
PalmaSomos una sociedad capaz de convencer a todo el mundo de que no se puede subir a una moto sin casco, que te la juegas demasiado. En pocos años se concienció de la importancia de proteger la cabeza y también, al menos mucho más que antes, del "si bebes, no conduzcas". Hemos cambiado hábitos, hemos concienciado a generaciones, se aumentó su vigilancia y sus sanciones. Pero el mismo celo que se ha puesto por conservar la cabeza física no se aplica para proteger el estado mental ni el hígado de los menores.
Barra libre para los menores. La periodista Maria Llull lo retrataba bien en la pasada edición del ARABalears, y retrataba dos realidades en las que no hemos evolucionado: por un lado, la permisibilidad con la relación alcohol-menores. Está prohibida su venta, pero todo el mundo mira a otro lado. "Entro donde quiero y bebo lo que quiero", decía una muñeca de 15 años. Por otra parte, el hecho de que los locales de copas todavía no suelen poner pega alguna a las chicas menores para que entren, porque consideran que atraen clientela masculina. Algo que denota un machismo rancio: como si fuera normal que hombres adultos encontraran encantador tener a adolescentes como reclamo. Y todo esto sin que nadie encuentre motivo para indignarse.
Todas las generaciones han tenido sus aventuras y sus excesos, y la de los que ya tenemos una edad hacía muchas tonterías. El pasado, como en otras muchas cosas, fue peor. Pero hay que preguntarse por qué, si hemos logrado hacer inaceptables cosas como ir sin casco, no podemos hacer igual con la permisividad hacia el alcohol y con ese machismo disfrazado de normalidad. Porque proteger la cabeza está muy bien, pero proteger a quien lleva el casco también debería ser obligatorio.