Son el Cuarteto Casals
Cualquier sorpresa sólo podía ser en negativo, lo que, por otra parte, resulta más que improbable
PalmaLlegan del Festival de Salzburgo, el pasado jueves hechizaron al público del Festival de Pollensa, hoy viernes tocan en el Jordi Savall de Santes Creus, después repetirán en la Schubertiada de Vilabertran, les espera el Pierre Boulez de Berlín… Un calendario que sirve para contextualizar y constatar su trayectoria y prestigio. Son el Cuarteto Casals. Dicho esto, cualquier sorpresa sólo podía ser en negativo, lo que, por otra parte, resulta algo más que improbable. En cuanto al programa que interpretaron en el tercer concierto del 64 Festival de Pollença hicieron un pequeño, pero exquisito, recorrido por los cuartetos desde su institución como composición y formación estable hasta el siglo XX.
Para empezar esta singladura, ¿quién mejor que quien la instauró, Franz Joseph Haydn? Después de él todo han sido pequeñas variaciones y modulaciones sobre su modelo que, aún ahora, sirven tanto de campo de experimentación como de consolidadas composiciones que casi nunca se parecen unas y otras, mientras que en todas ellas podemos encontrar algún descubrimiento de gran originalidad. Tienen un único punto en común, como conste de cuatro movimientos, pero, como veremos, no siempre, aunque es así habitualmente. Cuatro son los movimientos del Cuarteto de cuerda en re mayor op. 76 núm. 5, de Haydn, también conocido como Largo y Fúnebre, linajes referidos al segundo movimiento, desde donde surgen todas las innovadoras texturas y colores que se esparcen por el resto de movimientos. El cuarteto exhibió esa dosis extra de atención que se necesita para su interpretación y aunque parezca que cada uno va por su viento, todo junto resulta de una solidez extrema y encajado a la perfección.
Shostakovich fue un poco más allá y por eso el Cuarteto de cuerdas núm. 9 lo estructuró en cinco movimientos, el último de los cuales dura el doble que los cuatro restantes. Cuatro no le debieron bastar para incluir todas las referencias que quería, aunque en el octavo también fueron cinco, los movimientos. El cuarteto es como un mural inmenso hecho de recortes de un puñado de obras, suyas, o ajenas –Wagner y Chaikovski–, atadas y hilvanadas de tal modo que no se ve ni se nota el hilo conductor. Una complejidad extra para los intérpretes, cuyo resultado pareció un acoplamiento casi imposible.
Mendelssohn, con su última composición, el Cuarteto de cuerdas núm. 6 en fa menor op. 80, cuando todo parecía estar dado y bendito, se erigió en gran protagonista de la velada. Una composición poderosa y de una belleza, tristeza y contundencia que hizo que el público estallara con una salva de merecidos aplausos, lo que hizo que el grupo saliera a saludar, dos, tres, cuatro veces, claro, y cuando se sentaron, interpretaron la dinámica y gozosa 'Danza del molinero', deEl sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, pero creo que todavía no nos habíamos recuperado de lo maravilloso e implacable Finale, de Mendelssohn, un grito de rabia y de impotencia por la muerte de su amada y admirada hermana, Fanny Mendelssohn.