PalmaDomingo, plaza de sa Pobla. Son las siete de la mañana y Maria Serra Miquel, una murera de 61 años, lleva casi dos horas levantada. Con su hombre ya tiene el tenderete montado con un buen tendido de tomates, rabanitos, cebollas, puerros, acelgas, lechugas, berenjenas, judías, melones... Está rodeada de una quincena de placeres más. Ella es una de las más veteranas. Se ha asegurado un sitio con sombra para pasar la mañana. "Yo –dice– solo tengo ganas de jubilarme. Hace tres años que lo digo, pero los clientes me piden que aguante un poco más. Lo de placer es muy cruel, sobre todo en verano y en invierno, cuando tienes que sufrir los días de calor, frío y lluvia".
Serra enseña las manos llenas de callos. Conoce el oficio de pequeña. "Mis padres se pudieron ganar la vida haciendo de payés. Yo siempre les acompañaba por todas partes. En un principio llevaban el género a un almacén y se lo pagaban a precio tirado. Yo, sin embargo, dije a mi madre que teníamos que espabilar. La convencí para que se quitara el carné de conducir para podernos luego comprar una fur. Cuando la madre se jubiló como placera, Serra fue la única de las tres hijas que le cogió el relevo. Entonces, a 26 años, se hizo cargo de unas tierras de la finca familiar de Muro. Nunca se sintió tentada por las posibilidades laborales del mundo del turismo. "El campo es mi vida y mi gran pasión desde que a 13 años dejé de estudiar y empecé a trabajar en granjas. ¡No sé hacer otra cosa! Como no tengo muchos gastos, hasta ahora me ha ido bien. Siempre acaba vendiendo todo lo que tengo sembrado".
"¡Esto no es vida!"
Para poder vender a plaza es necesario tener el carné de manipulador, pagar una licencia a los ayuntamientos, una tasa de residuos y un seguro. "Si, por ejemplo, una persona cae ante nuestra mesa, alguien debe asumir su responsabilidad". Como autónoma, Serra no sabe lo que son las vacaciones. "Incluso los domingos por la tarde voy a quitar hierba ya sembrar. ¡Esto no es vida!". Las pocas veces que ha estado enferma, todo han sido nervios. "Cuando tuve el cóvido en agosto, tuve que estar una semana encerrada en casa. Me moría solo con pensar que tenía la verdura sin regar y que se podía perder por culpa del calor".
Después de haber roto la Part Forana durante muchos años, hoy esta placera sólo va a dos mercados: el viernes en Maria de la Salut y el domingo en sa Pobla. Su tenderete hace gracia a los turistas, que no dejan de hacerle fotos, como si fuera la figurante de una postal exótica. Entre semana, cuando todo el mundo trabaja, sólo vende a personas mayores. Las reglas del juego imponen que se dirijan a ella con el tratamiento respetuoso de 'madò' ('el dueño' para los hombres vendedores). "Me encanta tratar con la gente. Siempre nos ponemos a hablar de cualquier cosa. A veces incluso he hecho de confesora. Muchos de los hijos de mis clientes, sin embargo, ya se aflojan, de venir".
Serra aún opera en la antigua. "A mí me pagan en efectivo, no tengo por cobrar con tarjeta. No voy de estas modernidades". La convivencia con el resto de placeres es muy buena. "Aquí todos somos colegas, no hay rivalidad alguna entre nosotros". Pese a que no existe ningún lamento por las ventas, el cambio en los hábitos de consumo es más que evidente. "A la gente le gusta tener productos frescos de payés, pero los hay que, para no pasar frío o calor, prefieren ir de compras a un supermercado, donde pueden encontrar palanganas de fruta plastificadas, lo que me llama la atención". La diferencia se marca con precios más asequibles. "Tengo los rabanitos a 1,20 euros, prácticamente a la mitad que en los supermercados. En un domingo he llegado a vender 180 manojos de rabanitos".
Ninguna de las dos hijas de Serra se plantea cogerle el relevo. "La gente joven ya no quiere saber nada de un trabajo tan duro como el nuestro. Somos una especie en vías de extinción. Los campesinos somos unos mártires. Los políticos nos hacen la vida imposible. Nos deberíamos poder jubilar antes de los 60 años, sin estar tan tocados físicamente, y con unas mejores condiciones económicas. Yo acabaré cobrando una miseria". Las contradicciones de la vida moderna son notables. "Nos menosprecian, pero nuestro papel en la sociedad es imprescindible, porque la gente necesita el campo para comer. Nadie se alimenta de papeles o de inyecciones. Esto se vio sobre todo durante los meses de la pandemia del 2020. Cuando todo el mundo tenía encerrado, nosotros seguimos vendiendo a plaza".
La amenaza de los revendedores
Toni Feliu Pou, de 57 años y natural de Sant Jordi, es hijo de campesinos que también hicieron de placeres. Pasó su infancia en el mercado de Santa Catalina de Palma. De mayor, no dudó en continuar el oficio. Sin embargo, hace dos años lo dejó para dedicarse en cuerpo y alma a la cooperativa PEM (Payeses Ecológicos de Mallorca). "Ahora –lamenta– prácticamente ya no hay agricultores haciendo plaza con sus propios productos. La mayoría son revendedores, profesionales que compran el género principalmente en Mercapalma, que a la vez compra gran parte de su fondo en la Península [el gran centro de comercialización y distribución mayorista agroalimentaria de Baleares se fundó en 1973]. Ya hay revendedores. hecha, venden los productos más caros. En mercados turísticos como el de Sineu se aprovechan mucho”.
El mercado de Santa Catalina, construido en 1920, es el más antiguo de Ciudad. Poco tiene que ver con lo que conoció a Feliu de nin. Se ha despersonalizado por completo al servicio de turistas que buscan 'experiencias'. Lo mismo ha ocurrido al del Olivar, inaugurado en 1951. Más popular es el de Pere Garau, que abrió sus puertas en 1942. "Sin embargo –insiste el socio de PEM–, con la irrupción de los revendedores, se ha roto la relación familiar con el campesino, que antes estaba dispuesto a dar al cliente.
Feliu está cansado de pelear con la Administración. "A veces se nos acusa de gastar demasiada agua. Pero la gente se olvida de que nosotros transformamos el agua en sandías o melones. Igualmente, todos aquellos que se alegran de ver un buen sementer se olvidan que si está tan cuidado es gracias a un campesino". A la hora de analizar el futuro se impone el pesimismo. "Los jóvenes ya no quieren saber nada de oficios que implican sacrificio y pocas ganancias. Prefieren ser funcionarios de ocho horas y estar ante un ordenador. El campesinado se muere. Durante el cóvido hubo campañas para promocionar los productos de proximidad, pero, pasada la pandemia, no tuvieron más recorrido". Tampoco faltan críticas en el programa de IB3 Uep, ¡cómo vamos!, dedicado al campo. "Es uno reality show que explota el folclorismo. Lo ves y parece que los campesinos sólo nos dedicamos a merendar".
Filosofía de vida
La excepción a los malos augurios de Feliu es Omar Jover García, un alcudiense de 31 años. De pequeño le gustaba mucho ir a la finca de sus tíos. Al finalizar el Bachillerato, optó por cursar Ingeniería Agrónoma en la UIB. Sin embargo, pronto lo dejó, decepcionado con el sistema de aprendizaje. Entonces, se puso a hacer de cocinero a la vez que empezó estudios de música en el Conservatorio de Palma. La primera oportunidad laboral en el campo le llegó en 2020. Fue a través de Apaema (Asociación de Productores de Agricultura Ecológica de Mallorca). "Una amiga me dijo que unos extranjeros buscaban a alguien que gestionara una finca suya de Binissalem, de cuatro hectáreas. Gracias a una subvención implementé un proyecto agrícola. Al cabo de un tiempo, sin embargo, me desentendí por desavenencias con los propietarios".
La casualidad haría que Jover no abandonara su vocación. "El padrino joven de mi chica es un campesino de sa Pobla. En ese momento había decidido jubilarse y me propuso que me hiciera cargo de sus tierras. Así, las pude seguir sembrando. Ahora uno de mis principales puntos de venta es el mercado ecológico de la plaza de los Patins de Palma. Voy los sábados por la mañana". Este mercado, que también se monta los martes, nació en 2010 por iniciativa de la Asociación de Variedades Locales y Apaema. Fue el primero de sus características (casi sin revendedores) en funcionar en una capital de provincia.
El joven placer huye de cualquier romantización del oficio. "Es la parte más pesada de trabajar en el campo. Tienes que levantarte presto para trajinar todo el género dentro de la furgoneta y partir hacia el mercado. Con todo, una vez tienes parada montada, se crea un clima muy especial con los clientes. Son sobre todo mujeres, lo que evidencia que ellas todavía son las que asumen muchas de las cargas familiares". Jover, sin embargo, confía en que en unos años pueda dejar de vender en plaza para dedicarse exclusivamente a la cooperativa que acaba de crear en sa Pobla con su socia. "Somos consciente de que somos una 'rara abuelos' dentro de mi generación. Somos, sin embargo, el ejemplo de que del campo se puede vivir o al menos sobrevivir. Mi trabajo es una filosofía de vida, una manera de rebelarme contra el capitalismo tan feroz que tenemos".
Soberanía alimentaria
Según Unió de Pagesos, en Baleares hay poco más de 900 agricultores profesionales dados de alta en la Seguridad Social. Ibiza y Formentera son los que menos tienen, cerca de una decena. El alcudiense Omar Jover García, de 31 años, es uno de ellos. Con su socia cocinera, acaba de fundar una cooperativa en sa Pobla. Su nombre ya es toda una declaración de intenciones: Utópic Sa Marjal. "Nuestra utopía –asegura– es contribuir a la soberanía alimentaria de Mallorca, siguiendo el camino de PEM (Payeses Ecológicos de Mallorca). Ellos, con una cincuentena de socios, se dedican a distribuir productos locales de kilómetro cero a diferentes superficies comerciales de Palma. Nosotros queremos hacer lo mismo con las de la zona norte de . alimentos procesados".
Jover se encarga de cultivar dos cuarteradas y media de hortalizas. También gestiona la cosecha de naranjas de cuatro fincas. Desde un inicio se ha dedicado a servir a grupos de consumo ya vender por diferentes mercados locales de la isla. En el camino se ha encontrado con muchos tropiezos administrativos. "Los políticos se llenan la boca de la necesidad de ayudar al campesinado, pero a la hora de la verdad nos dejan abandonados y con deudas. En Francia, en cambio, el estado se preocupa mucho del campo, con subvenciones importantes que son fáciles de tramitar. Allí hay mucha cultura de mercados ecológicos".
Hoy, cerca del 20% de los productos que se consumen en Baleares, principalmente los vegetales, son locales. Los hoteles están obligados a ofrecer unos 3% a sus clientes, algo que no siempre se cumple. El resto procede de fuera, con Mercapalma como principal mayorista. "De Mercapalma –apunta Jover– las grandes cadenas distribuyen los productos a precios bajos, contra los que los pequeños campesinos no pueden competir".
Sin embargo, la soberanía alimentaria a la que aspira este joven campesino choca con la realidad. Lo explica Ivan Murray, profesor de Geografía de la UIB: "La actual superficie agraria útil de Baleares sólo da para alimentar a cerca de 450.000 personas, es decir, hacia un tercio de la población. A esta población hay que añadir los turistas, que en 2024 superaron los 18 millones". Jover, sin embargo, insiste en que es necesario un replanteamiento del sector. "El modelo que nos ha impuesto el neoliberalismo y el libre mercado es feroz. La gente quiere tener cualquier producto durante todo el año, sin respetar las temporadas de cosecha. Tampoco se debe tener frutas tropicales como los plátanos y los kiwis. Y mientras exportamos patata de Sa Pobla, importamos para nosotros".