Ni los 'hooligans'
Hay gestos que retratan más que mil discursos. Lo que ocurrió en el último pleno del Parlamento de las Islas Baleares es un ejemplo claro: Vox impidió que se guardara un minuto de silencio por las víctimas de Gaza. No hablamos de discrepancias sobre presupuestos, ni de proyectos de ley, sino de lo que debería ser el mínimo denominador común de cualquier sociedad democrática: el respeto a la vida ya los derechos humanos. Ni siquiera ante el duelo, ni ante la muerte, esa extrema derecha muestra empatía o respeto. Ni los hooligans, que a menudo también se envuelven en banderas y consignas, se atreven a romper el minuto de silencio que en los estadios se dedica a víctimas anónimas.
Este desprecio no es un hecho aislado. La extrema derecha en todo el mundo tiene en común una actitud de negación sistemática de los consensos sociales y democráticos. Trump no aceptó el resultado electoral y alimentó un asalto al Capitolio. Bolsonaro insinuó fraudes inexistentes y alentó manifestaciones contra el sistema judicial. Putin gobierna con la represión y el silencio forzado de toda disidencia. Netanyahu, con el genocidio que infringe en Gaza, hace de la vulneración del derecho internacional un acto cotidiano. Milei, en Argentina, destruye consensos sociales básicos en aras de un ultraliberalismo que confunde libertad con la ley del más fuerte.
El hilo conductor es la misma pulsión: la violencia, explícita o implícita. La violencia de la palabra, que erosiona la convivencia; la violencia institucional, que bloquea o destruye espacios comunes; y la violencia real, la de los cuerpos y vidas que se van en guerras y en represión. Cuando una fuerza política rechaza incluso los rituales más sencillos de respeto compartido, como un minuto de silencio, lo que hace es abrir la puerta a una sociedad sin códigos compartidos, sin tierra firme.
El Parlamento balear, no lo olvidemos, es la máxima institución de representación democrática de las Islas. Si en la casa común se permite convertir el dolor en motivo de confrontación, entonces no sólo se insulta la memoria de las víctimas de Gaza sino también la propia idea de democracia. La democracia no es sólo votar cada cuatro años; es sostener día a día un espacio en el que, por encima de las diferencias ideológicas, haya unas reglas de respeto y de convivencia que nadie puede pisar.
En este sentido, Vox ha hecho visible lo que muchos ya sabemos: que no respetan ningún consenso. Ni el de los derechos humanos, ni el de las reglas del juego democrático, ni el de la mínima empatía colectiva. El Parlamento no debería normalizar estos gestos, porque el peligro de la normalización es que, poco a poco, lo que parecía impensable acabe siendo tolerado. Pero resulta que el Parlament balear está presidido por Vox.
La sociedad balear merece que su espacio democrático sea defendido con firmeza. Porque si hoy se niega un minuto de silencio, mañana se puede negar el derecho a la palabra, oa la discrepancia, o incluso a la existencia de los demás. La historia nos ha mostrado demasiadas veces cómo empiezan estos caminos. Y demasiado rara vez somos capaces de recordarlo a tiempo.