Las muñecas que descubríamos el sexo a través del Chat Terra
El despertar sexual de las muñecas es esa cosa torpe: un intento por encontrar el placer propio en el deseo ajeno, una duda que no tiene consuelo, un interés censurado


Este año, por mi cumpleaños, mis amigas organizaron una especie de quiz bajo la premisa '¿quién conoce mejor a Alba?'. Es de un narcisismo insoportable reconocerlo, pero es muy probable que yo fuera la persona que mejor lo pasó durante el juego (en el que, obviamente, no competía). El ingenio de sus preguntas llegó al clímax con el siguiente enunciado: "¿Qué se dedicaba a Alba las tardes cuando era pequeña?". De entre las posibles respuestas, la que todo el mundo seleccionó fue "Mirar a Disney Channel y comer pipas en cales padrinos". Y es correcto. Una preocupante buena parte de mis atardeceres les dediqué a hacer esto: permanecer hipnotizada frente a la pantalla, sin mucho control ni supervisión, mientras en la otra punta de la casa mi madrina hacía exactamente lo mismo.
En aquel momento tenían contratado a Canal+, así que ir arriba y abajo de aquella retahíla de cadenas era un pasatiempo en sí mismo. Sólo Disney teníamos unos tres canales. Después venían Cartoon Network, Nickelodeon, Fox Kids… Y como de vez en cuando aparecía uno nuevo, yo nunca dejaba de curiosear la programación. Aunque sabía en qué numeración estaban los que me interesaban, mi avaricia siempre me empujaba a ir un poco más allá de la frontera infantil, a un terreno desconocido. Mis cortas expediciones por universos más adultos me trajeron grandes hallazgos, como los canales musicales: Los 40, Los 40 Latino y la MTV. Botaba de uno a otro, esperando encontrar el videoclip de la canción con la que me acababa de obsesionar después de haberla oído un golpe en la radio. My Prerogative, de Britney Spears, fue una de ellas. Durante semanas –la vida que entonces debía tener un hit– esperaba, sentada en el sillón, que la cantante apareciera conduciendo ese Porsche y dijera "They say I'm Crazypara, a continuación, caer dentro de una piscina. Del agua, emergía bailando encima del capó, quedando ella totalmente empapada y yo, boquiabierta. El plato fuerte llegaba a la vuelta, cuando Britney me hacía tener el dedo preparado al mando a distancia para, si alguien abría la puerta, quería cambiar de repente a la canal. remover el culo delante de un señor, semidesnuda, con un látigo en la mano, era mejor hacerlo en secreto.
Mis incursiones por los confines de la televisión por cable convertían ese aparato en un universo inagotable. Aterrizar, cada pico, en un canal diferente que todavía no conocía me hacía sentir como una exploradora que acababa de colonizar un nuevo continente. Si bien acabé encontrando series a las que aficionarme –redifusiones de Periodistas y Compañeros–, a menudo terminaba o bien en lugares decepcionantes –canales de cocina, películas de western, documentales–, o demasiado sórdidos, en los que el susto me hacía apagar la televisión de un arrebato, como si acabara de cometer un delito y la Policía me estuviera apuntando con un foco.
Sin embargo, pronto sustituí la pantalla de la televisión por otra: la del monitor del ordenador que me instalaron para poder charlar por el Messenger. El cristal luminoso frente al que pasaba las horas había cambiado, mientras que la clandestinidad era la misma. Un universo aún más infinito se abría ante nosotros, unas muñecas adolescentes que ya habíamos visto a Britney en ropa interior frotarse sobre una cama de sábanas de seda. Entonces empezó a correr un rumor sobre las cosas que podías encontrar en la webcam del Chat Terra, de modo que la diversión, con las amigas, era conectarse con algún extraño al que hacerle creer fantasías, escandalizarnos y mearnos de reír. Empujadas por el morbo, la diversión y la curiosidad –las tres únicas pulsiones que mueven a cualquier adolescente–, acabábamos como el personaje de Mila adolescente en la película Creatura, de Elena Martín Gimeno: observando, con el cuello torcido, una pantalla donde se insinuaban siluetas misteriosas, acompañadas de unas manos impredecibles, siempre desde un ángulo perturbador.
El despertar sexual de las muñecas es esa cosa torpe: un intento por encontrar el placer propio en el deseo ajeno, una duda que no tiene consuelo, un interés censurado. O esa es la conclusión a la que llegué después de leer el texto de Bestias, el monólogo de la actriz Monica Dolan, que en catalán lo interpreta Marta Marco. La obra plantea el dilema de Lila, una hija sana de esa sociedad hipersexualizada que tiene prisa por ser mujer. Con la ayuda de la madre, ya ocho años, la muñeca logra operarse los senos y –más tarde– acaba siendo violada, como una alegoría de lo que supone ser mujer en un mundo machista: víctima y culpable a la vez. El caso de esta ficción también comienza con una muñeca que le gusta bailar de forma sexy ante la MTV. Y esto me hace pensar: ¿en qué momento exacto se tuerce el camino? ¿Dónde se encuentra el equilibrio entre libertad y protección? ¿Cómo corregir una sexualidad que adquirimos manipulada por defecto?