cualitativo, artístico, hondo, un fracaso?
Del disco ya lo sabía casi todo el mundo antes de haberlo oído: a Lux, Rosalía canta (más o menos) en trece lenguas distintas, vuelve a la música con instrumentos tradicionales y abre una nueva etapa como artista en la que, según afirma, la mística y la búsqueda de Dios son centrales. Pocos artistas despiertan tanta expectación a la hora de publicar un nuevo álbum, y son míticos los análisis que fans y expertos musicales han realizado de sus trabajos anteriores, entre la sobreinterpretación y la exégesis más o menos fundamentada. Con cada nueva referencia, es como si Rosalía propusiera a sus oyentes no sólo una pieza artística que pueden disfrutar en el plano sensorial y emocional, que no es poco, sino también una especie de juego en clave que hace falta descifrar.
Sin embargo, llega un punto que el oyente puede llegar a cansarse de interpretar los discos de una artista que no siempre contienen el gemelo de lo que han prometido. Es realmente 'Lux' ¿un disco místico que busca el sentido de Dios desde la contemporaneidad del tercer milenio, o bien una estética más que, como Madonna pero sin ninguna transgresión, sin ningún cuestionamiento, Rosalía ha encontrado que ahora quería explotar? Con este afán de secretismo y de supuesta complejidad, el equipo de marketing de la de San Esteban Sesrovires han conseguido el efecto inverso de la promesa íntima, reveladora, que contiene el disco: desactivar emocionalmente a quien le escucha y hacerle sentir la pieza final de un engranaje trabajadísimo de marketing, en el que Dios lo son, lo que Dios, lo es decorado. Es, en definitiva, mística sin alma.
Mientras tanto, quien esté interesado en explorar estos caminos sólo tiene que hacer que leer algunos títulos recientemente publicados en catalán, como los exquisitos Poemas esenciales, de Juan de la Cruz (trad. Pere Lluís Font), en Fragmenta, con 'Cántico espiritual', 'Noche oscura' y 'Flama de amor viva'; el Libro de amigo y amado, de Llull, en versión de Sebastià Alzamora, recuperado por Barcino; o bien el delicioso volumen ensayístico Místicas mallorquinas, de Rosa Planas, publicado por Lleonard Muntaner, Editor. Los clásicos y las autoras secularmente ocultadas y menospreciadas no disponen de un equipo de promoción como el de Rosalía, pero sí parten de un lugar algo más hondo, algo más verdadero: la búsqueda del amor, de la verdad, de lo supremo. Pueden llegar a golpear, incluso, un agnóstico irremediable como el que firma este artículo.