Vacaciones pagadas
Cuando terminaban las clases parecía llegar el fin del mundo, porque nos esperaban casi tres meses de vacaciones. Esto hacía que al volver a las aulas nos miráramos a los compañeros como si no los conociéramos, o incluso los habías dejado de reconocer, porque con el paso de cien días, a esas edades, todo el mundo cambiaba, poco o mucho. El verano era un tiempo fuera del tiempo, una verdadera utopía.
Incluso podríamos decir que era la última utopía posible: la niñez elevada a categoría "eterna", un tiempo regalado y mantenido, de juegos y ocio y lecturas y cine y vete a saber si algún viaje incluso. También es verdad que antes los chicos iban más a llover, y que los adultos parece que se desentendían más; ahora hay una preocupación quién sabe si exagerada por lo que puedan hacer en todo momento, por los problemas en los que puedan meterse, además de la adicción a las pantallas, que hace que durante las vacaciones sobre todo lo que hacen sea estar ante una consola de juegos o un teléfono, jugando o buscándose a través de las redes. Ahora parecen pasar del frenesí al aburrimiento.
Y con la atención rota no tienen paciencia para leer, a menudo ya ni para mirar una película –ni en el cine– entera. También las pantallas se han convertido en custodios, en la forma de tenerlos controlados y entretenidos. A las familias les cuesta mucho mantener la disciplina de los límites con las horas de pantallas, y el tiempo de vacaciones parece que puede servir para conectar con los padres, con la naturaleza, o con el mar. Se habla mucho de reducir ese tiempo de vacaciones, ahora, llevarlo a tan sólo seis o siete semanas, como lo hacen los ingleses, los alemanes y ahora parece que también en Francia. Parece que cuando vuelven a las aulas ya no saben leer ni multiplicar, se les ha olvidado casi todo, entre lo uno y lo otro. También es verdad que las vacaciones hacen más evidente la desigualdad: hay quien puede aprovechar para recibir clases de refuerzo y viajar y tiene padres que le hacen leer, sacar cuentas o hacer cuadernos de deberes en compañía. Y hay quien no tiene nada de esto. O que todo gira en torno a esplais deportivos y de padrinos.
Las vacaciones hacen que algunos cojan más empuje que otros, y favorecen a los ya favorecidos. Pero si se alarga el curso se deben climatizar las aulas, porque ya a finales de junio no hay quien pueda respirar en ciertos centros escolares en este entorno mediterráneo (hay niños que han acabado en urgencias). No sé si es necesario o no repensar el modelo, pero las familias ya no son lo que eran hace treinta años, ni los niños tampoco, ni el clima cultural, ni la economía, ni el ocio. Pero sí las leyes laborales que rigen la vida de los padres, ya menudo los ingresos son idénticos –o menores–, y eso es lo que debe posibilitar que las familias disfruten de un ocio digno y ojalá formativo. La crisis de la clase media es también una crisis de las vacaciones, del sentido de ese tiempo fuera del tiempo, y de las posibilidades del ocio, del descanso y de cultura. Como siempre, las familias tendrán que hacerse cargo de todo; y si ya es un heroísmo trabajar y sobrevivir, ahora será vacaciones y llegar a septiembre sin haberse suicidado.