Laura Izquierdo
09/10/2025
3 min

Escribir es amar, encarnar el tejido de la escritura que te habita, como lo hicieron los primeros signos grabados en arcilla y los vínculos que llenaron los síntomas de tu vacío primigenio. Desde los primeros balbuceos empezaras a averiguar las espirales de los afectos que más tarde se convertirían en mapas que guiarían tus narrativas. Hoy te invito a pensar en la metáfora. Deja que las palabras broten dentro de tu cabeza, que resuenen en el espacio literario de tu hogar, que son tus pensamientos y los tuyos sentipensamientos. Pensar es hacer un encuentro con tu voz sintiendo el atropello de las palabras que quieren llamarse todas a la vez, buscando un sitio en tu cerebro para sentarte al turno, a la espera de que las elijas con cuidado y los cinceles una vida nueva e insólita.

El amor, como las palabras, se recrea una y otra vez: éste es el milagro –literario y afectivo. Hace unos instantes estabas inmersa en meditación, entrenando la conciencia abierta, relajada y disponible, entregada a lo que tuviera que manifestarse, sin aferrarte ni rechazar los contenidos de la experiencia. Pues el amor nace de la sombra del vacío, como el lenguaje y el deseo de poemar o narrar te mueven a crear otras ficciones que acabarás amando.

La metáfora revisita espacios íntimos del pasado que se asemejan a otros del presente; sientes el impulso de escribir, como ese día en que arrancaste a correr para hacer la que pensabas que sería el último abrazo. Así funciona tu proceso creativo y también tu comprensión de amar: como un ánimo que arraiga en un hoyo húmedo de lágrimas, rebota y se levanta en palabra. Verbo que vuelve significado cuando tú le escuchas, lo miras, lo acoges en tu seno y lo esculpes en un nuevo milagro.

Escribir es amar generosamente. El verdadero amor no se compra ni se vende: se da. Aunque nunca se ofrece del todo conscientemente. El amor, dicen, debe empezar por dárselo a una misma, algo que no siempre es posible; por eso no es suficiente. Estamos en relación –eso ya se ha escrito. El amor, los afectos, necesitan al otro, en un acto de comunicación a descodificar. Su objetivo último debería ser la libertad y el crecimiento honesto y sostenible. Como las palabras, el amor toca, puede herir y transformar a partes iguales. Es un ejercicio de voluntad y constancia que pide disciplina y paciencia. La escritura, como el amor, es generosa ya veces pesada: sus frutos necesitan tiempo y otro que los reciba.

¿Cuál es el contenido de tu escritura? No es lo universal y objetivo, blanco y polarizado. Esta voz ha negado a menudo lo femenino: la otra, la que habita los márgenes, las voces disidentes. Tú, como ellas, escribes como amas: con el deseo a flor de piel y la pelvis en llamas. Ve fuerte y vulnerable, al tiempo que se alza con voluntad emancipadora de la mitad de la humanidad.

Buscas el amor como ensanchadas las palabras: no te bastan esbozos ni apuntes aislados. Quieres las palabras exactas que te permitan volver a casa, porque tu casa "es la escritura, el único fuego que no se extingue", como decía Cristina Peri Rossi. Y, como tu amor, que no es ciego, empujas los verbos a rasgar la venda de Temis para tomar en préstamo otros ojos. Y es que el amor mira con ojos nuevos las memorias viejas que habías desterrado. Se trata de resucitarlas y permitir que vuelvan de la guerra como hijas pródigas a las que abrazar con todos los paréntesis de abundancia y ternura.

El amor y la escritura tienen algo de orfandad: se viven en soledad. Estás sola en el amor como en tu escritorio o en tu cárcel. Has conocido a muchas otras mujeres que han tenido que renunciar al amor para buscar un idioma propio. "Mi único drama, el drama central, es el lenguaje", dijo Alejandra Pizarnik. Tu drama, acéptalo, es que corres tras el amor y cuando estás a punto de cogerlo con la punta de los dedos y capturar el verbo que signifique el momento exacto de capturarlo, te deja con la palabra en la boca. Entonces, todas las canciones son posibles: una temible paradoja.

Escribir es amar. Amar es resistir, permanecer en pausa, anclada al silencio. No esperes el amor, como no esperes la palabra o el verso, que llegará si quiere frotarte la mejilla para volver a su impermanencia. Tendrás que volver a moverte y habitar las pausas hasta que se produzca de nuevo el milagro de ser mirada y mimada. Es casi lo mismo que ser leída por un narrador testimonio del amor omnisciente que anhelas.

Por último, aléjate, observa tu nueva ficción y amala como te he dicho. Deja que el texto tome su propio camino y sea decodificado en otros lugares desconocidos, también ávidos de amor y lenguaje. Tu escritura, como tu capacidad de amar, no serán relegadas a lo accesorio si tú crees. Tu amor, como tu verbo, tiene un inmenso peso en la historia cotidiana del tejido de la escritura que te habita.

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