Patera abandona en la costa de Mallorca.
21/10/2025
3 min

En el debate sobre el estado de la comunidad, la presidenta situó hace unos días la cuestión demográfica en el centro del debate político. El crecimiento poblacional –en la práctica, un subterfugio por no apuntar directamente a la inmigración– ha pasado a estar en el centro del debate, porque una parte de la clase política es especialista en crear problemas nuevos en lugar de aportar soluciones efectivas a los problemas que ya tenemos. De hecho, sólo recordaré que hace justo un mes el gobierno autonómico quedó en evidencia cuando el Foro de la Sociedad Civil destapó los datos del sondeo de la Agencia de Estrategia Turística del mismo gobierno que apuntaban a que lo que en realidad molesta a buena parte de la ciudadanía es la cantidad de turistas que tenemos.

Las dinámicas demográficas –y el crecimiento objetivo de la población que han experimentado las Islas Baleares en las últimas décadas– no son la causa de otras problemáticas, sino la consecuencia de las dinámicas económicas vigentes. El archipiélago de Malta, por ejemplo, hace ya rato asumió que para mantener su ritmo de crecimiento económico (y hablamos de un territorio y una economía mucho más pequeños que Baleares), necesitan más de 10.000 trabajadores y trabajadoras extra cada año. Lo plantean abiertamente, pero obvian que lo que llega son personas y no justo mano de obra, con vida y sueños más allá de esa visión utilitaria.

No sería complicado establecer un cálculo similar para el caso de las Islas Baleares. Salvo el paréntesis de la covid, desde el año 2000 el PIB de Baleares ha crecido más de un 170%. No lo han hecho en igual proporción los salarios, ni los ingresos per cápita. La población ha crecido en el mismo período un 34,9%, más que ninguna otra región española. Un 80% gracias a la inmigración. En resumen, puede estimarse fácilmente que para mantener un ritmo medio de crecimiento económico del 2,70%, como hemos registrado desde el inicio del milenio, necesitamos un crecimiento medio del 1,25%, es decir, un mínimo de 13.282 personas más cada año, que obviamente no llegarán por la vía de los nacimientos. Y aquí las bajas tasas de natalidad vienen determinadas por cambios sociales que no son exclusivos de las Islas, pero aquí se añade la imposibilidad de poder desarrollar un proyecto de vida y una familia gracias a la especulación con la vivienda.

Como científico social, la falta de honestidad de los políticos que juegan a confundir causas y consecuencias me exaspera, sobre todo si va acompañada de medidas y sobre todo de discursos criminalizadores de una parte de la población. Especialmente en una tierra como la nuestra, donde hoy una de cada cuatro personas ha nacido en otro país, y la mayoría de la sociedad está atravesada por la experiencia de la migración. Si se quiere tocar la tecla de la población (o de la inmigración), debe abordarse de forma decidida la transformación de un sector económico que además de comerse otros sectores productivos con un valor añadido más alto –y los trabajadores/as necesarios para que estos otros sectores funcionen–, requiere cada año más turistas y más personas para servir a estos turistas o para trabajar en los servicios que el trabajo a los servicios.

También me exaspera que ante un fenómeno como son las migraciones en tránsito (sí, en tránsito porque más del 95% de las personas que llegan en patera ni siquiera quedan en las Islas Baleares), en lugar de focalizar los esfuerzos de las administraciones en garantizar una acogida temporal de acuerdo con estándares basados ​​en los derechos comisario europeo "el despliegue de Frontex", que no es otra cosa que una agencia de seguridad que en todo caso hará que no se vean pateras en nuestras costas. Porque uno llega a pensar que lo que realmente molesta es eso: las imágenes de un drama humano, a veces con cadáveres incluidos, incompatible con la industria de la felicidad que quiere representar al turismo. Si el problema no se ve, ¿dejará de existir? Por cierto, si repasa los últimos informes anuales de Frontex, comprobará que la ruta argelina que ahora tanto preocupa y es tan evidente a los ojos de todos no lo es para la agencia más cara de toda la UE.

¿No habría sido mucho más necesario y urgente ir a ver al comisario europeo de vivienda, ahora que, por primera vez desde las últimas elecciones, hay uno? ¿No es éste, verdaderamente, un problema que afecta cada vez a más isleños, independientemente de nuestra procedencia? Pues no, mejor inventar nuevos problemas, y dejar los intereses de los grandes beneficiarios de todo ello intactos. ¡Es la economía, estúpidos!, clamaba Bill Clinton en los años 90. Y sí, es la economía, y no la demografía, el verdadero problema. Detrás de las dinámicas migratorias, detrás de los problemas de vivienda, detrás de la destrucción medioambiental. Sigamos.

stats