Paco Esteve

Alicante es importante

Lo que ha sucedido en Alicante con la lengua podría acabar pasando en las Islas Baleares, por más lejos que parezca. se parece, como más va más, en Alicante. la ciudad de Alicante es el caso mejor estudiado y documentado de sustitución lingüística del mundo, gracias al completísimo estudio de Brauli Montoya Alicante, la lengua interrumpida. Montoya, que, por cierto, fue profesor de Filología Catalana de la UIB, ofrece algunos datos escalofriantes, como el hecho de que la Guerra Civil (que, cabe decir, acabó en el puerto de Alicante) propició que algunas familias hablaran a los hijos, nacidos después de la guerra, en castellano, en contraste con los que habían nacido antes. Cuando las sucesivas oleadas inmigratorias de mano de obra castellanohablante llegaron a los años cincuenta, sesenta y setenta, encontraron un desierto lingüístico donde los mismos oriundos ya se habían encargado de sembrar sal para acabar de ahogar los tímidos brotes de recuperación.

Fue un fenómeno puramente municipal, pero: las poblaciones de alrededor, en la misma comarca del Alacantí (San Vicente del Raspeig, Jijona, San Juan, Mutxamel, Agost, Campello), actuaron de cinturón de contención de la deserción lingüística. Por no hablar del potente traspaís que representa la Marina, el Condado, el Alcoyano y amplias áreas del Vinalopó. Y no sólo extramuros: el catalán, por más que haya que rascar, lo encontraremos dentro de la misma ciudad: en la toponimia, en la rotulación, en el día a día de muchos barrios, en la boca de las personas mayores, en canciones, dichos y refranes, en aquel vocabulario irremplazable, pasando de mano en mano, circulando oculto, secretamente, como la rosa.

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¿Qué significaría que Alicante pasara a ser considerado "municipio de predominio castellanohablante" dentro de la Ley de uso y enseñanza del valenciano? Pues, entre otros, que el catalán vendría a ser una asignatura optativa, ya que la ciudad entraría de pleno derecho en la lista de poblaciones donde se puede pedir la 'exención' de la enseñanza de la lengua, una medida que debía ser provisional, de acuerdo con el espíritu de la ley, y que se ha enquistado en algunas comarcas. La exención, que ahora quieren implantar en las Islas en algunos supuestos, no hace ningún favor a los niños: no sólo les niega los beneficios de ser bilingües, sino que les cierra el acceso a unas ofertas de trabajo que valoran el plurilingüismo como requisito o como mérito. Además, los valencianohablantes verían muy vulnerados sus derechos. Si en zona de predominio valencianohablante ya las pasamos flacas, en zona castellanohablante tendrían carta blanca para el lingüicidio. Mirad, si no, qué hacen en los Serranos, comarca históricamente castellanohablante: por mucho que el catalán ganó la perversa consulta de preferencia lingüística que perpetró el conseller Rovira (consulta que pretenden emular con un formato u otro en las Islas), aplicarán medidas para arrinconar al valenciano en la escuela escudándose precisamente en el colegio.

Pero no compramos sus subterfugios: no es la educación ni el futuro de los niños, lo que les importa. Al fin y al cabo, no es tan complicado adquirir una lengua románica allí donde, a poco que rascamos, la encontraremos presente. La valencianidad de Alicante tampoco representa peligro alguno para los derechos lingüísticos de los castellanohablantes, ni para el proyecto nacionalitario español. Por el contrario, esta declaración institucional da espaldas al propio pasado, al presente (el porcentaje de valencianohablantes en la localidad de Alicante sigue siendo nada despreciable) y también al futuro. Gira la espalda a la vida cultural de la Universidad, donde el valenciano es una herramienta de enseñanza, promoción y programación cultural. Y da la espalda también a la propia provincia, de la que ya ha renunciado a ejercer un liderazgo, ni siquiera una representación, y en cualquier caso a acoger la riqueza lingüística como lo que es, una riqueza compartida que debe gestionarse.

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Los ataques al valenciano van en la misma línea que los recortes estranguladores de la Academia Valenciana de la Lengua (un invento, no lo olvidemos, de ellos), la promoción de la 'cultura' taurina en À Punt y las políticas lingüicidas que aparecen en todas partes. Esta declaración institucional (ha habido que necesitar cinco intentos para que la haya aprobado el consistorio alicantino) rompe consensos establecidos hace más de cuarenta años y lleva un mensaje bien claro: venimos a reventarlo todo. Hace unos años era cerrar el repetidor de TV3 de la Carrasqueta, ayer ahogar la Académica, el otro día la guerra de nombres en la Franja o los ataques a la escuela de las Islas. El objetivo del españolismo no es otro que hacer del catalán una lengua accesoria, y en cualquier caso supeditada al castellano. La ponentada desertizadora no se detendrá hasta que no haya ni un solo catalanohablante, hasta que no callamos del todo.

Por tanto, es urgente dejar de mirarlo con compasión y de creer que esto que ocurre en Alicante nos para lejos. El mapa del dominio lingüístico nos hace aguas por los extremos fronterizos, pero también las capitales y principales ciudades presentan importantes fugas. No nos creamos sanos y salvos por la distancia, ni nos sacudimos los miles de valencianohablantes que se rompen la cara en Alicante, día tras día, para hacer vida y cultura en la lengua que compartimos. Porque esta declaración institucional no es la constatación de una realidad (compleja y matizable): es un ataque a todos los catalanohablantes.