La excelencia hecha mercado ecológico
PalmaRecuerdo como si fuera ayer los inicios del mercado ecológico de la plaza de los Patins de Palma. En los días previos, algunos vecinos de la barriada donde entonces yo residía, la Puerta de Santa Catalina, ofrecían con escepticismo su sentencia anticipada: "Eso no irá bien, los productos ecológicos son caros". Aquellas conversaciones tan propias de los humanos, y no digamos a los isleños, que anunciamos el fracaso de todo lo que desconocemos o no nos cuadra.
En las primeras semanas, los convencidos hacíamos cola, y otros curiosos rodeaban comparando precios. Una vecina de la calle de los Oms me sintió predicar las bondades de comer cosas sin fertilizantes ni otras pestes artificiales, crecidas de manera saludable, y me admitió que "yo sólo sé una cosa, y es que he hecho unas verduras hervidas y la col olía ese olor fuerte que hacía tiempo que no sentía. He vuelto a mi joven".
15 años después, el mercado ecológico es una realidad porque ha sido capaz de demostrar que los proyectos funcionan si son capaces de algo tan simple y tan difícil como hacer las cosas bien. Ofrecer calidad, mantenerla y ser competitivos es la única fórmula para que el campo y el resto de sectores productivos insulares puedan sobrevivir. Pensar que sencillamente por "ser de aquí", o por tener una base de incondicionales, el futuro está asegurado es ser, en el mejor de los casos, ingenuos.
Y esto lo podemos aplicar a la mayoría de proyectos, iniciativas, e incluso sectores. Sólo la aspiración de la excelencia, en vez de la mejor, nos hará tener una industria sólida, unas empresas culturales con proyección, y unos medios como el nuestro, independientes. Y me diréis que también es necesario que las instituciones crean y apuesten. Sí, pero eso solo no va a ninguna parte.