Migas y cortadas

Una de las estrategias políticas y mediáticas más efectivas pasa por crear un clima fóbico, que asimile cosas y fenómenos diferentes y los ponga dentro del mismo saco. Han hecho una serie sobre la fobia satanista que nos cogió en los años 80 y 90 (¡Hysteria!, en SkyShowtime), que puede servirnos como descripción más o menos irónica de lo que ocurre siempre en estos casos, ahora no contra los satánicos, sino contra los inmigrantes. Se trata, en primer lugar, de localizar un mal y después cargarlo contra determinadas personas, vistas desde una generalidad abstracta. Todo lo que no nos gusta puede ser culpa suya, porque a la postre sólo son un chivo expiatorio, si bien puede haber casos de criminalidad y violencia, que la fobia se encargará de multiplicar y magnificar, contribuir a hacer de ellos un paradigma que, sin embargo, sólo existe en el cerebro convencido de quien ya está lleno de odio o de miedo.

En un mundo de incertidumbres, estas pasiones oscuras simplifican las cosas y las hacen más comprensibles. Parecen, además, darle a la vida un objetivo, una cruzada cuyo fin es devolver a las esencias perdidas. Sin embargo, el sesgo cognitivo está claro: todo lo que confirme lo que queremos creer es tenido en cuenta, mientras que lo que ni siquiera es percibido, porque ni es visto o será destacado. La ideología hace de imán sólo del metal que interesa. Podemos pensar que la juventud idolatra al demonio, o que el inmigrante es el demonio escuado, y sólo porque tiene otra fe o un hambre que le alza por culpa de un sistema económico que le da las migajas. Y sobre todo porque sirve de estrategia de ocultación; mientras se habla del inmigrante no se habla de la corrupción de los peces gordos, y puedes colgarle al inmigrante el fallecido de haber robado las migajas, mientras no hablas de quién ha hecho un pan tan malo, o de quién se ha llevado las tajadas más gruesas. El discurso del odio siempre esconde diversas formas de corrupción, sobre todo por parte de aquellos que más lo propagan o de quienes aprovechan la mala marejada para llenar el galamón. Durante los años del gobierno de Rajoy, los policías cantaban "a miedo ellos" mirando a los catalanes; ahora sabemos que su ministro de Hacienda, mientras, se llenaba fraudulentamente los bolsillos.

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Dicho esto, debe recordarse la obviedad de que todos los países regulan la inmigración, y que no es posible acoger a dos o tres millones de personas más en pocos años, en ciertos territorios, sobre todo si no se quiere pagar un precio excesivamente alto en aculturación. Ahora que se habla de la financiación particular para Catalunya, los mismos diarios que critican los discursos contra los inmigrantes dan cuerda a las reticencias contra los catalanes, acusándoles de insolidarios, cuando aquí sólo se pide justicia, o tener los recursos necesarios para, entre otras cosas, poder hacer algo para que la inmigración no te acabe de ahogar. Pensar a los demás como un todo, proceder por haces y englobar a personas diferentes bajo un determinado discurso, siempre es peligroso, injusto ya la vez ideológicamente eficaz. Es una forma de fascismo, pero transversal.