El amor a primera vista que fabrica menorquines
La calidad de vida de Menorca engancha, desde la pandemia, a un gran número de extranjeros y peninsulares que se trasladan a vivir allí
CiudadelaMenorca ha ganado a casi 7.000 habitantes desde la pandemia. La isla tiene ya censadas 102.477 personas y cada vez son más las que han nacido fuera. La tranquilidad y la calidad de vida pesan más que los inconvenientes de la estacionalidad y el transporte por la doble insularidad y esto acaba convenciendo a muchos extranjeros y peninsulares para residir.
Si bien la población crece más en las dos mayores ciudades, Maó y, especialmente, Ciutadella, cada vez más los menorquines de nueva hornada que llegan del extranjero y de la Península buscan pueblecitos más pequeños donde establecerse. Entre el vecino de los 1.690 habitantes del Migjorn Gran, por ejemplo, y los 1.081 de Fornells, donde se puede vivir todo el año mirando el mar y experimentando de forma acusada las dos caras de la estacionalidad.
La mitad de los turistas estatales que visitan Menorca en plena temporada son catalanes y ésta es también la procedencia de la mayoría de la población no autóctona que se ha acabado estableciendo en la isla. Algunos llevan décadas haciendo de menorquines. Marisa Álvarez y su marido, Óscar García, ambos biólogos, vinieron en 1997 directamente desde el entorno de la Sagrada Família de Barcelona. Debían participar en un proyecto de migración de aves en la isla del Aire, pero, aunque todavía no habían intentado vivir juntos, la idea de residir rodeados de naturaleza les atrajo. Primero en una casa de campo aislada en la carretera de Fornells y, ahora, en el Castell. Tres décadas después siguen maravillados por la calidad de vida de Menorca. "Si vienes en pareja, buscas tranquilidad y encuentras un trabajo que te gusta, no hay color", dice Marisa. Sus dos hijas, de 20 y 22 años, también nacieron en la isla y llevan "una vida tan menorquina" que ya saben lo que es tener que salir a estudiar fuera.
Una dominicana en Sant Climent
Edwin y su pareja vienen de Holanda y se han integrado tanto en Sant Climent, una pequeña pedanía de 557 habitantes a dos kilómetros de Maó, que incluso ya hablan catalán. También la charla María Rosa, que hace 27 años llegó a San Clemente de la mano de un joven menorquín que había conocido en la zona de Bávaro, en República Dominicana, y ya no ha vuelto. "El pueblo me acogió de maravilla", recuerda. Tan bien se ha oído que acudió a clases de equitación en el Club Hípic Sa Creueta para poder salir a la cuacada de las fiestas. Fue cajera tres años y, si bien tuvo que dejarlo para poder hacer de camarera durante la temporada y cuidar a su hija, no descarta volver. "Ya me siento más sanclimentera que dominicana", afirma. "Como se dice aquí, Sant Climent es pequeño, pero hay de todo".
Tampoco necesita mucho más Javi Ramos. Nacido en Barcelona y desde los seis años veraneante habitual de Menorca, donde venía con su familia, reside de forma permanente en la isla desde septiembre del 2023, hace dos años. "Vivía con mi pareja, Aurélie, en el norte de París y trabajábamos para una multinacional, pero la pandemia nos hizo abrir los ojos", comenta. El propietario del bar Okapi de Playas de Fornells, la urbanización del norte del Mercadal donde solía pasar los veranos, contactó con él para ofrecerle tomar el negocio. "Lo hablamos en pareja, pensamos que sería posible llevar otra vida a un lugar como Menorca y aceptamos la aventura. La verdad es que no nos arrepentimos, en absoluto. Por mi trabajo, he viajado por todo el mundo, pero os puedo asegurar que no he encontrado ningún lugar con la calidad de vida de Menorca", dice Javier.
"El amor a primera vista" que sintió de pequeño por la isla se ha consolidado y ha conectado también con Aurélie, que tampoco añora su Lille natal. "Los dos buscábamos un lugar donde poder vivir con calma y estamos encantados. Podemos trabajar seis meses y aprovechar los otros seis para disfrutar de Menorca. Aún estamos en una fase de enamoramiento".
Javi encuentra un especial encanto en los inviernos que pasa en Playas de Fornells, "y si quieres movimiento siempre tienes Ciutadella y Maó casi muy cerca. Fuera de temporada, la isla tiene mucha más vida y actividad de la que me esperaba y el clima es muy suave. Pocos días notas las grandes tramontanas que nos.
Al contrario de la percepción que se tiene, de que los menorquines están algo cerrados, Javi dice haber recibido "una acogida maravillosa. Si vas directo a la gente de aquí, te ayuda a integrarte en grande". De hecho, este empresario barcelonés enamorado de la isla valora especialmente "que se apueste por no ser otra Ibiza y se controle el turismo y la masificación para que Menorca no se degrade. Que venga gente, sí, pero de forma sostenible".
Una terapia de vida contra el cáncer
La pandemia también empujó a Lluís Martínez, su pareja, Miriam Boladeres, y sus dos hijas a dejar Sant Just Desvern, una ciudad dormitorio a veinte minutos del centro de Barcelona, y venir a vivir a Menorca. Pero fue la precaria salud de Miriam, afectada por un cáncer de pecho, la que lo precipitó. "El oncólogo me dijo que si cogía el cóvido, el problema podría ser serio. Así que, como ya estábamos empadronados en la isla, me animó a ir", recuerda. La idea era pasar sólo el verano, "pero ya no volvimos. Aquí podíamos sobreponernos a las restricciones y pasear sin ningún problema por la playa. En Barcelona, encerrados en un piso, habría sido muy diferente".
Miriam acabó las sesiones de quimioterapia en Barcelona y comenzó las de radioterapia en el hospital Mateu Orfila de Maó. La primera intención de ambos era favorecer su recuperación en Menorca y regresar después a Catalunya, donde Lluís trabajaba para una empresa familiar de peluquería. Pero inscribieron a las pequeñas en la escuela del Mercadal, vendieron el piso de Barcelona y se compraron otro en Fornells, donde han montado su propio negocio, Mir and me cosméticos.
"La gran diferencia –explica– es la calidad de vida. Aquí las hijas pueden ir los sábados a windsurf, pueden salir solas a pasear los perros oa comprar un helado. La seguridad es absoluta. Todo es más familiar". Él tampoco tiene ninguna queja. "Me paso el día enganchado al teléfono y en invierno apenas encuentras dónde ir a tomar el café, pero estoy encantado. Incluso cuando partimos a ver a la familia, acabamos avanzando el estribillo".
En poco tiempo han interiorizado tanto la manera de vivir de los menorquines que dicen: "También miramos a los turistas y pensamos si ya pronto joden el campo", ríe. Pero Lluís sabe bien que "el mundo real que se encontrarán mis mercancías no es esta bombolla. La mayor, que ahora acude al instituto de Ferreries, tendrá que partir a la universidad y yo mismo, que en un par de semanas tengo que estar en Omán, ya tratar de cuadrar los vuelos a Barcelona con los internacionales para no tener que pasarme la noche antes fuera". Todo tiene solución y, la verdad, aunque tenga que enlazar más vuelos, me compensa mucho más poder pasear tranquilamente hasta Salinas. Cuando la vida te pega una hostia y te pone un cáncer al frente, cambias de golpe los valores y las prioridades. Y sí, las hijas ya no acuden al colegio elitista de Barcelona en el que las tenía apuntadas sino a una escuela pública de aquí, pero Miriam se ha recuperado. No podemos estar más contentos".