Observatorio

Debussy en can Ravel

El claustro de Sant Domingo de Pollença acoge el segundo concierto del Festival Ravel, que conmemora los 150 años del nacimiento del compositor francés

PollençaEn el claustro de Sant Domingo de Pollença, el segundo concierto del Festival Ravel tenía menos ingredientes mediáticos que su predecesor, con gran orquesta y títulos más conocidos. Pero esta segunda tanda, por su parte, tenía otros alicientes, como por ejemplo que llegó con una pequeña gran injerencia con la que Luis María Suárez en el violín y Magí Garcías en el piano iniciaron la velada. Fue con la Sonata para violín y piano CD 148, de Claude Debussy, compositor conceptualmente en las antípodas de Ravel, pero que compartieron no pocos programas en su momento primordial, cosa que no gustaba a ninguno de los dos. Esta sonata fue una de las últimas obras de Debussy cuando enfermo, y sin razón, rechazaba todo lo que escribía. Decía, entre otras cosas, que "es la música de un Debussy que no reconozco", o "me podriendo en las fábricas de la nada". Cosas que pasan a los creadores y que el tiempo pone en su sitio, como lo prueba la luminosidad de esta pieza, la cual quizá habría perdido su sobredosis de vanguardismo o que acaso volvía un poco atrás, tan sólo un poco, pero la calidad, el equilibrio y el componente expresionista, marca de la casa, resultan indiscutibles. Una buena forma de mostrar las virtudes, conjunción y armonía entre ambos intérpretes.

Maurice Ravel hizo su aparición justo después, con la Sonata para violín y piano nº. 2 M. 77, también de su cosecha tardía, como uno collage en el que ambos instrumentos nunca ejercen de acompañantes sino que siempre lo hacen como solistas. Impresionando el ritmo de blues del segundo movimiento y espectaculares las turbulencias que encaraman al tercero. El teórico fin de fiesta que anunciaba el programa fue la última pieza que compuso Ravel, originalmente para violín y orquesta, Tzigane. Con la cadencia de muchos quilates con la que se inicia la composición, Suárez muestra de nuevo sus aptitudes con las enormes dificultades y exigencias para la interpretación de esta desmedida apertura. Parecía que el concierto había tocado techo, pero los aplausos propiciaron dos bises. Primero, con el preludio de La hija aux cheveux de lin, un surtido de colores y armonías de Debussy. El segundo fue la Romanza-Pastoral, de Ralph Vaughan Williams, uno de los pocos discípulos de Ravel. Interpretaron la segunda parte, una deliciosa melodía que servía de guinda a un pastel tan sugestivo como sabroso.